Ya se sabe lo que propone en sus obras la compañía La Re-sentida (“Simulacro” “Tratando de hacer una obra que cambie el mundo”, “La imaginación del futuro”).

Quiere que el teatro sirva para algo (o, mejor dicho, saber si sirve para algo), que en escena abunde cierta crueldad, la burla que provoca risa y ayude a reflexionar sobre las cosas y, tal vez, ayudar a generar cambios.

Provocar incomidad con sus irreverencias, ver el teatro como una suerte de campo de batalla (ficcional, obvio) relacionar y confrontar la visión artística con la acción subversiva social y política.

Ironizar sobre sus propias propuestas, darle duro a la derecha en escena pero, especialmente, a la izquierda, responsable de la situación política y social de la actualidad.

Romper todo o casi todos los juicios y prejuiciios, dar paso en plenitud a la propuesta propia, a lo que piensan y sienten, lejos de todo tipo de vaca sagrada.

Una visión anarquista -presente también en “La dictadura de lo cool”- que, a través de crear el caos en escena, dibuja la forma y el fondo que la compañía que dirigeMarco Layera ha patentado (y usufructuado) con éxito en Chile y algunos países de Europa, Esta vez, alrededor de una historia en la que un grupo deamigos y artistas de izquierda celebran la designación de uno de ellos como ministro de cultura, un tipo que transformará el encuentro en una especie de pesadilla, ya que odia lo que representan sus visitas y su hipocresía.

De principio a fin

Algunos recursos que utiliza en “La dictadura de lo cool” la compañía La Re-sentida.

Desde un “entremés” al comienzo de la obra para calentar al público -con una vieja pituca de mierda haciendo una divertida encuesta sobre hábitos y gustos culturales-, hasta un enorme panfleto mural que describe los costos de una verdadera revolución social.

Desde el habitual exceso en vestuario y maquillaje, con participantes sometidos a cierta violencia, hasta proyección en circuito cerrado de imágenes captadas tras bambalinas, directas y grabadas.

Desde registrar en primer plano las miserias humanas de jóvenes intelectuales de la política, hasta exhibir en pantalla lo que pasa en los rincones a los que no tiene acceso el público.

Desde mostrar los gustos, chistes, valores, juicios y prejuicios de políticos que usufructúan de la sociedad, hasta aspectos del trabajo interno de teatristas en sus camarines.

Desde vestir ropa cara y tomar buenos tragos en un casa pulcra y elegante, hasta meterse con ropa y todo en una pileta, instalada en el centro del living.

Desde pasar sin transición del amplio recinto de la casa del ministro de cultura donde se pasa bien, e invitar a media docena de espectadores a ser parte de la fiesta inicial, hasta aludir a las protestas callejeras, con balazos, sangre, muertos y heridos a la vista.

Desde el paroxismo crítico y diatribas contra el público presente, la política en general, la cultura oficializada y los centros culturales con programas para sectores pequeño-burgueses que nada quieren cambiar, hasta trágicas declaraciones personales que muestran un estado de decadencia moral y traición ideológica.

Es posible que esta coproducción entre La Re-sentida y el HAU Hebbel am Ufer, de Berlín, sea la puesta en escena mejor lograda en lo técnico, especialmente, en el plano de la instalación escénica y escenográfica.

Imponente cortina metálica de hilo, luminarias llamativas y brillos por todos lados; escala a un segundo piso donde se sigue el rastro de los personajes.

Variados y efectivos espacios escénicos, como el camarín actoral; una cámara móvil muy bien manejada, precisa en sus enfoques, documental y performativa, además de moverse coordinadamente con el elenco.

Música y universo sonoro grandilocuente y con peso propio, lo mismo que el juego y las opciones de vestuario e iluminación…

En conjunto, dentro de una gran variedad simbólica, más el vértigo del accionar corporal y vocal, discursos políticos intensos y humor en diverso tono, la obra crea un ambiente sólido y de gran espectáculo, un orden dentro de lo caótico que refleja bien el punto de vista de un grupo que utiliza recursos que sabe manejar.

No es raro, entonces, que sus montajes gusten tanto al público europeo de sociedades satisfechas que disfrutan de aquello que rompe con su rutina, como al espectador chileno que ve en escena lo que quisiera decir (¿y lo que debiera hacer?).

Si se sigue la lógica del trayecto performativo de esta compañía, fundada en 2008, tal vez el grupo se esté orientando hacia los espectáculos de calle, donde la performance no tiene límites y puede ser más libre y divertida.

Incluso, dejar de lado el teatro para convertirse en activistas y militantes sociales y políticos.

Centro Cultural Matucana 100. Miércoles a domingo, 20.00 horas. $ 2.000. Hasta el 5 de Junio.