Kawhi Leonard, por entonces de 16 años, regresaba a su casa después de jugar un partido de básquetbol. Conducía sin apuros por Los Ángeles, la ciudad de las estrellas. Sonó el teléfono, por la pantalla vio que era una de sus hermanas. Dejó sonar el timbre dos veces, quizás esperando que se cancelara la llamada, pero a la tercera contestó.

“¿Qué pasa?”, preguntó el muchacho. Del otro lado sólo percibía llanto. “Kawhi, papá ha muerto”, le respondieron finalmente.

Mark Leonard, de 43 años, era propietario de un lavado de autos en la calle 400 de North Wilmington Avenue, en Compton. Un barrio bravo, de ostentosas cadenas colgadas del cuello, armas escondidas bajo la ropa y miradas filosas. La tarde del 18 de enero de 2008, a las 18:15 horas, un desconocido le disparó varias veces a Mark. El padre de Kawhi fue llevado al hospital y declarado muerto a las 18:44 horas del mismo día.

Frank Salerno, sheriff del condado de Los Ángeles, afirmó que no hubo arrestos ni causas lógicas acerca del crimen. Hasta el día de hoy no se sabe quién fue el culpable. “No quise creerlo en ese momento”, dijo Kawhi a la cadena televisiva Fox Sports. “No se sentía real para mí”.

Los padres de Kawhi se separaron, pero el jugador era muy cercano a Mark. Todos los fines de semana iba a ayudarlo al trabajo. Se pasaba lavando autos desde temprano hasta la hora de cierre. Allí conversaban de básquetbol, de fútbol americano, de lo que saliera. “La mayor tragedia que tuvo fue su papá”, señaló su madre, Kim Robertson. “Más allá de esto, todo estaba bien. Nunca sufrió, nunca necesitó nada especial. Esta fue su gran tragedia, y la mía también”.

Leonard, que jugaba en Riverside King, tenía que jugar el día posterior de la tragedia contra Compton Dominguez High School por un partido colegial. “¿Estás seguro que quieres jugar?”, “¿de verdad quieres jugar hoy?”, le preguntaba cada cinco minutos el entrenador Tim Sweeney. Su pupilo asentía con la cabeza y un bajo pero distinguible sí. Esa noche, Riverside King perdió 68-60, pero el futuro jugador de San Antonio firmó 17 puntos en su planilla. Cuando sonó la chicharra, el muchacho buscó a su madre y rompió en llanto.

Archivo | Agence France-Presse
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Leonard tuvo un bajón en su rendimiento en los siguientes partidos. Algo normal, el mazazo había sido descomunal. Nadie esperaba que volviera por sus fueros en el corto plazo. Pero el jugador ascendió rápidamente por la grieta en la que había caído. El recuerdo de su padre y su obsesión por mejorar fueron el acicate que lo impulsó. Se pasaba horas en el gimnasio puliendo cada faceta de su juego. Tiro, bandejas, penetraciones, defensa. En los playoffs de ese año llamó la atención por su puntería desde la línea de tres puntos, mucha más fina que en temporada regular. “Sólo lo practiqué. Es mi pan y mi manteca. Trato de hacerlo lo más duro posible noche a noche. Es lo que mi padre hubiese querido”, expresó.

El siguiente paso era el nivel universitario. Tuvo ofertas de los mejores programas de baloncesto de la Costa Oeste de Estados Unidos, pero se decantó por San Diego State por la promesa de continuidad que le hicieron. En su primera temporada jugó 33 de 34 partidos, logrando 17 dobles-dobles, siendo elegido novato del año y parte del equipo ideal de la Mountain West Conference. “Es una rata de gimnasio”, dijo el entrenador de los Aztecs, Steve Fisher. “Está obsesionado con mejorar”, agregó.

En su segunda temporada volvió a estar en el equipo ideal y su nombre apareció en la segunda escuadra All-American. Le quedaban dos años de universidad, pero anunció que quería probarse en la NBA.

