Alex Ferguson o, mejor dicho, Sir Alex Ferguson es uno de los técnicos más exitosos de la historia. Su cara roja y su inolvidable mascar de chicle marcaron una época en el Manchester United. Fue el arquitecto de un equipo que, en los 26 años que estuvo a cargo, consiguió 38 títulos, entre ellos 13 Premier Leagues, 2 Champions League y 5 FA Cups. Una colección de campeonatos que en su época de delantero le fueron esquivos.

Ferguson nació en el barrio obrero de Gavon, en la ciudad de Glasgow. Su padre, como casi todos los hombres del lugar, trabajaba en los numerosos astilleros existentes en la zona. El pequeño presagiaba que ahí estaría su futuro. Pero su pasión era otra. El futuro entrenador del United gastaba las horas del día junto a su hermano Martín y los chicos del barrio pateando una pelota. Se le iba la vida en esas tardes de partidos interminables, imaginando en sus apasionados sueños de niñez convertir un gol en Ibrox Park, el estadio que quedaba al lado de su casa y donde jugaba el club de sus amores, el Glasgow Rangers.

Su figura se hizo conocida rápidamente conocida en las ligas regionales. El primer desafío serio fue en el Queen’s Park escocés, el club más antiguo de Escocia, que por entonces estaba en segunda división y lo recibió a los 16 años. En su debut anotó un gol que le terminaron adjudicando a otro compañero. En 31 apariciones la embocó quince veces, pero nunca pudo hacerse con la titularidad.

Si siguiente parada sería el St.Johnstone, un modesto equipo recién ascendido a la primera división escocesa y que esperaba del aún muy joven Alex Ferguson la cuota de goles necesaria para asegurar su permanencia en la categoría. Era 1960, los futbolistas no gozaban de los salarios colosales de ahora y muchos tenían que trabajar en otras cosas para sobrevivir. ‘Fergie’ no era la excepción. Si durante su estadía en el Queen’s Park laboró en los astilleros de Clyde, en su nuevo equipo se desempeñó como aprendiz en Remington Rand. Ahí, en medio de máquinas de escribir, el futbolista se transformaría en un activo líder sindical que convocó a más de una huelga.

Sus números con su nueva casaca fueron muy buenos, teniendo una media de un gol cada dos partidos. Sin embargo, su trabajo quedaba a 90 kilómetros de donde entrenaba su equipo. La mayoría de las veces se ejercitaba en solitario y solo veía a sus compañeros el día del partido. Por lo mismo, allí tampoco pudo afianzarse en los once iniciales.

El futuro de Ferguson como futbolista, incluso en su propia opinión, lucía poco prometedor. En 1963 estuvo a punto de hacer sus maletas y enfilar rumbo a Canadá. El país de América del Norte estaba buscando trabajadores jóvenes para sus fábricas y el perfil del delantero calzaba perfecto. La decisión estaba prácticamente tomada cuando recibió un llamado de su entonces entrenador, Bobby Brown, quien no tenía delanteros disponibles para el partido del fin de semana. La hora del eterno suplente había llegado nada más y nada menos que ante el poderoso Glasgow Rangers en Ibrox Park.

Ferguson como futbolista | Captura | Youtube
Ferguson como futbolista | Captura | Youtube

No había mucho en juego en el partido. Todo iba según lo esperado hasta el entretiempo: los locales ganaban cómodamente por la mínima. Pero, por fin, llegaría el destape de Ferguson. En solo 23 minutos el artillero anotó un hat-trick que le dio la remontada al marcador. Para el futbolista que estaba al borde del retiro ya nada volvería a ser lo mismo.

Un año después de su hazaña en Ibrox Park, Ferguson fue contratado por el Dunfermline Athletic, un equipo que luchaba por los títulos en la liga de Escocia. Ya era famoso por el olfato goleador y su fiereza. Lo reconocían como ‘el de los codos filosos’, así como sus constantes peleas con los árbitros que lo acompañarían hasta el final de su carrera como entrenador.

En su nuevo club por fin se pudo dedicar completamente el fútbol, ya era un profesional de tomo y lomo. En sus tres temporadas con los Pars se convirtió en el goleador exclusivo del equipo, incluso en el curso 1965-66 se convirtió en el máximo artillero de la liga anotando la friolera de 31 goles en 31 partidos. La temporada anterior, sin embargo, había sido la mejor en lo colectivo. Su equipo había quedado a un solo punto de coronarse y había llegado a la final de la Copa frente al Celtic de Glasgow, que por esos años tiranizaba la competencia doméstica y amenazaba a toda Europa.

En la previa de esa final, Ferguson daría una muestra de su carácter mal humorado. Al enterarse de que su entrenador lo dejaba fuera del partido decisivo lo llamó ‘bastardo’ delante de todos sus compañeros. A la temporada siguiente, tuvo una reyerta con su sustituto en la final, que por aquel entonces jugaba en el Motherwell.

El sueño de toda la vida de Alex Ferguson se cumplió en 1967. Tras un pago récord para la época, el jugador por fin podía vestir el azul, blanco y rojo de su adorado Glasgow. Con The Gers acumuló 44 goles en sus dos temporadas. Nada mal para un equipo que vivía tiempos convulsos y que tuvo que soportar como su máximo rival en lo futbolístico, político y religioso, el Celtic, se alzaba con la Liga de Campeones de Europa tras tumbar al Inter de Helenio Herrera.

Precisamente un derbi fue el que terminó de sellar el paso de Ferguson con los protestantes. Se jugaba la final de Copa de Liga y Ferguson perdió la marca en un córner que terminó en el primero de los cuatro goles de los albiverdes. Su error significó que no le renovaran contrato. Hasta el día de hoy se muestra algo ofuscado cuando le preguntan por el Rangers, acusando dolor en una herida que nunca cicatrizó.

Le ofrecieron un contrato en el Nottingham Forest, pero Cathie, su esposa, no quiso mudarse a Inglaterra. Se quedó en su país para jugar en el Falkirk y luego en el Ayr United, club donde además de jugador empezó a cimentar una carrera en los banquillos que lo llevaría a los libros de historia.