Kenia y Arabia Saudita se estrenan en el Festival de Cannes sin pasar desapercibidos. El primero, porque su filme fue prohibido por las autoridades, y el segundo porque el reino ultraconservador confirma así su apertura al mundo del ocio.

Kenia desembarca en el mayor festival de cine del mundo con Rafiki, de la joven directora Wanuri Kahiu, y presentado en la sección Una cierta mirada.

La película narra la historia de amor entre dos mujeres que pertenecen a campos políticos opuestos, en un país en el que “las mujeres de bien se convierten en buenas esposas” y donde la homosexualidad es ilegal.

Pero el filme topó con la censura del país, al ser juzgado contrario a la “cultura y los valores morales del pueblo keniano”.

“Los adultos kenianos son suficientemente maduros y lúcidos (…) pero sus derechos fueron negados”, reaccionó la directora tras conocerse la prohibición. Al saber que había sido seleccionada en Cannes, escribió en Twitter: “Yes we Cannes”, jugando con la fórmula de Barack Obama “Yes we can” (Sí se puede).

Kahiu tardó cinco años en materializar su película, inspirada en el libro Jambula Tree, de la ugandesa Monica Arac de Nyeko, laureada con el Premio Caine, una de las recompensas más prestigiosas de la literatura africana en lengua inglesa.

Por su parte, Arabia Saudita dio la sorpresa al anunciar a fines de 2017 que abriría salas de cine en el reino.

En Cannes, se tratará principalmente de una participación simbólica en el Mercado del Filme, paralelo al Festival, con la proyección de varios cortos y la organización de encuentros profesionales.

“Son totalmente nuevos en el mundo del cine, porque están abriendo sus primeras salas, pero con una política aparentemente vigorosa para a la vez atraer rodajes y formar a jóvenes estudiantes y cineastas”, explicó a la AFP Jerôme Paillard, director del Mercado del Filme.

Esta decisión se debe en gran parte a la ambición del poderoso príncipe heredero Mohamed bin Salman de promover una imagen moderna de su país.

En 2017, las autoridades religiosas saudíes se indignaron contra la apertura de salas de cine y la celebración de conciertos, tachándolas de fuente de “depravación”.