La última novela de Álvaro Bisama indaga en las angustias, la soledad, la depresión y el vacío (o muerte) que le provocan a un reportero gráfico en tiempos de la dictadura (el protagonista de El brujo) su trabajo, las imágenes de captura de la represión y la violencia de esos años.

El texto de Bisama –que, como escritor, no está entre mis favoritos- es particularmente notable en sus primeras páginas (hasta un poco antes de la 60), con una descripción y análisis profundo y lúcido de lo que le puede pasar a los fotógrafos que registran la violencia, esas personas que están inmersas en violencias extremas y, aparentemente, no se afectan, no se sienten tocados por ellas.

“El tiempo devora al tiempo del mismo modo en que la luz se come a la luz, dijo. Fue entonces que pensé que las imágenes enferman, afectan a los cuerpos, los cambian. Nunca había pensado en eso. Yo era alguien que traficaba con imágenes.” (pp 148)

La espiral –una especie de remolino que lleva a las profundidades, a la oscuridad- en la que cae el reportero es una larga pesadilla de depresión, de miedo, de vacío. Y aunque a ratos la historia se hace poco verosímil, lo esencial –lo que le pasa, siente y vive el protagonista- tiene una solidez y consistencia apabullante.

La historia la cuenta el hijo del fotógrafo, a través de sus vivencias (las menos), las conversaciones con su padre y los relatos que éste le hace. Ese juego genera diversos juegos de interpretación, suertes de espejos, que dan diversas distancias e interpretaciones que hacen más duro o inascible –aunque comprensible- el drama del protagonista.

El brujo es un libro notable, profundo, pero hay que estar con ánimo para leerlo.