Con más o menos nivel artístico y punto de vista original, la cartelera ha presentado obras que incluyen aquello que mejor define a la dictadura militar: la represión política.

“Eva”, escrita por Marcela Shultz y actuada junto a Andrés Rebolledo, se instala en esta sintonía… con un agregado: pese al dolor que la recorre, entrega una visión esperanzadora del ser humano.

Algo poco frecuente en escena, sobre todo en un mundo lleno de violaciones a los derechos humanos y múltiples atrocidades.

En realidad, ninguna propuesta escénica se mira sólo desde el área técnico-artística, menos esas que se asientan en hechos cuyos efectos resonarán para siempre.

Basta ver el cine: más allá del uso propagandístico del llamado “holocausto”, las películas sobre el exterminio judío en Europa por los nazis recuerdan hasta dónde puede llegar la brutalidad humana.

“Eva”, por su parte, suma a la historia grande de Chile testimonios de personas comunes y corrientes, habitualmente ignorados por la historia oficial.

Fragmentos ajenos y propios

Cuando la actriz Marcela Shultz escribió “Eva” tuvo como referencia el relato de Eva Mardones, asistente social y dirigenta comunista de la textil Oveja Tomé (Región del Bio Bio).

Detenida en dos ocasiones por los marinos, en la base naval de Talcahuano y en la Isla Quiriquina, ejemplifica la prisión política sufrida por miles de mujeres en la dictadura.

Con la dirección de Faiz Mashini, la obra también recoge fragmentos autobiográficos y de otros testimonios de personas para quienes siguen vivos los efectos de la pérdida de la libertad y la tortura.

A través de un texto directo y sin eufemismos que une pasado y presente, la propuesta agrega otro factor, la

prisión económica, en alusión al esquema neoliberal predominante en la actualidad.

Cuando la fuerza de la denuncia y la condena ética se funden con el ángulo poético, la obra filtra una sensibilidad cariñosa que, tal vez, sólo es posible encontrar en una mano dramatúrgica femenina.

Cierta simbología también está presente en un montaje donde la actriz, a menudo, se dirige directamente a los espectadores con la mirada y las palabras.

Cuando Eva se encontraba enferma en el frío calabozo, un uniformado le lanzó naranjas por la mirilla, para aliviar

su dolor de garganta y un manojo de ramas para espantar a los ratones que infestaban el recinto.

Un segundo recurso simbólico, tal vez muy evidente, es un personaje que acosa a la protagonista y usa una máscara de doble faz: un mostruoso rostro humano y un asqueroso animal dentudo que en alusión a la maldad y al terror.

Sin embargo, es la esperanza la metáfora que prevalece en el texto y en la acción escénica, una posición que esta Eva contemporánea sustenta incluso cuando se encuentra en las peores condiciones.

Sala Sidarte. Ernesto Pinto Lagarrigue 131. Fono 2 2777 1966. Jueves, viernes y sábado, 20.00. Entrada general $ 5.500; estudiantes y tercera edad $ 3.500. Hasta el 25 de Junio.