A propósito de los recientes atentados en Bruselas, y otros anteriores, diversos medios de comunicación y analistas han venido utilizando conceptos como “enajenados”, “irracionales”, “locos” y “demenciales” –entre otros similares–, para referirse a quienes cometieron esos atentados, así como a los actos mismos. De hecho, la propia presidenta de la República, Michelle Bachelet, al referirse a los atentados en la capital belga, señaló que esas acciones “no persiguen sino someter nuestra convivencia al miedo y la sinrazón”.

Estos juicios de valor acerca del estado mental de quienes realizan estos atentados, la calificación de los mismos y sus objetivos en dichos términos, resultan fundamentalmente erróneos, e incluso jurídicamente exculpatorios si por ejemplo, se los invocara como atenuante de la responsabilidad de sus autores frente a un Tribunal.

El diccionario de la Real Academia Española define terrorismo como: “Dominación por el terror”, “Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”, y “Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos”.

Ya a partir de estas definiciones académicas, resulta evidente que los actos terroristas, así como quienes los cometen, son cualquier cosa menos “enajenados”, “locos”, “demenciales” o “irracionales”, y sus objetivos en caso alguno tienen que ver con la “sinrazón”.

Politológicamente además, el uso del término “terrorismo” –esto es, “terror por sí mismo” –, resulta impropio aunque sea un lugar común, toda vez que estas acciones, como bien señala la definición de la RAE, utilizan el terror como un medio para obtener “fines políticos”, y no como un fin en sí mismo.

En efecto, el “terror” es un arma más, una herramienta incluso, utilizada en todos los conflictos durante la historia, no como un fin en sí mismo, sino como un medio para obtener fines políticos, que son el objetivo último de toda guerra.

El 11 de septiembre de 1541, las tropas de los caciques Tanjalonco y Michimalonco, asaltaron e incendiaron la incipiente ciudad de Santiago. Cuando se encontraban a punto de vencer a los españoles, Inés de Suárez decapitó y lanzó las cabezas del gobernador incásico Quilicanta y de otros caciques que se encontraban prisioneros, sembrando el terror entre los atacantes y salvando la ciudad.

Si bien en este ejemplo, el uso del término “terrorismo” es impropio, e incluso totalmente anacrónico, citarlo nos permite acreditar que el acto mismo de causar terror, así como de quienes lo ejecutan, carecen por completo de “irracionalidad”, de “locura”, o “sinrazón”. De hecho, Chile existe como lo conocemos, precisamente gracias a la acción fría, terrorífica y sanguinaria, pero completamente racional y justificada en términos bélicos, de Inés de Suárez hace ya 475 años.

En la actualidad, diversos atentados “terroristas” se han venido sucediendo en La Araucanía, algunos de ellos con víctimas fatales. Quienes los ejecutan –la mayoría chilenos de origen mapuche, y posiblemente algunos mercenarios extranjeros–, no son “locos”, no actúan “sinrazón”, y tampoco pretenden causar terror por el sólo hecho de causarlo.

Se trata de acciones lógica y fríamente calculadas, racionalmente ejecutadas y completamente justificadas desde la perspectiva de un conflicto asimétrico, donde el objetivo fundamental de la fuerza menor –los grupos subversivos que operan en la zona–, es afectar las condiciones subjetivas de la fuerza mayor, el Estado de Chile, para equilibrar, e incluso anular el diferencial de fuerzas objetivo.

Frente a estas acciones, la respuesta del Estado no puede basarse en comprender estos hechos como “locuras”, y a quienes los ejecutan como “enajenados”. De ser así, no sólo se los estaría exculpando a priori en términos jurídicos, sino además, cometiendo un grueso error de base al no identificar los fines completamente racionales, sean justificados o no, que en términos políticos esos actos persiguen obtener.

Del mismo modo, los atentados ocurridos en Bruselas, en París el año pasado, en Londres en 2013, en Madrid y Beslán en 2004, en el Teatro Dubrova de Moscú en 2002, y en muchas otras ciudades del mundo, son acciones de guerra de uno o varios conflictos asimétricos: responden a una precisa planificación, lógica y fría ejecución –un “loco” no está en condiciones mentales para armar una bomba, y menos para planificar y realizar un atentado–, y persiguen diversos objetivos políticos plenamente racionales.

En el caso de los atentados de Moscú y Beslán, por ejemplo, el resultado final fue que la opinión pública rusa –esto es, las “condiciones subjetivas” de la Fuerza Mayor–, terminó volcándose en un 70% a favor de algún tipo de acuerdo con los rebeldes chechenos, frente a un 16% favorable a continuar la guerra.

