Luego de las exitosas propuestas de los dos últimos años con “La traviata” y “Otello”, el Teatro Regional del Maule vuelve a apostar por una obra de Verdi. Con dirección musical de Francisco Rettig, un elenco de artistas casi completamente chileno -sólidamente apoyado por la experiencia del barítono Omar Carrión- donde regresa el tenor nacional radicado en Europa Giancarlo Monsalve y destaca el debut en exigentes roles de dos de las cantantes locales más elogiadas -Paulina González y Evelyn Ramírez-, especial y valioso lucimiento tiene la excelente escenografía digital. Este sábado 2 se ofrecerá una segunda versión, y vale la pena viajar hasta la capital de la Séptima Región.

Por Joel Poblete

¡Qué gusto da comprobar en vivo y en directo cómo la ópera se sigue abriendo camino a lo largo de Chile! En los últimos años ya se ha ido convirtiendo en tradición que distintas ciudades y regiones se atrevan con el género lírico, ampliando los públicos y demostrando que fuera de Santiago también es posible apostar por este tipo de espectáculos. ¡Y mayor mérito considerando cuando se cuenta en gran medida con talentos nacionales! En los últimos años Rancagua, Concepción y Temuco han dado importantes pasos, y particularmente en Talca el Teatro Regional del Maule (TRM) es uno de los escenarios que más permanentes esfuerzos ha estado realizando en este ámbito. Luego de las buenas experiencias los dos últimos años con “La traviata” y “Otello”, nuevamente están ofreciendo un título de uno de los grandes maestros de la historia de la ópera: el italiano Giuseppe Verdi. El turno ahora es de la popular “El trovador”, que tuvo su estreno la noche del jueves 30, se está presentando con su título italiano original, “Il trovatore”, cuenta con un elenco casi completamente chileno, y tendrá una segunda y última función este sábado 2.

Poseedora de algunas de las melodías más sublimes, contagiosas e irresistibles del repertorio verdiano, esta obra a la vez suele ser criticada por su argumento y libreto (que incluye bebés perdidos, triángulos amorosos y maldiciones de gitanas vengativas), pero si se la analiza con atención, pese a esos elementos que pueden ser objetados, tiene un ritmo teatral envidiable, es ágil y nunca baja la intensidad dramática, por lo que maneja los contrastes entre lo lírico y lo poético y las pasiones más desbordadas de una manera que pocas óperas han logrado igualar o superar. En esta ocasión, una vez más la dirección musical, al frente de la Orquesta Clásica del Maule, está en manos de su director titular Francisco Rettig, el maestro chileno que ha destacado a nivel internacional y quien hace pocas semanas dirigió en el Municipal de Santiago otro título verdiano: “Aida”. Su lectura es vigorosa y aunque en algunos momentos no siempre apoya por completo a los solistas vocales (lo que incide en ocasionales desajustes), tiene instantes muy lucidos y sabe transmitir lo teatral y comunicar tanto el dramatismo como el lirismo de algunos pasajes.

En el rol titular, el trovador Manrico, luego de su aplaudido debut protagonizando “Otello” el año pasado, regresó el tenor chileno radicado en Europa Giancarlo Monsalve, quien a lo largo de una década de actuaciones internacionales ha logrado cantar en escenarios tan conocidos como la Arena de Verona, el Covent Garden de Londres y las Óperas de Zurich y Baviera, entre otros. Con un físico adecuado al perfil romántico del personaje que encarna, Monsalve tiene una voz de spinto de innegables cualidades, aunque su registro, la proyección y la emisión de las notas es muy variable a lo largo de la función; su canto arrojado y no demasiado sutil, así como el particular fraseo, parecen más adecuados al estilo verista que a Verdi, pero si bien no se lució tanto como cabía esperar en su gran escena -el aria “Ah si, ben mio” y la siempre temida “Di quella pira”-, estuvo mucho mejor en el último cuadro de la obra y considerando las demandas del papel, cumplió de manera eficaz y logró entusiasmar a la audiencia.

