Entre los 17 candidatos (13 hombres 4 mujeres) postulando al Premio Nacional de Literatura, que este año “corresponde” a poesía, Hernán Miranda (Quillota 1941) es de los menos conocidos.

Hernán Miranda es de bajo perfil, no es ni un poeta maldito, ni un intelectual profundo o rebuscado, el defensor de un pueblo o el representante de un grupo que se debe reivindicar. De seductor tiene muy poco. Tampoco tiene una personalidad arrolladora, o un imán particular. Su obra no es prolífica, aunque tuvo auspiciosos premios en su juventud (incluido el de Casa de las Américas, en 1976 por “La Moneda y otros poemas).

Sucede que Miranda, poeta y periodista, habla bajo, es de movimientos lentos, de observaciones profundas sobre cosas mínimas. No pretende deslumbrar, pero logra conmover.

De los libros que de Hernán Miranda tengo, hay un fragmento de un poema (por cierto no está entre los mejores según algunos críticos) que, en particular me conmueve y que guardo con particular cariño:

“Pido que cuando muera no pongan una cruz en mi tumba
Pongan un sol
Pongan por último un girasol, una naranja madura
Pero entiendo que tal vez es demasiado pedir.”

Hernán Miranda no tiene pasta para grandes eventos, discursos o hechos heroicos. Después del Golpe, por error, fue otro Hernán Miranda periodista –y no poeta- el que fue apaleado y torturado en su lugar.

Así, en esta su vida, un tanto esquiva, Miranda simplemente no tiene posibilidad de ganar el Premio Nacional de Literatura. ¿Qué se premia cuando se premia a un poeta con el Premio Nacional? Podemos suponer muchas cosas, en especial a la luz del particular jurado (Adriana Delpiano, Ministra de Educación; Ennio Vivaldi, Rector Universidad de Chile; Jaime Espinosa, Rector UMCE representante del CRUCH y Adriana Valdés, representante de la Academia Chilena de la Lengua), pero Miranda no calza con ninguna de ellas.

En un país con pocos premios y reconocimientos, Miranda merece al menos que cumplamos lo que pide…

Dejo el poema:

El puntual sol de todos los días

Así es la acción humana en el mundo.
Nada quitamos ni ponemos; pasamos y olvidamos;
Y el sol es puntual todos los días.
Fernando Pessoa

El sol de todos los días es lo que estaba ahí
mirándome a los ojos
Él y yo solos en medio de la vastedad
del gentío en flujo y reflujo
Para él yo era un punto lejano
iluminado cada día
con regularidad de quién tiene
una larga y responsable tarea por delante

El sol me miraba en forma paterna
sin importar donde yo estuviera
Y dejo constancia de que esto estuvo ocurriendo
desde que mi madre me dio, justamente, a la luz
uno de los habituales días soleados de Quillota.

El largo brazo del sol me acompañó donde quiera que yo haya estado
El sol
esa estrella que vista desde lugares remotos es una débil lucecita
titilando
con nosotros invisibles agarrados a su lumbre
girando y consumiéndonos
de generación en generación
de luz a sombra.

Pido que cuando muera no pongan una cruz en mi tumba
Pongan un sol
Pongan por último un girasol, una naranja madura
Pero entiendo que tal vez es demasiado pedir.”

Anna Pink y otros poemas
Hernán Miranda
Ediciones Barbaria
Santiago de Chile, 2000