“Antes fue Maradona, ahora es el Mati Fernández, de un equipo chileno, ha nacido el más grande”, canta la hinchada colocolina. Corre el segundo semestre de 2006. En la cancha, un tímido y silente muchacho levanta su mano en señal de agradecimiento mientras mira el pasto con una pequeña sonrisa. Sus goles, sus pases entre líneas y sus gambetas lo tienen en la cima.

La historia no había comenzado bien para Fernández, en todo caso. Tras ganar la final del Apertura a la Universidad de Chile, el ‘Pelusa’ tuvo que asumir en exclusiva la manija del equipo luego del traspaso de Jorge Valdivia al Palmeiras. Y no le encontraba la vuelta. Todo lo bueno que había hecho en la primera mitad del año se estaba evaporando. “Echa de menos al Mago”, era el rumor que circulaba con fuerzas en Pedrero por esos días. Pero en una fría noche de agosto, el volante demostró de qué estaba hecho.

En frente estaba O´Higgins. Los rancagüinos llegaban invictos, pero ese día se encontraron con la mejor versión del colocolino, que movió los hilos del equipo con la destreza de un tiritero y, además, se dio el lujo de anotar un golazo: recibió de espaldas detrás de mitad de cancha e inició una frenética carrera hacia el arco rival, dejando a cuatro defensores desparramados en el piso y finalizando su recorrido con un elegante picotón ante la salida del golero Héctor Barra.

Fernández gritó su gol con rabia. A partir de ese momento se transformó en el guía del Cacique. El desafió de él y de todo el equipo era trasladar la supremacía que mostraban a nivel local al plano internacional. La oportunidad sería en la fase preliminar de la Copa Sudamericana, donde Colo Colo se mediría ante Huachipato.

En el partido de ida, jugado en el sur, el mediocampista fue la figura en el triunfo por 1-2. Pero lo mejor llegaría en Santiago. Tras anotar un golazo de tiro libre, marca registrada en su época con los albos, Fernández regaló una serie de jugadas antológicas. Una de ellas fue un pase de rabona que dejó solo a Humberto Suazo. La jugada provocó la aún recordada frase: “Este chico es un crá, el 14 de los blancos es un crá”, pronunciada por el comentarista argentino de Fox Sports.

Colo Colo batió, no sin problemas, al Coronel Bolognesi de Jorge Sampaoli y al exótico Alajuelense de Costa Rica. Instalado en cuartos de final el desafío era mayor: Gimnasia y Esgrima de la Plata. En el partido de ida los albos se impusieron por 4-1, con uno de Fernández y triplete de Chupete Suazo. Sin embargo, en el partido de vuelta Matías Fernández se consagraría definitivamente.

Filtró pases entre líneas, amagaba a salir por un lado y se iba por el otro, se llenó de chiches, no le podían arrancar una pelota que parecía llevar atada al zapato. Los volvió locos. En su noche consagratoria hasta se permitió fallar un penal. A esas alturas no importaba, había puesto el continente a sus pies.

Llegaron las semifinales con el Toluca. Bruno Marioni y el “Tolo” Gallego, más tarde técnico de Colo Colo, minimizaron la figura del chileno. “Lo están agrandando”, decían. Fernández no se achicó y anotó tres goles en la serie que catapultó a un club chileno a una final internacional luego de 20 años.

El futbolista prácticamente no podía salir a la calle. Los fanáticos deliraban con sus actuaciones. Una foto, una firma, un saludo, una sonrisa. No estaba tranquilo ni en su casa. La prensa lo perseguía con desespero y sin suerte. Estaba incómodo, nunca ha querido ser el centro de la atención, era feliz cuando lograba pasar inadvertido. En el “Bichi” Borgui y en sus compañeros encontraba un refugio a todo el barullo que ocasionaba su nombre.

El Pachuca encontró la forma de frenar a Fernández y Colo Colo no se pudo quedar con la Sudamericana. Su figura desolada, con la cabeza gacha, fue la imagen de la noche. Semanas después, ante Audax Italiano tuvo una mini revancha al conseguir el título del Clausura. La alegría sería mayor cuando lo anunciaron como el Mejor Jugador de América en 2006, tras superar en las votaciones a los argentino Rodrigo Palacio y al mencionado Marioni. El reconocimiento lo hizo entrar en el selecto grupo de chilenos ganadores del prestigiosos galardón, juntó a Elías Figueroa y Marcelo Salas, aunque Fernández fue el único que lo ha conseguido jugando para un equipo chileno.

En diciembre de ese año, Matías Fernández fue transferido al Villareal, por una cifra récord. En España no estuvo a la altura de lo que se esperaba y fue transferido al Sporting de Lisboa. En la capital portuguesa tuvo más continuidad, aunque algo seguía faltando. No era el mismo. Dejó de ser un jugador pirotécnico, para dar paso a una versión más táctica. Tras un paso con altos y bajos por la Fiorentina llegó esta temporada al poderoso Milán de Italia. Pero el 14 nunca ha vuelto a brillar como en ese semestre en que enamoró a toda América.