En los últimos días hemos sido testigos de las valientes declaraciones de nuestra atleta Erika Olivera, al develar lo que fue toda una vida de abuso, sometimiento y locura en el seno de su hogar, y específicamente por parte de su padrastro, quien habría sido su violador por más de 15 años.

El testimonio de Erika entrega sin duda un mensaje esperanzador para tantas y tantas personas que transitan en silencio por la vida guardando un secreto que tortura, que martiriza y quizás hasta enferma. Hoy se sabe que al menos una de cuatro mujeres han experimentado abuso sexual en su infancia y en el caso de los hombres la cifra es ligeramente menor.

El otro dato interesante es que la mayor parte de los abusos sexuales ocurren intramuros, es decir, dentro de un hogar o colegio y los abusadores son por lo general, personas cercanas a la víctima.

El otro dato relevante es que un alto porcentaje de las familias existentes en la sociedad como la nuestra, viven en una dinámica de secretos y mentiras; abusos sexuales no revelados, infidelidades y engaños, estafa y mentiras y todo esto, guardado celosamente por los custodios familiares, en verdaderos cofres sagrados desde donde estos secretos no salen, pero que ya dejaron sus estragos.

¿Y que nos lleva entonces a este afán de esconder nuestros secretos más profundos en las catacumbas del inconsciente familiar e individual sin mirar de frente la dolorosa realidad?

Es el miedo. El incontenible miedo a la vergüenza de reconocer que mi vida no es lo que el resto se imagina que es y que mi familia tampoco es lo que proyectan ser. Es el miedo a perder el afecto y el reconocimiento de aquellos que de alguna forma me quieren.

Es el miedo a perder la imagen que el resto tiene de mi y es el miedo a perder incluso el afecto de aquellos familiares que seguramente no me creerán cuando les cuente que estoy siendo abusado.

Es el miedo a reconocerme en la miseria, en la podredumbre humana y muchas veces, reconocerme en un espacio sin salida pues, el terror a mirar mi vida tal cual es puede llegar a ser un obstáculo muy difícil de sortear. Sólo queda mentir y ocultar para “protegerme”.

Es por esto que las declaraciones de Erika tienen tanto valor pues ella, empujada por un coraje interno imparable, decide verbalizar su drama y hacerlo público. El resultado fue entonces una liberación sin precedentes. El alma descansa y me saco literalmente “esa pesada máscara” que por tanto tiempo me coloqué y que ya mi psique no soporta más.

El mensaje por lo tanto es entrar en el espacio de la honestidad y mirar nuestra más cruda realidad con los ojos del coraje reconociendo mi vida tal cual es.

Enfrentar mi miedo, atravesarlo y darme cuenta que detrás del miedo no hay nada terrorífico, solo liberación. Buscar la contención profesional adecuada o quizás sólo el cálido abrazo de ese amigo a amiga que sabrá escuchar sin enjuiciar, abrazar mi llanto contenido por tanto tiempo y soltar, soltar tanto dolor acumulado y comenzar mi proceso de sanar.

La verdad libera y el reconocimiento del dolor guardado sana. Tomemos la decisión de limpiar estos secretos, hablar y conversar desde la más profunda honestidad, develando nuestros miedos y temores y reconociéndonos en nuestra más absoluta vulnerabilidad y sin olvidar nunca que, “personas heridas, hieren personas”.

Gracias Erika por tan valioso y valiente testimonio, sin duda tu vida a partir de ahora ya no será la misma y quizás, inicies el proceso de sanar que implica soltar y descubrir el tremendo poder del Perdón.

Fuerza y coraje para los que sufren en silencio el dolor de lo oculto y nutran sus corazones del amor más genuino, aquel que nace del mirarnos desnudos en nuestra más absoluta indefensión.

Oscar Cáceres
Coach y speaker interncional
@ocaceresp
www.oscarcaceres.com