Bob Dylan es un iconoclasta. Un artista de época. El símbolo de una generación. Comenzó a forjar su leyenda en los convulsos años 60, recorriendo Estados Unidos de costa a costa con su guitarra, cantando las verdades que sonrojaban a la sociedad del país del norte. El Premio Nobel de Literatura que la Academia Sueca le otorgó está semana terminó por consagrar su estatus de genio.

En los años 70 su vida se cruzó con la Rubin Carter, un boxeador de peso mediano. Carter fue el cuarto de siete hermanos en una pobre familia afroamericana y desde niño tuvo problemas con la ley. Con 14 años fue enviado a un reformatorio, del que luego se escaparía, por robo con intimidación. Él se defendió argumentando que usó la navaja para defender a un boy scout de un tipo que intentaba abusar de él. Tras su huida, se enroló en el ejército, en el que pasaría tres años. Un mes después de haber terminado su instrucción fue detenido por haber escapado del reformatorio. Luego de una estancia de cinco meses, fue liberado, aunque volvió a caer por el robo a una mujer.

Carter necesitaba enrielar su vida. No quería vivir al margen de la ley para siempre. Se dijo a sí mismo que se convertiría en boxeador profesional. Y lo logró. El deporte de los puños, al parecer, lo ayudó a apaciguar sus demonios internos. Bajo el apodo de ‘Hurricane’ (Huracán en español), llevaba un registro como profesional de 27 peleas ganadas, doce perdidas y un empate. En su noche de gloria tumbó al excampeón del mundo Emile Griffith. Tuvo su oportunidad para coronarse monarca mundial en la categoría gallo, pero perdió por decisión unánime ante Joey Giardello en 1964.

Después de años tormentosos, la vida le iba bien. Pero el destino le tenía preparada una trágica vuelta de tuerca. En 1966 fue arrestado, junto a su amigo John Artis, por un triple homicidio en un bar de su natal Nueva Jersey.

El caso causó polémica en una sociedad estadounidense escindida entre blancos y negros. Mientras unos pedían penas ejemplificadoras, otros denunciaban un juicio que se vio salpicado por el racismo galopante de la época. En medio de ese ambiente crispado, la condena fue lapidaria: triple cadena perpetua.

Tras el barullo inicial, los ecos del caso se fueron silenciando. Paulatinamente pasó al olvido. Pero Carter se negaba a aceptar su castigo. Desde la cárcel, escribió sus memorias. El manuscrito llegó a manos de Bob Dylan, que fue a visitar al boxeador a la prisión. En una canción llamada ‘Hurricane’, el músico describió con una poética furiosa las irregularidades del juicio que condenó al boxeador a cadena perpetua: un jurado compuesto solo por personas de raza blanca, testigos que aseguraron que Carter y su amigo nunca estuvieron en el lugar de los hechos, testimonios de dos ladrones que luego se retractarían, pruebas falsas, amenazas de la policía.

“Esta es la historia de Huracán, pero no habrá terminado hasta que limpien su nombre y le devuelvan el tiempo que ha cumplido, lo pusieron en una celda pero pudo haber sido campeón del mundo”, dice la letra.

El caso volvió a la palestra. Importantes líderes de la comunidad negra, entre ellos Muhammad Ali, se acercaron a Carter para darle su apoyo y clamar por justicia.

El autor de Like a Rolling Stone tuvo que soportar varias críticas. Se le acusó de omitir el supuestamente violento carácter de Carter y de exagerar con su calidad como boxeador, además de tomarse demasiadas ‘libertades artísticas’ al escribir la canción.

El juicio se realizó de nuevo en 1975, pero a Carter y a Artis se les mantuvo la sentencia inicial. Diez años después, la justicia determinó el carácter espurio del juicio al que fueron sometidos el boxeador y su amigo. “El castigo correspondió más al racismo que a la razón”, declaró el juez. Carter, cuya historia fue llevada al cine con Denzel Washington, vivió los últimos 20 años de su vida en libertad.