Leonard no iba con cartel de superestrella, su lanzamiento errático hacía que muchos dudaran de su supervivencia en la liga, pero Fisher no tenía ninguna duda del destino de su pupilo. Antes de llegar a la NBA, fue claro acerca de Leonard en el Salt Lake Tribune. “Nadie pasa más tiempo en el gimnasio que Kawhi. La gente dice: ‘¿Puede tirar al aro?’ Lo puede hacer al nivel NBA, porque nadie trabaja más que él. Recientemente tuve llamadas cuando no estuve. Me dijeron: ‘Coach, tenemos un problema con Kawhi en el estadio. Ni siquiera están las luces prendidas y Kawhi ya está allí. Lo ha hecho dos días seguidos, desde las 06:30 de la mañana’. Trajo dos lámparas desde su casa, las puso allí y comenzó a tirar“, narró el estratega.

“¿Qué tienes que mejorar para triunfar en la NBA?”, le preguntaron a Leonard aun estando en San Diego. “Todo. Intento mejorar todo para encajar en un equipo. Ese es el jugador que quiero ser, alguien para entrar y hacer un poco de todo. El básquetbol es mi vida“, explicó el joven.

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Leonard fue el decimoquinto escogido del Draft 2011 por los Indiana Pacers. Leonard, sin embargo, nunca jugaría en el equipo en que Reggie Miller se hizo leyenda. Los Pacers lo enviaron a San Antonio a cambio del base George Hill inmediatamente. Al firmar el contrato con los Spurs, Leonard, ataviado con un sobrio traje negro, apenas esbozó una sonrisa. La firma de un contrato con un equipo NBA, el sueño de todo basquetbolista, y que a muchos los lleva al tanto, a Leonard parecía no conmoverlo en absoluto. “Es más serio que un ataque cardíaco”, dijo el entrenador Gregg Popovich.

El joven de 20 años llegó a un equipo comandado por Tim Duncan, Tony Parker y Manu Ginóbili, tres veteranos con futuro en Salón de la Fama. En la banca estaba el mítico Popovich, que lo puliría sin exigirle nada más que mantuviese la cabeza gacha. Para un chico introvertido como él eso no era ningún problema.

En su primera temporada fue escogido para el elenco ideal de novatos y ya en la segunda salió al parqué como titular en todos los encuentros, promediando 11,9 puntos por partido y 6 rebotes. En los play-offs sus números mejoraron y estuvo a punto de obtener su primer anillo en la final contra Miami, pero Ray Allen y un triple milagroso se lo negaron.

“Creo que será una estrella, la cara de los Spurs. En los dos costados de la cancha, es un jugador especial. Y lo que me genera más confianza sobre él es que lo quiere con locura. Quiere ser un buen jugador, mejor dicho, un gran jugador. Llega temprano, se va tarde y es fácil de entrenar, es como una esponja”, dijo ‘Pop’ al comienzo de la temporada siguiente.

San Antonio, con la derrota en mente, fue el mejor de la Conferencia Oeste en la fase regular siguiente. La victoria en las finales de conferencia frente al Oklahoma City Thunder los colocó ad portas de la gloria, pero delante de ella se interponía el mismo rival que el curso anterior: el Miami Heat. Leonard arrancó por debajo de su nivel en los primeros dos partidos, pero se rehízo en los tres siguientes luciéndose en ambos costados de la cancha. Si de un lado la volcaba escandalosamente en la cara de Dwyane Wade, en el otro hacía desaparecer por varios momentos a LeBron James.

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Los Spurs le dieron una paliza al Heat y cerraron la serie con un 4-1. El AT&T Center estaba pletórico, el papel picado había cubierto el parqué, los miembros del equipo gritaban y se sacudían la rabia del año anterior. Por todos lados había abrazos y sonrisas. Kawhi se supone que también lo estaba, aunque su cara no lo manifestaba. Su semblante no cambió cuando lo anunciaron como el MVP de las Finales. Recibió el premio con la felicidad de una persona que se acaba de encontrar una moneda de cien pesos en la calle. Sus compañeros, exultantes, le hacían bromas y lo zarandeaban de lado a lado. Él solo respondió con una risita nerviosa y fugaz.

