El Bayern München es el club más laureado de toda Alemania y, también, el que más rechazo genera en las hinchadas rivales. En suelo teutón no solo molesta que el club bávaro haya tiranizado todos los campeonatos a nivel local, sino que también le levante sus mejores jugadores a todo aquel que amenace su trono. Lewandowski, Hummels, Götze, todos ex del Borussia Dortmund, son solo algunos de los ejemplos más recientes. Sin embargo, esta temporada ha aparecido un club que le pelea el sitial del más odiado y lo amenaza en la Bundesliga: el RB Leipzig.

Hace diez años, el magnate austríaco propietario de la compañía de bebidas energéticas Red Bull, Dietrich Mateschitz, andaba tanteando el terreno para expandir su imperio deportivo a Alemania. No le bastaba con su presencia en deportes extremos o en el mundo tuerca. Quería construir en territorio germano algo similar a lo que había hecho con el Red Bull Salzburg en Austria. Su análisis de mercado evidenció que en el este del país no había un equipo que llenara estadios y compitiera en serio entre los grandes. Había un nicho a explotar y una condición: el equipo tenía que ser sí o sí de Leipzig, la ciudad más grande de la zona.

En un mundo donde el fútbol-negocio se expande más y más, en Alemania aún tienen importancia la tradición, el respeto por la historia, el romance con los hinchas. La creación de un equipo a base de billetera y con un nombre comercial era vista como una herejía.

La ley alemana establece que al menos el 51% de los socios debe tener poder de decisión en el club. Basándose en dicha norma, la federación alemana canceló la adquisición que había hecho Mateschitz del Sachsen Leipzig en 2006. Pero el multimillonario no se daría por vencido y tres años más tarde logró concretar la compra de la plaza del SSV Markrandstad en la quinta división, así como los filiales del Sachsen para tener series menores, un requisito ineludible para poder existir. De paso, desembolsó un buen monto para poder ocupar el Zentralstadion, un estadio de lujo que fue construido para el Mundial de 2006 y que estaba en desuso.

Así nació el RasenBallsport Leipzig, un híbrido sin linaje que en sus primeros cuatro años, para alegría de todos sus críticos, solo logró ascender una categoría. Mateschitz, poco acostumbrado al fracaso, estaba inquieto. Muchos ya tenían la guillotina preparada para castigar su osadía. La suerte le volvió a sonreír cuando su camino se cruzó con el de Ralf Ragnick, un entrenador con buena reputación tras sus pasos por el Hoffenheim y el Schalke 04. Su llegada a la dirección deportiva revolucionó a un club aún en ciernes.

El estadio del Leipzig
El estadio del Leipzig

Con un presupuesto de 100 millones de euros, Ragnick no se fijó en gastos. Ordenó la construcción de la mayor academia de Alemania (13.000 metros cuadrados) por 35 millones y gastó otros 20 en comprar jugadores juveniles. Poco les importó a los dirigentes saquear las canteras rivales ofreciéndoles contratos profesionales a niños de 14 años. El desprecio se hizo aún más grande.

Los jóvenes eran necesarios para el fútbol ofensivo basado en la velocidad y la presión asfixiante al rival que se trataba de inculcar. Ese estilo catapultó meteóricamente al novel club a la Bundesliga, donde hoy es el exclusivo puntero, con un promedio de edad que no supera los 23 años. Entre sus figuras destacan Naby Keita y Timo Werner, dos que aún huelen a leche.

“En el fútbol nada es imposible. Sólo hace falta ver lo que pasó en Inglaterra con el Leicester City, pero sería un milagro en Alemania. No pienso ni mucho menos en ello”, dijo Ralph Hasenhuettl, entrenador del equipo. El dueño del club, en tanto, ya le avisó a su plantel que su máximo anhelo es que repitan la gesta del Kaiserslautern en la temporada 97/98, cuando recién ascendido se coronó en la máxima categoría del fútbol germano.

La diferencia es que el Kaiserslautern o el Leicester se ganaron la simpatía del mundo del fútbol, que gozaba viendo como clubes humildes lograban tumbar a los gigantes en base a trabajo.

Al Leipzig, en cambio, lo quieren ver de rodillas. Todos quieren que pierda. Los hinchas rivales no pierden oportunidad para mostrarle su desprecio al equipo de la Red Bull. Cuando visitó al Dynamo Dresden, por Copa de Alemania, la afición rival le lanzó una cabeza de toro en alusión a la bebida energética, mientras en los altavoces del estadio resonaba la canción Money Money Money de Abba y en otro sector del estadio se desplegaba un lienzo negro con la leyenda “En Leipzig ha muerto la cultura del fútbol”. Los hinchas del Union de Berlin no se quedaron atrás al vestirse de negro y realizar quince minutos de silencio por “la muerte del fútbol”. Este año los fanáticos del Dortmund rechazaron ir al estadio del Leipzig por considerar que el club contradice los valores del deporte.

Pero el equipo rojo y blanco sigue en lo suyo y no se deja amedrentar. Con la insolencia del nuevo rico que lo quiere todo mira a al resto desde su atalaya. El odio es el acicate que mantiene viva su hambre de gloria.

Hinchas del Dresden contra Leipzig
Hinchas del Dresden contra Leipzig