Quizás no lo sepan, pero este domingo se cumplieron 57 años desde que un talentoso, motivado y orgulloso joven llamado Cassius Clay, ingresó al boxeo profesional.

Reciente campeón olímpico en Roma 1960, se mostraba al mundo este prodigioso y arrogante deportista de 1,91 metros que se movía como una verdadera gacela. Era un luchador innato que luego se convertiría en el único en ganar 3 veces el campeonato lineal en la categoría peso pesado, bajo la tutela de su célebre entrenador, Bundini, que lo alentaba en cada pelea: Rumble, young man, rumble!

Sin embargo, no conforme con el efímero dinero y fama con los que los héroes del combate se regocijan, se convirtió al Islam y con el nombre Muhammad Ali se convirtió en uno de los agentes históricos más importantes de la lucha contra el racismo y la guerra en el tercer mundo. “No tengo problemas con los Viet Cong… porque ningún Viet Cong me ha llamado nigger”, comentaba a las cámaras, después de que se le suspendiera su licencia para boxear en 1966 por más de 3 años, robándole los mejores años de su carrera a cambio de la fidelidad hacia sus ideales, su raza y su religión.

Ali destaca entre todos sus colegas, incluyendo a Marciano, Tyson, Mayweather, porque fue un hombre poderoso que demostró que el poder real no estaba en sus guantes, sino en sus ideas y actos cívicos. Pasó de ser un joven negro de Kentucky, campeón de un deporte basado en la desigualdad social, a un influyente activista político al cual siguieron millones de admiradores de todas las razas y naciones.

¿De dónde venía ese poder? Pongámonos sociológicos… Poseía un capital cultural, por su vasto conocimiento sobre la historia religiosa y afroamericana gracias a Malcolm-X y Elijah Muhammad; un capital económico que alcanzó más de 50 millones de dólares y un capital social gracias a su fama, carisma y talento pugilístico mostrados reiteradamente en la prensa. Aquel conjunto de atributos, tan escasos entre la población a la que representaba, conformaba su capital simbólico, o sea el valor que la gente admiraba, seguía y quería imitar de él, a fin de cuentas la definición misma del poder.

Fue de los pocos que dio la vuelta larga sin rendirse. Los poderosos de siempre, en cambio, conocen el atajo: se hacen de los colegios/universidades, empresas y medios de comunicación/lobby. Se agarran de todo para asegurarse el poder y temen constantemente perderlo porque reconocen su labilidad. Como decía lord Varys en Juego de Tronos “El poder reside donde la gente cree que reside. Es un truco. Una sombra en la pared. Y un hombre pequeño puede proyectar una sombra grande”.

¿Por qué les hablo de poder? Bueno, estamos a menos de un mes de las presidenciales y un 83% de los chilenos no se identifica con ninguna posición política. En otras palabras no se sienten representados. Hay un vacío de poder palpable, un cuestionamiento masivo al status quo, tal como en los tiempos de Ali.

Si bien los medios de comunicación se centran, con justa razón, en los escándalos de corrupción, que es la mayor causa de desconfianza hacia el poder político, esto es sólo una manifestación extrema de un problema estructural. Es la punta de un iceberg tremendamente frágil, que se derrite aún más rápido que un casquete polar y sobre el cual se agarran a combos desesperados nuestros candidatos presidenciales. Porque el nuestro es un sistema rígido, pero muy inestable.

Por eso el debate más interesante y productivo está en sus bases, donde combaten sobre todo los líderes intelectuales de la nueva generación. El sistema político-económico de un supuesto país modelo del desarrollo en Latinoamérica basado en el libre mercado versus la igualdad social de un estado garante de derechos básicos a la población. Ahí luchan la derecha progre (Kaiser, Kast, etc.) contra la izquierda executive (Mayol, Boric, etc.). Ahí la discusión saca chispas, parece hasta entrete, como para disfrutarla con snacks.

Pero ejercitando las neuronas, la cosa no es taaaan adrenalínica. Hay varios consensos entre tanta bravata. Me parece bueno ya que permite ver que ambos rivales son más bien potenciales aliados, que pueden aprender el uno del otro, como en un entrenamiento entre dos boxeadores imberbes, pero inspirados y prometedores.

Pensémoslo. ¿Podría financiarse una igualdad de derechos esenciales como educación, salud y vivienda sin un libre mercado? Porque viendo los datos duros, sí ha habido mejoras sustanciales. Desde 1990 a la fecha el porcentaje de personas viviendo en la pobreza se ha reducido de un 68% a un 11,7%. En cuanto a desigualdad, entre 1990 y 2015 el índice Gini, respecto a los ingresos per cápita de los hogares, disminuyó de 52,1 a 47,6. Entre 2000 y 2015 los ingresos del decil más pobre crecieron en un 145%, mientras que los del decil 10 lo hicieron en 30%. Esto principalmente por el aumento de obra calificada y aportes estatales a los deciles más vulnerables.

Todo va bien hasta ahí. Sin embargo el decil más “rico”, donde están aquellos con mayores capacidades de emprender y con nulo apoyo estatal, es el más desigual. ¿El 10% con más lucas gana 26 veces más que el 10% más pobre? Pues sujétense que el 0,1% más rico gana 214 veces más que el resto de Chile y de ahí para arriba se pone aún más brígido.

A su vez la inequidad en plata está vinculada a desigualdad de poder. En una economía donde hay enormes oligopolios, especialmente farmacias (coludidas 24/7), aerolíneas (que hoy lloran por el ingreso de LAW y JetSmart), AFPs (regalo forzoso de José Piñera) e Isapres (como Masvida, de hija ilustre a bastarda penquista) se les niega sistematicamente financiamiento a microempresarios, a la vez que CORFO le presta 1 millon de dólares a Papa John’s (ligado a Hernan Somerville).

Esa es la desigualdad de la que menos se habla pero que es enormemente perjudicial en un país cuyo erario está sostenido por industrias con mínimo valor agregado como la minera, pesquera y maderera. ¿Puede haber libre mercado, principio fundamental para un sistema neoliberal exitoso, sin cierta igualdad? ¿No se ven acaso aquí las 2 caras de una misma Moneda?

Los que queremos mocha preguntamos dónde está entonces el mayor combate del siglo XXI si no es entre el Estado y el Libre Mercado, entre la izquierda y la derecha. Creo que al final está (redoble de tambores) entre el uso y abuso del poder. Por eso es muy importante que la nueva generación de ciudadanos poderosos, nacidos en dictadura y desarrollados en democracia, se prepare. Sobre todos los privilegiados con una buena educación, puesto que los más fuertes revolucionarios (como Rodríguez, Balmaceda, Hurtado, Allende) venían de la élite cultural, económica y social.

Los desafío, ilustrados mozalbetes que mañana serán los mayores líderes del pueblo chileno. Como lo hacía el poderoso Ali, alcemos la mirada, observemos, analicemos, critiquemos y actuemos como ciudadanos conscientes. Flotemos como mariposas y piquemos como abejas. Por la libertad, por la igualdad. Para que no nos sigan vacilando los mismos huevones de siempre. ¡Atentos! En guardia, gancho, jab, juego de piernas, gritemos… Rumble, young man, rumble!

Javier Lastra
Inenarrables.cl