Hay libros buenos, otros que disfrutan de un justo olvido y aquellos definitivamente sospechosos, casi gritándonos “¡arriba las manos!”. Sin consideración alguna César Valdebenito entra en esta última categoría con un ruido tan estridente como un disparo de perdigones en los ojos.

Por Marcel Socías Montofré

Y es que un comienzo en prosa que luego se transmuta a poesía y termina en obra de teatro (con el perdón semántico de cada una de las categorías mencionadas), no es algo fácil de digerir cuando a vuelo de primera página ya entra la duda de si el autor está experimentando, divirtiéndose, haciendo gala de ciertos recursos literarios o definitivamente es una broma. No muy graciosa, por cierto, porque confundir irreverencia con exceso de morbosidad inhibe hasta la más indulgente de las sonrisas.

Lo primero son los cuentos. Se supone que futuristas. Se supone, porque de futuristas no hay acto creativo alguno, salvo lugares tan comunes como una ciudad de Concepción apocalíptica, con las típicas ruinas urbanas, los típicos personajes que vagan sin destino (algo así como un Mad Max comprando bonos en Fonasa) y diálogos tan inverosímiles que generan la primera de las sospechas: o son una exquisita evolución del lenguaje… o el autor estaba un poco apurado por llevar el manuscrito a la imprenta.

Luego viene la poesía… con ella la segunda sospecha. Preguntarse, por ejemplo: ¿qué relación tienen los versos con los cuentos que le anteceden? Si la respuesta es “ninguna”, entonces queda la sensación de que había que aprovechar la cantidad de hojas y rellenar con algo. Como esos días en que llegan invitados y claro, la cazuela alcanza para todos echándole un poco más de agua a la olla, pero del sabor mejor no hablar.

La tercera y última sospecha es la textura de diván freudiano con que se palpa una obra de teatro que no tiene más escenario que una cama, dos personajes desnudos y sexo, más sexo, más sexo… salvo algunos respiros donde hasta Bukowski clamaría por un balón de oxígeno.

Eso es todo. Bueno, en realidad, eso es todo lo que se puede leer en 109 páginas donde, en beneficio del autor –y nobleza obliga-, surge cierta duda, incluso un solidario afán por diseccionar el libro letra por letra con buena fe y esperanza de encontrar algún mensaje de los iluminatis que no somos capaces de alcanzar entre tanta metáfora disparada a diestra y sobre todo siniestra. Valdebenito no es un novato, por cierto. Cuenta con varias obras publicadas (aunque, claro, cantidad jamás ha sido calidad) y es colaborador de ciertas revistas. Por lo mismo es que bien podemos suponer cierto juego sólo disponible en las estanterías donde llegan los más sagaces. De hecho, el mismo Valdebenito advierte que “si tienes talento lo demás no importa”.

Y por eso también la sospecha: o estamos frente a un autor incomprendido que el tiempo ha de resarcir hasta sentenciar con la más justa de las hogueras este comentario literario… o simplemente Jorge Baradit tiene razón –en loable actitud de apoyo- cuando comenta en la contraportada del libro que se trata de “una molotov. Un manojo de letras, actos y tres cuentos que puede ser arrojado como una granada de mano. No te lo comas, es venenoso”.

La muchacha que deseaba vivir en el invernadero
César Valdebenito
Ediciones C&M
2016