A diferencia de “Hellen Brown”, obra anterior de Trinidad Piriz y Daniel Marabolí, esta vez, la dupla desarrolla una dramaturgia en conjunto con Mónica Drouilly, donde el texto y, sobre todo, sus detalles juegan un rol distinto e indispensable para seguir el relato escénico.
“Fin” tiene como referencia la desaparición de un joven holandés de 18 años, cerca del volcán Osorno, en 1985, un caso policial muy complejo que se toca con la represión en dictadura, dotado de múltiples matices y variantes, sospechas fundadas (incluso con culpables, según la obra), pero aún sin verdad judicial.
Las producciones de Piriz y Marabolí se caracterizan porque se arman sobre la base prioritaria de la sonoridad, recurso con los que generan universos atrayentes, en diálogo con el radioteatro.
Al mismo tiempo, el colectivo utiliza la autobiografía y la performance como soportes de sus historias, a través de espectáculos con un manejo técnico de mucha precisión creativa.
Esta vez, lo autobiográfico se instala en la forma como trabajan y se involucran en este caso policial, obsesión que los realizadores reconocen, quizás, porque era la manera de proyectar los múltiples vericuetos de una situación sobre un muchacho que desapareció mientras vacacionaba en Chile… Porque fue confundido con un perseguido político.
Entre otras cosas, por el impacto que les provoca que los padres del joven vengan a buscarlo a nuestro país desde hace 32 años.
O, porque pese a los antecedentes recopilados y la convicción respecto de la participación de un alemán de Colonia Dignidad que se pasea por su país, este caso policial todavía no ha sido resuelto.
Voces y sonidos
Grabaciones, entrevistas, testimonios de prisioneros en Colonia Dignidad, fragmentos de archivos judiciales y de prensa, línea de tiempo escrita en una pizarra, grabadoras a la vista, discursos frente a micrófonos y ante el público…
Caracterización de personajes, razonamientos y conclusiones en voz alta, compromiso personal, emotivo y corporal con la causa… Son recursos organizados por los actores en escena.
El tema ético y los desencuentros con la justicia institucional sobrevuelan esta ficción que se instala en los datos duros que la hacen un poco menos performática y fresca, aunque no pierde su sentido.
Las voces en vivo y grabadas que se proyectan con ciertas “distorsiones” forman parte de un universo sonoro que delinean el perfil artístico del colectivo y, junto a otros recursos, siempre están en función del relato para identificar, diferenciar o enfatizar situaciones y personas, y el sentido de lo que revelan.
Así, en un ambiente escenográfico que cumple un rol secundario y cierta penumbra (con golpes de luz que alertan al espectador, en momentos), predomina la sonoridad para un relato que llega al oído y que, esta vez, busca estacionarse en un nivel más racional del espectador, para asociarse a fuego con un desaparecido que tiene rostro, nombre y apellido.
Teatro Sidarte. Ernesto Pinto Lagarrigue 131. Jueves a sábado, 21.00 horas. Entrada general $ 5.000; estudiantes y adultos mayores $ 3.500. Hasta el 24 de Junio.
