En el marco del ciclo Teatro Hoy, de la Fundación Teatro a Mil, el talentoso y prolífico dramaturgo Alejandro Moreno (“Medea”, “Norte”, “La mujer gallina”, “Tengo un nombre y quiero otro”, “La amante fascista”), estrenó “La trampa”, un texto que el autor define como apropiada para “un lector de teatro más que para un público teatral”.

Un dato relevante respecto del montaje que dirige Horacio Pérez (“Lejos”), ya que la puesta en escena se aproxima o puede entenderse como una lectura dramatizada más elaborada.

Como creador contemporáneo y autor de propuestas escénicas innovadoras, el texto de Moreno plantea una situación abstracta en la que un coro de personas interpela a un hombre que decide separarse del grupo y, después, volver.

Esta suerte de abandono del habitat permite al dramaturgo confrontar y valorar la individualidad y lo colectivo, además de subrayar las aristas críticas, contradictorias e, incluso, antagónicas que existen.

Sin embargo, se puede ver en “La trampa” un factor que ha caracterizado las obras anteriores de Moreno, un piso de materialidad que se combina con el simbolismo de sus propuestas.

En este caso, el texto llega con fuerza y sentido en una puesta en escena gestada con recursos básicos que calzan con una suerte de lectura dramatizada con más desarrollo de lo habitual, ya que contempla el trabajo de un elenco numeroso.

Abstracción y materialidad

Con la dirección de Horacio Pérez, diez actores y actrices hablan y se mueven como un coro, con un mínimo de dos de ellos diciendo textos.

Estos personajes –o, tal vez, sea uno solo- no están atados a un perfil sicológico, sino que equivalen a una voz colectiva, que representaría a la masa y/o al espíritu gregario del ser humano.

Dialogan con un adulto, que esá acompañado de un niño. El hombre permanece en silencio, luego de salir del grupo para convertirse en individuo, en simple mortal, una opción que traerá tensiones, conflictos, certezas e incertidumbres.

Aunque no hay elementos realistas, lo masculino se advierte a través del personaje independizado del grupo, mientras que el coro, integrado por actores y actrices que usan vestuario idéntico, parece asumir una identidad libre y despejada, neutra e indiferenciada.

En un escenario despejado y con el apoyo de una atractiva y funcional iluminación (Rocío Hernández) y la sólida sonoridad que llena el ambiente, de Daniel Marabolí, el coro va construyendo columnas horizontales, verticales y diagonales, de modo preferente, pausado y solemne, mientras entrega sus palabras con diversos énfasis.

Una opción del director que, aunque tiñe de cierta monotonía al montaje, no impide escuchar el texto fluido y poético de Alejandro Moreno ni al espectador interpretarlo a su manera.

Centro Cultural Gabriela Mistral (Gam). Alameda 227. Miércoles a sábado, 21.00 horas. Entrada general $ 6.000; estudiantes y tercera edad $ 4.000. Hasta el 2 de Julio.