Colo Colo venía de tumbo en tumbo a comienzos del 2006. A nadie se le ocurría pensar que en un futuro próximo ese equipo dominaría el fútbol chileno sin contrapeso y rasguñaría la gloria continental. De eso, nada.

El plantel aún no se empapaba con la idea futbolística de Claudio Borghi. La inapelable eliminación en la fase previa de la Libertadores ante Chivas de Guadalajara y el pobre arranque en el torneo tenían al “Bichi” sufriendo embates contra las cuerdas. Jorge Valdivia tampoco se salvaba. En la semana previa al duelo con Palestino se hablaba de que Matías Fernández, la última joya de la cantera, se sentía mejor solo que en compañía del “Mago”.

Hasta ese momento, Valdivia solo había mostrado destellos en Pedrero. Nadie dudaba de su talento, pero sí de su capacidad para mover la manija del equipo. Aún deambulaba en el intersticio que separa a los buenos jugadores de los cracks.

Su arranque en el profesionalismo había sido fulgurante. Solo seis meses con la Universidad de Concepción, equipo al que había llegado a préstamo desde Colo Colo, le bastaron para enamorar a todo el fútbol chileno. Tan bien jugó que emigró a Europa, sin el éxito esperado. Volvió a Macul en 2005. Su llegada generó una expectación que no fue saciada a cabalidad en la cancha.

Ese 25 de febrero en Santa Laura la situación empezaría a cambiar. El “Cacique” no tardó en abrir la cuenta. A seis minutos del pitazo inicial, “Matigol” clavó un tiro libre en el ángulo del portero boliviano Leonardo Fernández. El gol calmó a un equipo que venía con angustia acumulada. Y Valdivia se desató. Blindado por Arturo Sanhueza y el debutante Rodrigo Meléndez se dedicó a lanzar balones a las espaldas de la defensa de Palestino, dagas filosas que siempre caían en el sitio exacto para beneplácito de sus compañeros. Gonzalo Fierro, escorado en la derecha, armó un festín con las habilitaciones del enganche.

A Valdivia no lo podían parar, hacía pasar el cuero entre varias piernas con elegancia y veía todo tres segundos antes que el resto. Recién estaba empezando. A los 33’ recibió de espaldas a 25 metros de la portería, atosigado por la marca pegajosa de dos palestinistas que ya no se atrevían a dejarlo solo. Amagó con recibir, pero hizo pasar de largo la pelota y con ellos a sus custodios. Un tercer rival se le encimó, pero el volante cambió la dirección de la pelota con la punta del zapato y lo dejó fuera de foco. El camino al arco estaba allanado, pero se mantuvo calmo. Fernández le salió a achicar y el “Mago” sacó un truco del sombrero. Hizo el simulacro de patear, pero solo cortó el aire. Puro desparpajo de potrero. El golero cayó en la ilusión y quedó despatarrado en el verde del Santa Laura. Con el arco vacío, el seleccionado chileno puso el 2-0. Salió corriendo hacia la tribuna oficial, mascando chicle, con una ligera mueca presuntuosa, batiendo el puño derecho mientras miraba las cámaras de la transmisión oficial.

Ya era una exhibición. Una sinfonía armoniosa dirigida por Valdivia. En las tribunas la gente gritaba “¡Ole, ole, ole, ole!”. El martirio no cesó para los tetracolores. El ’10’ estaba pletórico y seguía dejando a sus compañeros de cara al gol. Pudieron venir muchos más. Sin embargo, el tercero llegaría entrado el segundo tiempo. Humberto Suazo, que había salido desde el banco en reemplazo de Héctor Mancilla, se puso a tono con la noche de gala del enganche y con un elegante taco remató el cotejo.

Faena exitosa. Aire para Borghi y para el equipo. Pero Valdivia no iba a dejar las cosas así. Aún le faltaba cerrar la función. Recibió en tres cuartos, con toda calma se giró y levantó la cabeza. Todos los receptores estaban marcados y nadie lo rodeaba. Nunca ha sido de probar desde fuera del área, pero qué más daba. Vio al golero ligeramente adelantado, abrió su pie derecho y la metió de emboquillada en el arco norte del reducto ubicado en Plaza Chacabuco. Lo celebró como si nada, la noche ya era suya. Álvaro Sarabia puso el descuento a cinco minutos del final, pero solo fue un detalle.

A partir de ese duelo Valdivia agarró la manija del equipo y no la soltó más. Le pegaban cada vez más, pero seguía batiendo líneas con sus pases de fantasía. Suazo, Mancilla, Fierro, Jérez y Fernández fueron los principales beneficiados. Hasta el “Kalule” pudo anotar por cortesía del futuro campeón de América.

Pese a no ser un goleador, se dio maña de anotar unos cuantos. Su brillante semestre se vio coronado con la angustiosa definición a penales ante la Universidad de Chile. Con un rosario en la mano corrió desbocado después de que Miguel Aceval sentenciara la serie y le diera el título a los ‘albos’ tras cinco años de sequía. A los días se anunció su venta al Palmeiras por dos millones de dólares. Una ganga que aún le duele a Blanco y Negro.

“Volver a vestir esa camiseta es un sueño desde mi hijo hasta mi madre”, dijo el futbolista el jueves pasado. La opción de volver es, según él, “real y concreta”. Once años después, Valdivia quiere demostrar que aún hay trucos por ver con la camiseta blanca.