La novela de Vladimir Rivera nos lleva a ese sector de la Zona Central de Chile que tienen como epicentro a Parral e incluye Linares, Cauquenes y Colonia Dignidad, entre otros. Un espacio rural, de introspección, de miradas oblicuas, como de abandonos y cosas no dichas, subterráneas. No por casualidad Colonia Dignidad esta(ba) ahí.

Rivera escribe como si fuera él, el Vladimir protagonista de su primera novela
, haciéndose un guiños en el propio libro (“Señalaba que el 92,7% de los escritores universales han escrito un texto cuyo protagonista es escritor” -pp 165), hablando de su tierra natal.

Vladimir es un niño extraño que quiere ser escritor, poeta como tantos de su ciudad y los alrededores. Es un niño que va creciendo pero sigue en el mismo curso, no sabemos si por tener algún nivel de autismo o por otra razón. No importa. Su padre, ausente, es un reconocido poeta que aparece como un fantasma, como Recaredo, dos años menor que él pero en el mismo curso (después lo “pasa”), a ratos su competencia, otras veces un fantasma, o su hermano.

Rivera construye una historia con otro tiempo, o más bien con un tiempo propio, ralentizado, como si el peso de los ambientes, de las relaciones, de la atmósfera lo frenaran. Con personajes fantasmas, de relaciones aparentemente sin profundidad. Donde las cosas, la vida, no tienen sentido aparente, salvo por pequeños detalles, por frágiles y precarios salvavidas (como ganar un premio literario consistente en un diploma y una entrada al cine).

Juegos Florales es un libro inquietante, que atrapa y, al mismo tiempo, no es fácil de agarrar, que instala la soledad como una condena y la locura como un destino. Un libro que nos interpela desde esa ruralidad, desde esos pueblos fantasmas tan chilenos, tan de ese país que no es pero que se resiste a morir (a pesar de los esfuerzos del “modelo”).

Juegos Florales

Vladimir Rivera Órdenes
Emecé Cruz del Sur
Editorial Planeta Chilena S.A.
Santiago de Chile, octubre de 2017