Tras dos días en la oscuridad, Chapecó se desahogó unida este miércoles como se sacan las penas en un campo de fútbol, con tambores, banderas y cantos de aliento a un equipo que ya no está, pero que nunca se irá del Arena Condá.

Las mismas gradas que rebosaban hace una semana, cuando el Chapecoense vivió la noche más importante de su historia, volvieron a llenarse como si la hinchada de este club al que le robaron la vida las montañas de Medellín quisiera desafiar a la tragedia.

“El equipo era nuestra ciudad, nuestra alegría del fin de semana, era algo inexplicable para nosotros. Creo que, de alguna manera, el partido de la semana pasada fue una despedida”, afirmó emocionado Ghetly Ranzan, un funcionario de 37 años que todavía recuerda el primer encuentro del Chapecoense al que asistió, en 1985.

La hinchada, la ciudad y un Brasil de luto seguía cantándole a sus campeones como en las numerosas noches de derrotas y sinsabores del fútbol humilde, que aún podían ganar: “¡Vamos, vamos, Chape!”.

La realidad volvió a abrirse paso a codazos cuando los tres pastores que oficiaron la ceremonia comenzaron sus oraciones frente a un altar donde brillaba la copa del Campeonato Catarinense, el triunfo con el que el ‘Huracán del oeste’ empezó un año que iba a ser suyo. 

En primera fila, desgarraba el dolor de unos familiares destrozados y el silencio del luto congeló las gradas durante las oraciones, hasta que los miles de celulares al aire las convirtieron en un cielo estrellado que hace días que no se ve en las desapacibles noches de Chapecó.

Los niños de las categorías juveniles saltaron entonces a darle la vuelta a un estadio que les aplaudía con la euforia que emerge de la conmoción. Algunos lloraban mientras corrían con sus uniformes verdes, otros saltaban y saludaban orgullosos.

Y como en las grandes noches continentales del ‘Verdao’, las de la victoria a River el año pasado, los cuatro penales atajados al laureado Independiente, la goleada a Junior y la gesta ante San Lorenzo, a las 20:45 (hora chilena) se aplaudió a rabiar la alineación en el videomarcador.

Pero esta vez no era una presentación, sino una despedida. La de los sonrientes futbolistas vestidos de verde que aparecían uno por uno en la pantalla. La de los directivos y empleados que ayudaron a reconstruir el club y viajaban con ellos y a los periodistas que le contaron a Brasil la historia de la Cenicienta sudamericana. 

Tras verlos de nuevo a todos, el Arena Condá explotó en el grito de “¡Campeones, campeones!”.

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