Ha sido un año sinuoso el de Jorge Sampaoli. Lleno de luces y contrastes, de sube y baja, de baja y sube. Empezó en Chile, desde donde se quería ir hace rato, y lo terminó en España. Le hubiese gustado estar en Argentina, pero no se pudo. Se peleó con dirigentes, se vio envuelto en problemas de impuestos, fue criticado por la prensa e insultado por hinchas, pero tuvo un final feliz, haciéndose un lugar en el fútbol grande de Europa.

El comienzo de 2016 encontró al DT argentino en el limbo. En medio del estruendoso escándalo de corrupción del ex presidente de la ANFP, Sergio Jadue, el casildense hizo público algo que se rumoreaba hace mucho: quería dejar la banca de la Roja, con la que se había consagrado campeón de América a mediados del año pasado.

“Hoy todo induce a que no (seguiré con la selección). Lo que sí que tengo que encontrar es la buena voluntad del presidente (Arturo Salah) para que entienda mis razones”, dijo en una entrevista a la cadena Fox Sports.

La gran traba era la exorbitante cláusula de salida del técnico: seis millones de dólares. Dinero que él no podía pagar y la ANFP no quería perder.

Se sucedieron horas y horas de reuniones, de tira y afloja, de tensión, de concesiones, de exigencias, de rabias y angustias. Hasta que Sampaoli explotó: “Sinceramente pensé que Arturo Salah entendería y me dejaría en libertad. Él mismo ha vivido esta experiencia y ha tenido que dejar su proyecto. Por eso me extrañó su postura de tenerme como rehén, contra mi voluntad”.

El casildense se sentía atacado. La prensa había dado a conocer que su sueldo era depositado en paraísos fiscales para evadir impuestos y algunos forofos enrabiados lo insultaron en el aeropuerto en medio de su dramático proceso de renuncia. Su imagen, elevada a la altura de un santo hasta hace solo unos meses, se había ensuciado.

“Nunca imaginé que en tan poco tiempo se iba a destruir la imagen de un ídolo que tanto le dio al fútbol chileno. Estoy francamente decepcionado y en estas condiciones no puedo seguir dirigiendo cuando la mente la tengo puesta en otro lugar”, contó.

Finalmente salió humo blanco desde Quilín. La ANFP lo liberó del pago de la cláusula. A cambio, Sampaoli renunció a sus premios de la Copa América y aceptó pagar un monto de su próximo contrato. Recién eran mediados de enero.

El ex DT de la U descansó por unos meses. El cuerpo y la cabeza se lo pedían. Pero no podía desapegarse de su pasión primigenia por mucho tiempo. Empezó a recorrer varios países viendo partidos, analizando estrategias, evaluando ofertas que se acumulaban una tras otra.

Ya terminada la temporada europea, el Granada español tenía todo arreglado con el argentino para que fuese el nuevo entrenador del equipo. Pero la renuncia de Unai Emery al Sevilla congeló todo. Sampaoli no se pudo resistir la seducción a un equipo que venía de ganar tres veces consecutivas la Europa League y que pelea por cosas grandes en las canchas hispanas, a diferencia del modesto cuadro nazarí.

El estratega emprendió rumbo a Andalucía, desatando la furia de la cúpulo directiva del Granada. Sin embargo, en plena pre temporada, y cuando ya le habían armado una plantilla a su gusto, el DT quiso dar otro giro. La selección argentina estaba acéfala tras la sorpresiva renuncia de Gerardo Martino y tanto los jugadores como los dirigentes tenían como candidato número uno para reemplazarlo al casildense.

El estratega estaba extasiado, desbordado. Era la oportunidad de su vida, de concretar su máximo anhelo como entrenador. Pero el Sevilla fue inflexible e hizo pesar el contrato a un Jorge Sampaoli que clamó por su salida e incluso amenazó con “irse a las trompadas”, según trascendidos de prensa. “No me vengas con argentineadas”, le respondieron.

Más allá de perder las finales de la Supercopa de Europa ante el Real Madrid y de la Supercopa española frente al FC Barcelona, ambas derrotas previsibles, el argentino tuvo un buen comienzo con el Sevilla. Ganó sus tres primeros partidos en la liga y en su debut en Champions fue a robarle un punto a Turín a la Juventus multicampeona de Italia.

Pero la contundencia de sus estadísticas no obnubiló a nadie en España. La hinchada andaluz, fervorosa como pocas, dejó caer en más de una ocasión silbidos desde las graderías del Sánchez Pizjuan y la prensa deportiva no pasó por alto el aura grisácea del tricampeón europeo, que aún no se empavaba del amateurismo y de la rebeldía de Sampaoli.

“A Sampaoli solo lo sostienen los resultados, que son realmente buenos. Su juego es tan pobre como desalentador”, escribió el diario El País.

El casildense reconoció que le estaba costando inculcar su idea a los futbolistas y pidió un poco de paciencia. No está en su ADN aceptar un fracaso sin dar la lucha, ni siquiera cuando asomaron las primeras derrotas.

Poco a poco comenzó a aparecer su rúbrica en el equipo. El correr de la temporada dejo ver a un Sevilla intenso, dominador de la pelota, con una presión ahogante en todo el campo y sin ningún complejo.

Actualmente se está codeando con los colosos de España en lo más alto de la tabla de posiciones, a solo un punto del Barcelona, el segundo, y a cuatro del líder, el Real Madrid. En Champions League clasificó a octavos de final, donde lo espera un “abordable” Leicester. El comienzo de 2017 se ve refulgente y lo encuentra en calma, como hace mucho tiempo no estaba.