Basada en la película de Fassbinder, el director Thomas Ostermeier muestra algunas de las cualidades con las que deslumbró en su versión de “Hamlet”, exhibida en Chile, en 2011.

Excelente manejo actoral del multifacético elenco (entre ellos, Robert Beyer y Sebastian Schwarz, de “Hamlet”) y el perfil crítico político y social frente a una temática valiosa, pero más acotada.

Esta vez, propone una historia cotidiana, incluso, íntima, la del matrimonio Braun, plenamente vigente, aunque su contexto sea la post guerra en Alemania.

Hoy como ayer, el dinero mueve los afectos y las relaciones personales, también las interfiere hasta distorsionarlas al punto de la descomposición.

Y es lo que ocurre con María, en 1943: luego de casarse con Hermann, un soldado que tiene que regresar en 24 horas a la batalla, se desatan acontecimientos que a todos fagocitarán.

Termina el conflicto bélico y como él no vuelve, ella lo supone muerto, por lo que se sumerge en el trabajo para sobrevivir, como todas las mujeres alemanas, junto con entablar una relación con un militar estadounidense.

Pero el retorno intempestivo del marido y encontrar al extranjero con ella en la cama, induce la tragedia y la extraña y descontrolada reacción de María: asesina con el taco aguja de su zapato al norteamericano.

Hermann se auto inculpa, cae en prisión, por lo que María, siempre a la espera de su marido, se dedica con furia al trabajo,

en un ambiente donde el dinero es la medida de todas las cosas, además de emparejarse con Oswald y convertirse en una mujer de buena posición económica y social.

Otra cosa extraña: luego de quedar en libertad, Hermann se va al extranjero, sin explicación alguna, por lo que María cambia radicalmente y amasa a una mujer dura y despótica.

Al tiempo sabrá que Hermann había aceptado el 50% de la riqueza que Oswald le dejaba si le permitía vivir sus últimos años con ella.

Fue durante la lectura del testamento cuando María se entera de la traición de su esposo… y hace estallar la casa.

Realismo y tintes brechtianos

El traspaso del cine al teatro no tiene fisuras ni desbalances, la propuesta se irá desarrollando con apego a la síntesis y a los soportes teatrales, con el elenco desplazándose en el amplio escenario, cubierto por una veintena de sillones que forman alrededor de media docena de espacios escénicos.

Sacar a luz lo que hay detrás de las máscaras surge como punto de vista del director, en este caso, descubrir qué motiva las ambiciones, qué reflejan esas conductas.

Ostermeier entrega un relato realista con tintes brechtianos contemporáneos y recurre a la ironía dura y a la burla contra hipocresía, falsedad y formalismos sociales.

De esta manera, diluye la seriedad formal en una cita ceremoniosa o contrasta la tragedia en desarrollo con transmisión radial del partido con que Alemania obtuvo el campeonato mundial de fútbol (Suiza, 1954).

La obra es intransigente en exhibir la inexistencia de sentimientos o, mejor dicho, cómo los afectos se encuentran aherrojados a los negocios y a la acumulación de riqueza.