Este martes falleció el antipoeta chileno Nicanor Parra a los 103 años, una de las últimas grandes figuras de la literatura hispanoamericana del siglo XX.

El escritor y matemático rompió con todos los esquemas al inventar la antipoesía, creaciones irreverentes y transgresoras que sorprendieron por salir completamente de lo tradicional.

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En esa línea, su obra se destaca por poseer mucho humor y recurrir a lo absurdo para expresarse. No obstante, este particular estilo no impedía a Parra realizar profundas reflexiones por medio de sus escritos.

Justamente uno de sus textos en los que medita sobre temas más profundos es Discurso fúnebre, publicado en el libro Versos de salón (1962). Allí se dedica a analizar varios aspectos referentes a la muerte.

Por una parte, se pregunta algo sobre lo que de seguro muchos hemos pensado: “Quiero saber si hay vida de ultratumba. Nada más que si hay vida de ultratumba”.

A ese tema le dedica varias líneas, llegando a la desesperación por no hallar la respuesta. “Tumbas que parecéis fuentes de soda, contestad o me arranco los cabellos”, bromea.

También habla sobre lo que hacen los vivos cuando muere uno de sus seres queridos, a quienes se dirige de forma crítica.

“Hay una gran comedia funeraria. Dícese que el cadáver es sagrado, pero todos se burlan de los muertos. ¡Con qué objeto los ponen en hileras como si fueran latas de sardinas!”, exclama.

Si quieres leer su reflexión completa, aquí te presentamos su poema:

Discurso fúnebre

Es un error creer que las estrellas
pueden servir para curar el cáncer
el astrólogo dice la verdad
pero en este respecto se equivoca.
Médico, el ataúd lo cura todo.

Un caballero acaba de morir
y se ha pedido a su mejor amigo
que pronuncie las frases de rigor,
pero yo no quisiera blasfemar,
sólo quisiera hacer unas preguntas.

La primera pregunta de la noche
se refiere a la vida de ultratumba:
quiero saber si hay vida de ultratumba
nada más que si hay vida de ultratumba.

No me quiero perder en este bosque.
Voy a sentarme en esta silla negra
cerca del catafalco de mi padre
hasta que me resuelvan mi problema.
¡Alguien tiene que estar en el secreto!

Cómo no va a saber el marmolista
o el que le cambie la camisa al muerto.
¿El que construye el nicho sabe más?
Que cada cual me diga lo que sabe,
todos estos trabajan con la muerte
¡Estos deben sacarme de la duda!

Sepulturero, dime la verdad,
cómo no va a existir un tribunal,
¡o los propios gusanos son los jueces!
Tumbas que parecéis fuentes de soda
contestad o me arranco los cabellos
porque ya no respondo de mis actos,
sólo quiero reír y sollozar.

Nuestros antepasados fueron duchos
en la cocinería de la muerte:
disfrazaban al muerto de fantasma,
como para alejarlo más aún,
como si la distancia de la muerte
no fuera de por sí inconmensurable.

Hay una gran comedia funeraria.

Dícese que el cadáver es sagrado,
pero todos se burlan de los muertos.
¡Con qué objeto los ponen en hileras
como si fueran latas de sardinas!

Dícese que el cadáver ha dejado
un vacío difícil de llenar
y se componen versos en su honor.
¡Falso, porque la viuda no respeta
ni el ataúd ni el lecho del difunto!

Un profesor acaba de morir.
¿Para qué lo despiden los amigos?
¿Para que resucite por acaso?
¡Para lucir sus dotes oratorias!
¿Y para qué se mesan los cabellos?
¡Para estirar los dedos de la mano!

En resumen, señoras y señores,
sólo yo me conduelo de los muertos.

Yo me olvido del arte y de la ciencia
por visitar sus chozas miserables.

Sólo yo, con la punta de mi lápiz,
hago sonar el mármol de las tumbas.

Pongo las calaveras en su sitio.

Los pequeños ratones me sonríen
porque soy el amigo de los muertos.

Estoy viejo, no sé lo que me pasa.
¿Por qué sueño clavado en la cruz?
Han caído los últimos telones.
Yo me paso la mano por la nuca
y me voy a charlar con los espíritus.