Arturo Salah dominó el fútbol chileno a fines de los ochenta con su Colo Colo. Llegó a la banca alba con 36 años y sin más experiencia que haber dirigido a equipos juveniles. Sin embargo, disipó las dudas ganando los torneos del 86′ y del 89′, además, logró un tricampeonato en la Copa Chile (1988-1989-1990).

Había construido una buena base para continuar con su papel hegemónico en el escenario local, pero al técnico lo llamaron de la selección a mitad de 1990. Los dirigentes, aguijoneados por el tic tac del reloj, levantaron el fono y contactaron a un viejo conocido en Europa: Mirko Jozic.

El entrenador de origen croata ya había estado en Colo Colo. Cuando viajó a Chile con la selección yugoslava para disputar el Mundial sub20 del 87′, utilizó como centro de operaciones el complejo que tenía la colonia en Avenida Vitacura.

Peter Dragicevic, el presidente del Estadio Yugoslavo y también de Colo Colo, quedó encantado con su trabajo a cargo de jóvenes que irrumpirían en la élite del fútbol europeo en los noventa: Robert Prosinecki, Davor Suker, Zvonimir Boban y Predrag Mijatovic. El equipo de Jozic volaba en la cancha y acabó siendo campeón. Dragicevic se deleitaba y se sobaba las manos pensando que había encontrado uno de los generales de la revolución que planeaba para el fútbol local.

Lo convenció para que se hiciera cargo de las cadetes del ‘Cacique’. El campeón del mundo llegó en diciembre del 87′, desmintiendo los rumores que anunciaban un pronto desembarco en el primer equipo. No alcanzó a durar ni un año. Diseñó un plan de búsqueda y formación de juveniles, y se la pasaba entre Pedrero y una cancha de Lo Prado en la que evaluaba a centenares de jóvenes que iban a probar suerte. Todo ese proceso terminó abruptamente.

Muchas razones sobre su salida se deslizaron por debajo de la puerta, aunque su versión siempre fue ésta: “Cumplí con mi labor. Dejé hecho un informe acerca del trabajo realizado en estos meses. Llevo mucho tiempo separado de mi familia y quiero verla. Esas son las razones de mi decisión”.

Tres años después descendía del vuelo 520 de Lufthansa en la losa del aeropuerto de Pudahuel. Iba acompañado de Zorana, su esposa, y Lana, su hija de siete años a la que tuvo que ayudar a levantarse tras un infantil tropezón. En su poco fluido español hizo un comentario sobre sus expectativas que golpeó la mesa con la contundencia de un mazo: “Mis objetivos son muy simples: sacarlo campeón y llevarlo al título de la Copa Libertadores”.

Terminado el primer entrenamiento, los futbolistas cruzaban miradas de incredulidad y comentaban las sospechas que les generaba el recién llegado en la intimidad del camarín. Apenas hablaba español, era distante y exigía más allá del límite a un equipo que aún no superaba el trauma por la dolorosa eliminación de la Copa Libertadores de ese año ante Vasco de Gama. El domingo se jugaba un partido que podía decidir la temporada. Universidad Católica, que le llevaba tres puntos en la carrera por el título, visitaría el Monumental.

“Esa Católica era una sinfonía, tac, tac, tac. Jugaba Estay, Reinoso, el ‘Coke’ Contreras, Barrera… puros jugadores de buen pie. Jozic no lo dudó y armó su nuevo esquema para debutar ante la UC”, recordó el arquero Daniel Morón para el sitio Dale Albo hace cinco años.

El encuentro fue una declaración de principios, un presagio de lo que se cristalizaría meses después. El croata cambió el 4-2-2-2 de Salah por tres rombos. Dejó la defensa en zona y pasó a defender al hombre, con dos stoppers que parecían perros de presa y un líbero atento a las coberturas. Jaime Pizarro, al que Jozic admiraba por su inteligencia, era el mariscal del mediocampo. La salida era por bandas, aprovechando especialmente la velocidad y gambeta de Marcelo Barticciotto. Atacar, atacar y atacar era lo que repetía el técnico hasta el hartazgo. Ante los “cruzados” una cosa quedó clara: el “Cacique” saldría a generar el error del rival, no a esperarlo.

La nueva era comenzó con un triunfo merced a un solitario gol de Miguel Ramírez. “Sabía que me jugaba mucho. Mirko tenía mucha confianza en mí y en Javier Margas, además teníamos que correr harto para hacerle la pega al ‘Chano’ (Garrido) que como estaba viejito, ya no corría (risas). En ese partido además de jugar bien, tuve la suerte de anotar el gol del triunfo y no salí más de la titularidad”, narró el “Cheíto” hace algunos años

Los albos se convirtieron en un equipo que se defendía atacando, en una máquina que asfixiaba y demolía a sus rivales. Si bien los jugadores seguían mascullando entre dientes “putas el gringo (Jozic) jodido”, el equipo se coronó campeón con ocho puntos de diferencia sobre la UC. Al año siguiente levantarían la Copa Libertadores.