Aplausos y vítores caen de la tribuna oficial del Camp Nou. Por la boca del túnel, aparece Ousmane Dembélé. El francés de 20 años lleva la 11 en la espalda y, a pesar de estar en lo más alto de su joven carrera, se le ve serio. Es tímido, nunca ha sido de sonrisa fácil. Se da vuelta y agradece con las palmas. Suena el himno del FC Barcelona y él domina la pelota para complacer a la pila de fotógrafos apoltronados al otro lado de la raya de cal. Trata de hacer jueguitos, pero el balón se le cae de puro nervio. Él es depositario de las esperanzas de un club que quedó herido en el último verano europeo.

“Jugaba en la calle en un barrio con mucha delincuencia, pero ahora todo está bien”, contó Dembélé. Su vida era un balón redondo, el juguete con que los niños pobres tratan de hacerle el quite a la marginalidad. Si no estaba chuteando de allá para acá, estaba frente al televisor viendo al Barcelona de Ronaldinho, el equipo que lo deleitaba y lo hacía soñar. Tal vez algún día se vestiría de blaugrana y saltaría al césped del Camp Nou. “Se pasaba el día jugando con el balón, yo era bastante estricta con sus salidas, pero lo aceptaba porque él solo quería jugar y jugar. Se pasaba horas. No era como otros niños, él era feliz con un balón y desde pequeño sabía que quería ser profesional”, explica su madre, Fatimata.

Pulía su técnica en la cancha de baby-football. Raspándose las rodillas en el cemento aprendió el control rápido, el malabarismo circense y esa gambeta corta e indescifrable. El padre de un amigo suyo, Moustapha Diatta, lo llevó al equipo de su natal Évreux. Ya era hora de que empezase a jugar en cancha grande. Su primer entrenador, Grégory Badoche, no necesitó mucho tiempo para darse cuenta de la joya que tenía entre sus manos. El desafío para él era enseñarle a jugar al fútbol a ese niño que los quería driblear a todos.

“Le repetí muchas veces que jugar solo no era suficiente y él supo ponerse al servicio de los demás, cosa que no hacía al principio. Me escuchó. En seguida vi que estaba bien asesorado por su familia. Además su mentalidad es muy buena. Por eso creo que se puede esperar mucho de él porque tiene mucha determinación y perseverancia. Sabe muy bien lo que quiere”, comentó el técnico.

Dembélé era muy bueno para el modesto Évreux. Con solo 13 años, era objeto de deseo de varios clubes. Le Havre y el Caen movieron ficha por el futbolista. Sin embargo, ya se les habían adelantado. “Lo querían, pero llegó el Rennes, que se había interesado desde el principio e hizo las gestiones de la manera correcta. Le dieron facilidades para seguir junto a su madre y sus hermanos y eso decantó la balanza”, explica Badoche. “No fue difícil para mí irme al Rennes de niño, ya conocía a gente de allí, hice un campus previo de verano, mi familia fue conmigo, aprendí rápido y progresé mucho sin dificultades”, detalla el futbolista.

“Ous” tenía 17 años, y si bien no había debutado aún en la Ligue 1, sus actuaciones con las selecciones menores de Francia habían llamado la atención de grandes de Europa. Manchester City y Benfica lo pusieron bajo la lupa, pero el que lo tentó fue el Red Bull Salzburg, un club sin prestigio, aunque con muchos billetes. El Rennes rechazó la oferta de los austriacos porque le iba a quedar poco dinero en caja. Dembélé, que solo tenía firmado un contrato como amateur, se plantó y no se presentó a los entrenamientos con su club. Rechazó las ofertas de los rojinegros para firmar como profesional una y otra vez. Pagó el precio de su obstinación quedándose fuera de la nómina sub 19 de Francia porque el entrenador, Ludovic Batelli, argumentó que era “inconcebible convocar a un jugador que no se presenta a un entrenamiento con su club”.

“En el fin del mercado de transferencias, envió un mensaje diciendo que estaba cansado de la situación y que quería dejar el fútbol, por lo que se marchaba a Senegal con su abuela. Me mandó incluso una foto con la tarjeta de embarque. Fue demasiado lejos en su determinación”, contó Mickael Silvestre, por entonces responsable de reclutamiento del Rennes. El directivo relata que las tratativas fueron una auténtica “guerra fría”, aunque finalmente hubo humo blanco.

Dembélé tuvo una eclosión efervescente y en solo una temporada demostró que Francia le quedaba pequeña. El FC Barcelona, el equipo de sus sueños, le puso una oferta sobre la mesa. Era el sueño de todo la vida, quizá nunca lo volviesen a buscar, pero tuvo que decir que no. Lionel Messi, Luis Suárez y Neymar apenas le iban a dejar minutos. Él necesitaba crecer y se fue al Borussia Dortmund, el club que ha esculpido a jóvenes como Mario Götze, Ilkay Gündogan y Robert Lewandowski antes de lanzarlos al estrellato.

En la región del Rhur explotó como una supernova. Se exhibió como un extremo de los de antaño: pegado a la rayada, con mucho desborde, un auténtico abrelatas. Ya sea por izquierda o derecha, nadie sabe cuál es su mejor pie, Dembelé rompía cinturas con su velocidad y regate. El golazo en la final de la Copa de Alemania y el premio al novato del año fueron el corolario perfecto para una temporada de ensueño.

Los grandes de Europa se pusieron a la cola para preguntar por él. En Barcelona, Neymar le hizo su mejor amague a la junta directiva y se marchó al PSG por una cifra récord. El club, desesperado y ridiculizado, se puso en busca de la tercera cabeza para el tridente del que ha vivido las últimas temporadas. Y le echaron el ojo a “Ous”. Los alemanes, sabiendo que el cuadro culé cargaba con dinero fresco en la billetera, no se lo iban a poner fácil en un mercado demencial.

Dembélé volvió en el tiempo e hizo lo mismo que ya había hecho en el Rennes. No entrenó hasta que el club se sentara a negociar. Fue un largo tira y afloja. Varias propuestas, varios rechazos, varias amenazas de “Dembélé no se vende” y varios coscorrones al francés por parte de sus compañeros del Dortmund. El cuadro teutón terminó aceptando los 105 millones de euros, más 40 en variables, por su jugador. El extremo galo se convirtió en el fichaje más caro en la historia del FC Barcelona y el segundo de la historia del fútbol, solo superado por Neymar.

Poco a poco se va acostumbrando a un club que no es para los débiles. Apenas balbucea palabras en español, aunque asegura que aprende el idioma viendo su serie preferida: “Narcos”. Si bien no son pocos los que dicen que en un futuro podría ser “Balón de Oro”, él se contenta con entrenar al lado de Messi, el “mejor de la historia”. En un FC Barcelona en el que la “Pulga” está haciendo de solista, Dembéle quiere ser refresco y diferencia.