TRM
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Uno de los aspectos que más expectativas generaba entre los operáticos locales era el debut de dos de las cantantes chilenas más elogiadas del último tiempo, en roles considerados entre los más demandantes de sus respectivas cuerdas: la soprano Paulina González como Leonora, y la mezzosoprano Evelyn Ramírez como la gitana Azucena. La primera ofreció en lo escénico una versión más decidida y aguerrida que lo habitual en el personaje, mientras en lo vocal partió muy cauta, cuidando especialmente las notas agudas, pero su cometido fue progresando a medida que avanzó la función, culminando en una estupenda penúltima escena de la obra, donde supo asumir con inteligencia y delicadeza una tras otra la tremendamente exigente y expuesta “D’amor sull’ali rosee”, seguida por el “Miserere”, “Tu vedrai che amore in terra” y el dúo con el barítono; por supuesto que podrá seguir profundizando su Leonora con el paso del tiempo, pero para ser la primera vez, fue un nuevo y meritorio logro de esta artista que sigue dando importantes pasos en la ampliación de su repertorio, y continúa así con la senda verdiana iniciada con su Violetta en “La traviata” y Desdémona en “Otello”. Por su parte, Ramírez nos tiene acostumbrados no sólo a su enorme calidad como intérprete, sino además al eclecticismo en las obras que aborda: tan cómoda en el barroco, Mozart y Rossini como en Mahler o en obras de autores como Stravinsky y Weill, o en la “Carmen” que volvió a cantar recientemente en Rancagua, en un principio por temperamento y color vocal no parecía muy idónea para Verdi y la vengativa gitana Azucena; y aunque en efecto en el balance final no parece estar en su total elemento en este célebre personaje, se desempeñó con su habitual profesionalismo y seguridad, con su ya conocido desplante actoral unido a una excelente caracterización y maquillaje, y supo adecuar su voz a lo que demanda la partitura, culminando en una muy lograda y electrizante escena final.

Quien ofreció la labor más completa y satisfactoria de entre los cantantes principales fue el más veterano, y a la vez el único integrante internacional del elenco, el barítono argentino Omar Carrión, muy conocido por el público chileno y quien siempre ha destacado por sus interpretaciones verdianas: en el Municipal de Santiago ha cantado en “La traviata”, “Rigoletto”, “Simón Boccanegra”, “Los dos Foscari” y también en “El trovador” la última vez que esta obra se ofreció en Chile, en 2013. En 2012 ya había cantado en el TRM, como Fígaro en “El barbero de Sevilla”, y ahora regresó a ese escenario apenas un par de días antes del estreno, para reemplazar al colega originalmente considerado para el rol del Conde de Luna, el barítono chileno Arturo Jiménez. Carrión demuestra un oficio a prueba de balas, sabe manejar muy bien su voz y su canto noble fue el más adecuado al estilo del compositor, lo que el público supo apreciar, a juzgar por los sonoros aplausos recibidos al término de la función.

El bajo David Gaez ha demostrado en diversas ocasiones en los principales escenarios del país su talento y calidad vocal, pero interpretando a Ferrando -un rol menos relevante que los cuatro solistas principales, pero que de todos modos presenta innegables exigencias- no estuvo en una de sus mejores noches, al menos en el estreno; muy adecuado en la zona media y grave, tuvo problemas en prácticamente todas las notas altas, aunque fue correcto en lo escénico. En personajes secundarios, estuvieron bien la soprano Camila Guggiana como Inés, el tenor Gonzalo Araya como Ruiz, y dos integrantes del coro que tuvieron intervenciones solistas: el tenor Edman Leal como mensajero y el barítono Gonzalo Orellana como un gitano. Por cierto, el excelente coro, dirigido por Pablo Ortiz, fue uno de los elementos más sólidos de la función.

Y otro de los aspectos que ayudaron a hacer más valioso este título en el TRM fue definitivamente su propuesta visual. Cada vez más fogueado como director escénico en teatros dentro y fuera de Chile -hace pocas semanas estuvo a cargo de la “Carmen” en la Medialuna de Rancagua-, el cantante Rodrigo Navarrete fue el responsable de una puesta dinámica y viva, preocupada de los detalles y alejada del estatismo en que a veces caen otros montajes de este título, la que incluso contó en una escena con la participación de soldados reales del 16o Regimiento de Infantería de Talca. Fundamental en su cometido fue la notable apuesta por una escenografía no corpórea en el sentido tradicional del término, en base a paneles movedizos donde se veían digitalmente los distintos ambientes de cada escena, y que además de permitir un adecuado uso del espacio generaron cuadros de gran belleza, contextualizando de manera notable la trama, con el apoyo de la iluminación a cargo del experimentado Ramón López; el vestuario, al parecer proviene de distintos orígenes, porque no ofrece una unidad de estilo, aunque de todos modos cumple y es funcional. Este concepto escénico, cada vez más usado a nivel internacional pero prácticamente inédito por estos lados, fue un auténtico acierto y estuvo a cargo de un equipo del TRM encabezado por el diseñador Claudio Rojas y el audiovisualista Alvaro Lara. Una solución digna de aplausos y que puede permitir la realización de más espectáculos de este tipo a lo largo del país. Un nuevo paso adelante en la difusión del género lírico en Chile, por el cual vale la pena viajar a la capital de la Región del Maule.