Hace 72 años, la pretensión demencial de instaurar la supremacía mundial de una raza superior era destruido en medio de la devastación de Europa, al concluir la Segunda Guerra Mundial.

Las tropas soviéticas, tras meses de cruentas batallas tomaron Berlín, la capital del “Tercer Reich”, así como, ingleses y norteamericanos ocuparon toda Alemania, precipitándose la rendición de los restos del Ejército prusiano que poco antes era el amo de Europa.

Ante ello el núcleo rector del partido nazi decidió autoeliminarse, mientras otros huían y eran capturados para ser juzgados y ejecutados por crímenes de guerra y de lesa humanidad, aunque unos cuantos lograban ocultarse bajo otras identidades en diferentes países.

A la postre, esa rabiosa élite genocida era aplastada y destruida por la coalición constituida entonces por la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Reino Unido, los países que asumieron la confrontación bélica, que se enfrentaron y derrotaron a la poderosa maquinaria castrense del Estado prusiano, impuesto a Alemania y conducido por los nazis.

El costo de la Guerra fue terrible, 60 millones de vidas de seres humanos de diversas nacionalidades, en particular, 20 millones de soviéticos, la destrucción de Europa, gran parte de Asia y África, y el terrible holocausto sobre el pueblo judío, que significó el implacable asesinato en diferentes campos de concentración de 6 millones de personas de esa condición.

Europa quedó diezmada por los afanes expansionistas de un grupo extremista, que logró capturar el poder en una nación tan decisiva en el mundo, como lo es Alemania. Lo hicieron desatando el odio racial y el ultra nacionalismo, que constituyeron el caldo de cultivo del militarismo con que invadieron el continente más densamente poblado del mundo.

Ahora en Francia, el rechazo a Le Pen, no es ajeno a la memoria histórica de lo que ha significado el extremismo irracional de aquellos que han intentado una supremacía mundial desatando las más crueles consecuencias sobre pueblos inocentes y naciones pacíficas.

El derrumbe del poder de los nazis posibilitó una nueva época de cooperación internacional que se debe preservar ante la reaparición de los que cultivan la confrontación y la enemistad entre los pueblos. Los adversarios de la cooperación pacífica no han desaparecido, hay que estar alerta para derrotarlos.

Por eso no hay que olvidar que cuando se desata una confrontación irracional se aplastan y atropellan los derechos humanos; en consecuencia se debe lograr que perdure en las conciencias la voluntad de mantener la paz y de avanzar hacia una sociedad más justa, sobre la base del respeto a la dignidad del ser humano y a la soberanía e independencia de las naciones.

Camilo Escalona Medina
Expresidente del Senado
Vicepresidente Nacional PS