Con 23 años, se convirtió en el tercer jugador más joven en ganar el trofeo Bill Russell. Solo Magic Johnson y su entonces compañero Tim Duncan lo anteceden en el escalafón. “No creo que me deba comparar a una figura como Johnson ni tampoco como Duncan, lo que he hecho ha sido trabajar duro junto a todos mis compañeros y el premio lo hemos tenido todos al ganar el título”, afirmó. El día en que obtenía su primer y hasta ahora único anillo se conmemoraba el día del padre. Él había perdido al suyo hace seis años.

“La muerte de mi padre posiblemente me hizo crecer más rápido”, dijo Leonard a Sports Illustrated. “No siento pérdidas en mi vida, porque probablemente me enfoque en vivir, porque tenemos que entender cada día como una bendición. Vivir al máximo a diario y trabajar lo mejor posible porque quizás mañana no estemos aquí”.

Su progresión ha ido en constante ascenso. Ha sido nombrado dos veces como jugador defensivo del año y ha estado en el Juego de las Estrellas. Caza rebotes, roba balones con sus gigantes manos, ataca con todos los recursos posibles, no deja nunca en paz a los que defiende. Se ha convertido en un jugador imperial, la esencia de un equipo que mantiene su cultura ganadora, pero ha bajado colectivamente. A él no le importa tirar del carro.

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Siempre se le ve sereno. Pareciera que le da lo mismo si su escuadra está abajo por 20 puntos o si tiene el balón en las manos para hacer el tiro ganador con dos segundos en el reloj. Sólo muestra los nervios cuando le ponen un micrófono por delante. Escucha a Popovich con la abnegación que un acólito le muestra a su sacerdote, no entra en discusiones con nadie, no hace gestos grandilocuentes para apurar a sus compañeros, no se deja ver en alfombras rojas o en otros eventos del jet set. No le interesan las redes sociales.

Aún conduce el viejo Chevy con el que se movía en la secundaria.
Los autos que le han regalado patrocinadores los ha donado a instituciones benéficas. Viste jeans y polera, nada que ver con los looks extravagantes al estilo Rusell Westbrook que abundan en la NBA y sigue luciendo las trenzas que siempre ha tenido.

Se lesionó el tobillo en el quinto partido de la serie ante Houston. Sin él, los Spurs sellaron la eliminatoria con contundencia. En la final de Conferencia, aguardaba Golden State, el gran favorito. San Antonio estaba dando el campanazo en el primer partido, con una exhibición monumental de Leonard. El alero se fue a la esquina para tomar un disparo de tres. El pívot Zaza Pachulia corrió hacia él y saltó con los brazos en alto para obstaculizarle el tiro. Leonard, al caer, pisó el pie del jugador de los Warrios y se resintió de su maltrecho tobillo. No volvió a jugar en ese primer juego, en el que los locales remontaron 25 puntos tras su salida y ganaron el cotejo. Tampoco lo hizo en el segundo encuentro, en el que su equipo fue barrido de la cancha.

Para muchos fue una jugada sucia de Pachulia. El georgiano tiene su historial. Popovich le apuntó los cañones en conferencia de prensa y un grupo de fans de San Antonio lo demandó. Leonard se limitó a decir que no creía que haya sido un movimiento con mala intención, sin lamentos.

No tuvo presencia en el tercer partido y cayeron nuevamente. Si San Antonio quiere conseguir un retorno histórico necesita de él. El número 2 de los Spurs sabe que su tobillo no estará en las mejores condiciones, pero solo necesita que lo deje pisar sin tantas dificultades. A Leonard no lo invade el miedo, ya ha salido a jugar bajo circunstancias muchos peores.