La intolerancia ante la diversidad, el desinterés de conocer a inmigrantes, homosexuales o personas de otro grupo socio-económico, la preferencia por las multas o sanciones para mejorar la convivencia y la percepción de que conductores y ciclistas son agresivos, están entre las conductas negativas que los chilenos más perciben en la calle y el transporte público.

Así lo demostró el Primer Estudio de la Universidad Andrés Bello (UNAB) sobre la Convivencia en la Ciudad, que realizó la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales UNAB con Adimark. El objetivo fue caracterizar, a partir de la percepción ciudadana, la convivencia urbana en espacios públicos abiertos (calle), cerrados (centros comerciales) y transporte. La encuesta, que se realizó en el segundo semestre de 2015, se aplicó en forma presencial a una muestra de 811 hombres y mujeres, entre 18 y 85 años, de grupos socioeconómicos C1, C2, C3 y D, residentes en Santiago (400) y el Gran Concepción (411).

“Tras conocer los datos podemos decir que las ciudades chilenas son espacios de habitabilidad distinta para jóvenes y viejos, para hombres y mujeres y, principalmente, para ricos y pobres. La segregación urbana que caracteriza a Santiago y Concepción es la expresión física de la desigual distribución de recursos que existe en Chile y que impacta en la calidad de la convivencia urbana”, explicó Marcela Flotts, miembro del equipo de investigación y directora de la Escuela de Trabajo Social UNAB.

El estudio sugiere que la experiencia deficiente de convivencia es una carga adicional en los segmentos más pobres, quienes perciben más situaciones contra-convivencia, como agresividad, suciedad, y aislamiento. Mientras los estratos altos tienen mayor impresión de buen trato en espacios abiertos, cerrados y transporte.

“La distancia social y geográfica entre grupos sociales provoca que las relaciones de intercambio por nivel socioeconómico sean vistas con desconfianza por los sectores más acomodados. Ello lleva a reflexionar sobre las diversas –y en muchos casos invisibles– manifestaciones de la desigualdad en nuestro país, cuyos impactos colindan con las formas de relacionarse de unos y otros y la manera cómo vivimos la ciudad y el mundo del otro”, explicó la socióloga Claudia Mora, directora de investigación de la Facultad de H. y Ciencias Sociales UNAB.

Además, los resultados revelan que entre las cualidades más valoradas en el otro están la amabilidad, honestidad, el respeto hacia el otro y la solidaridad (entre 15% y 27%), más aún para las personas mayores. Sin embargo, los chilenos muestran un bajo interés en conocer a personas de otros estratos socioeconómicos u orientación sexual, excepto en los jóvenes.

Diferencias entre ciudades

En el Gran Concepción, un mayor número de personas dice haber presenciado situaciones conflictivas en su entorno urbano, pero en Santiago fueron más los encuestados que reconocieron haber intervenido directamente en este tipo de casos. La razón que más se esgrime en el Gran Concepción para no actuar en los casos conflictivos es el miedo al otro.

La apreciación negativa de la convivencia en sectores socioeconómicos bajos también muestra diferencias entre los sectores vulnerables de Santiago y del Gran Concepción. En la capital la pobreza se vive de una manera más hostil que en regiones. La percepción de amabilidad y preocupación por el otro en este segmento están más presentes en Concepción que en Santiago.

No obstante los penquistas expresan casi el doble de desinterés por conocer a gente de una orientación sexual distinta en comparación con Santiago, desinterés que aumenta a medida que aumenta la edad

“Desigualdad, territorio y convivencia parecen ir de la mano, de modo que estamos en presencia de modos de segregación de formas de vida que se reproducen a sí mismos, lo que atenta contra el sentido de pertenencia ciudadana”, dijo Mauro Basaure, investigador y académico de Sociología UNAB.

¿Cómo mejorar?

El estudio reveló que existe gran inclinación hacia el uso de la sanción como herramientas para regular y mejorar la convivencia.

Frente a la pregunta sobre las iniciativas que podrían mejorar la convivencia, los sectores más altos (C1) y más bajo (D), mujeres y de mayor edad (46 a 85 años) son quienes más se inclinaron por las opciones: “Imponiendo multas a quienes rompan las reglas”, “Sancionando con trabajos comunitarios” e “Imponiendo mayores sanciones a quienes rompan las reglas”.

Las personas de niveles medios (C2 y C3) y adultos-jóvenes (26 a 45 años) privilegian mecanismos más comunitarios. Ellas, además, expresaron en mayor medida “no haber presenciado” situaciones conflictivas (como saltarse la fila, asaltos, agresiones a otras personas, entre otras).

“El estudio muestra que los grupos socioeconómicos y etarios presentan diferentes opiniones respecto a cómo enfrentar los problemas de convivencia. De hecho, llama la atención el interés en lo punitivo como actitud de resolución, lo que sugiere un alejamiento de la sociabilidad de quienes habitan nuestras ciudades y más bien refleja que éstas se están transformando en lugares fragmentados, con escaso sentido de pertenencia”, dijo el psicólogo Borja Castro, miembro del equipo de investigación y académico UNAB.