De este modo, pese a todo el poder militar ruso en términos objetivos, los “terroristas” chechenos lograron vencer en términos subjetivos, y por ende, lograron imponer sus objetivos políticos. Otro resultado no esperado del conflicto, fue que las tropas y policías rusos que invadieron Chechenia, terminaron por acostumbrarse a cometer actos de terror, brutalidad y crímenes de lesa humanidad, y al finalizar la ocupación volvieron a sus regiones de origen en Rusia actuando de la misma forma.

Así, los rusos incluso fueron vencidos a nivel ético, ya que terminaron actuando del mismo modo que los “terroristas” chechenos, incluso después de la guerra.

Como apuntamos con las citas del inicio, el verdadero territorio de los llamados “terroristas”, no está en los actos que cometen por sí mismos: como vimos, el uso del “terror” es simplemente una táctica más, que se enmarca en la estrategia de la “Vía Armada”.

El verdadero territorio en que se sitúan estos atentados, y el motivo fundamental por el cual no se han detenido y no se detendrán, es porque constituyen hechos altamente simbólicos, y por la gigantesca publicidad que les brindan gratuitamente los Medios de Comunicación.

El atentado de Bruselas no sólo fue simbólico por los lugares donde se efectuó, sino fundamentalmente porque la fecha en que se efectuó tiene profundo significado para los árabes –sean musulmanes o no–, ya que en marzo de 1916 las potencias europeas firmaron el llamado “Acuerdo Sykes-Picot”, por el cual se repartieron los restos del imperio Otomano al finalizar la primera Guerra Mundial, como bien apuntó la abogado Giovanna Medina en una columna en video en “El Mostrador”.

Así, al cumplirse 100 años de la firma que terminó con la dinastía del califato osmanlí, y que determinó los conflictos de Palestina, el Líbano, Siria, Irán e Irak, los miembros del llamado “Estado Islámico”, atentaron en el corazón de Europa –a metros de la sede del Parlamento Europeo-, precisamente para recordar que uno de los objetivos declarados de la organización es revertir los efectos del acuerdo Sykes-Picot.

Del mismo modo, los atentados que han venido sucediéndose en la Araucanía, no se producen porque se trate de la llamada “Causa Mapuche” ni porque sus autores sean o no sean Mapuches: es porque esa supuesta causa y la posible pertenencia de algunos autores de los atentados a esa etnia, son utilizadas por los grupos subversivos como justificación y causa de su accionar para obtener fines políticos.

De este modo, cada vez que se comete un nuevo atentado –y que simbólicamente estos grupos ganan territorio–, los Medios de Comunicación se transforman en las verdaderas “Armas de terror masivo” que logran que esa violencia “pese sobre el ánimo colectivo y determine los comportamientos”… Sin el apoyo de esas armas, las acciones “terroristas” simplemente carecen de sentido.

Entonces, la primera batalla verdadera que debe darse, es contra la penetración ideológica de la que los Medios de Comunicación se hacen parte, por ejemplo, al denominar estas acciones como el “Conflicto Mapuche”, o “Terrorismo Islámico”.

No hay “Conflicto Mapuche”, así como no hay “Terrorismo Islámico”.

Hay algunos mapuches que participan en grupos que están en lucha armada contra el Estado de Chile, y hay algunos musulmanes que participan en el llamado “Estado Islámico”, que está en lucha armada contra las potencias occidentales.

En ambos casos, lo que sí hay es diversos grupos subversivos que están empleando la táctica del “terror” para promover sus propios objetivos ideológicos. En definitiva, aquí y allá hay personas que –en pleno uso de sus facultades mentales–, han optado conscientemente por el uso de la violencia extrema para imponer sus demandas.

Por mucho que pueda doler para los parientes y la sociedad en su conjunto, su objetivo no son las víctimas, no son los agricultores, los tractores, las casas, los camiones o las escuelas, no son las estaciones de metro, los aeropuertos o los centros de poder mundial: su objetivo es que esas acciones sean ampliamente publicitadas –como lo han sido–, por los medios de comunicación, para que usted, yo y todos nosotros, incluidas las propias víctimas circunstanciales, lleguemos a tener miedo, lleguemos a sentir terror.

Ese es el territorio que ellos desean conquistar, un territorio en nuestra mente, en nuestra alma y nuestros corazones, donde el miedo determine nuestro comportamiento.

Si los periodistas, los medios de comunicación, los analistas, las autoridades, los jefes de Estado y la sociedad en su conjunto, siguen calificando estos actos como meras “locuras de enajenados”, y sus objetivos como “sinrazones” o “sin sentido”, dando amplia publicidad a sus efectos sin detenerse a analizar sus causas, fundamentos y objetivos reales, seguirán actuando como los mejores aliados del “terror” y los “terroristas”, a los que supuestamente pretenden derrotar.

Alexis López Tapia
Investigador

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