La última vez que un presidente de Estados Unidos visitó Cuba -en el lejano 1928- recibió una bienvenida apoteósica, y su delegación bebió ron cubano como si fuera el día del juicio final.

¿Piensa que eso no volverá a ocurrir cuando el presidente Barack Obama aterrice el domingo? Mejor no haga esa apuesta.

Han pasado nueve décadas, una Guerra Fría y muchos tragos amargos después del olvidado viaje de Calvin Coolidge a La Habana, pero la atmósfera que rodea la visita de Obama tiene ciertas similitudes.

Obama, como Coolidge, es un presidente que trata de dejar su marca personal en política exterior durante su último año de mandato.

En su caso, busca poner fin al enfrentamiento entre Washington y La Habana comunista, que se remonta a 1959 cuando Fidel Castro expulsó del poder a Fulgencio Batista, un cercano aliado de Estados Unidos.

Cuando Coolidge, conocido en la historia de la Casa Blanca como “el silencioso Cal” llegó a La Habana, también cumplía una misión de paz: amortiguar la ira regional por la ocupación militar de Nicaragua y Haití así como el dominio de las bananeras estadounidenses.

Coolidge llegó abordo del acorazado USS Texas, buque insignia de un convoy que incluyó un crucero y tres destructores. Fotos publicadas en ese momento por la revista cubana Bohemia, muestran a los cubanos en el paseo marítimo y en la calles, recibiendo al mandatario.

“Las multitudes eran tremendas y entusiastas”, relató Beverly Smith Jr, reportero de un periódico que cubrió el viaje, pero que 30 años mas tarde escribió el verdadero relato de la visita en el Saturday Evening Post.

A pesar de que su caravana atravesó animadas multitudes “que le lanzaron besos y arrojaron flores”, el austero Coolidge ni siquiera se quitó el sombrero, escribió Smith.

Sin embargo si lo hizo al inclinarse hacia “un grupo de mujeres jóvenes alegremente pintadas” y su “Madame”.

A diferencia de Coolidge, Obama llegará a La Habana por aire. Pero su caravana presidencial, encabezada por su limusina blindada, “la Bestia”, rodará desafiante por la calles de una ciudad que durante décadas se preparó para una posible guerra con su vecino gigante.

Nicholas Kamm | AFP

Nicholas Kamm | AFP

La Habana le reserva una acogida muy animada, en varias partes de la ciudad cientos trabajadores pintan y limpian, mientras la población muestra excitación por el acontecimiento que vivirá.

“Esto debería haber ocurrido hace mucho tiempo”, dijo a la AFP el constructor Sergio Fundora, de 52 años, durante una pausa en las frenéticas obras de restauración.

Dipsomanía y diplomacia

La fascinación de los cubanos por Estados Unidos fue totalmente recíproca de parte de los estadounidenses que buscaron diversión durante la visita de Coolidge.

Smith describió que los funcionarios y periodistas, libres de la férrea Ley Seca, hicieron un tour por los bares de La Habana. “Un buen grupo de nosotros salimos de fiesta”, escribió.

Sin embargo, durante una recepción oficial, Coolidge desplegó “una obra maestra de acción evasiva” con los tragos que le ofrecía un camarero.

Actualmente, con el relajamiento del embargo económico que realiza Obama y el aumento de visitantes norteamericanos a la isla, La Habana está ganando rápidamente reputación de ser una ciudad fiestera.

En bares como “El Floridita”, uno de los mas antiguos y reputados de La Habana, los “daiquiris” fluyen veloces por el mostrador para bebedores en su mayoría extranjeros.

William Arias, un camarero de 52 años, dijo que era “muy posible” que la delegación de Coolidge haya estado allí, pues “en aquel tiempo los americanos que iban a beber, venían a este bar”, del que el escritor estadounidense Ereste Hemigway era habitué.

Los planes de Obama para beber en Cuba, serían aprobados por el estricto Coolidge.

“Con suerte, voy a tener tiempo para disfrutar una taza de café cubano”, escribió Obama a Ileana Yarza, una cubana de 76 años, en una misiva enviada esta semana en el vuelo inaugural que restableció el servicio postal entre los dos países después de cuatro décadas.

Pero la historia podría repetirse si la delegación estadounidense quisiera abastecerse de ron cubano.

La ley estadounidense todavía restringe a 100 dólares el alcohol o el tabaco que los viajeros puedan ingresar desde Cuba. Una cantidad insuficiente que apenas da para una caja de 25 puros, pero alcanza para varias botellas de ron de siete dólares la unidad.

El problema, señala una columna de consejos de este mes del diario The Washington Post, es que los límites de peso de las aerolíneas pueden forzar a la difícil decisión de “elegir entre el ron y la ropa”.

Este dilema no afectó a los norteamericanos en 1928, pues discretamente se les dijo que podían llevar bebida desde Cuba, pese a la prohibición vigente en Estado Unidos.

Smith quería llevar seis botellas de medio galón de Bacardí, pero no cabían en su maleta, dejando al periodista ante la disyuntiva que el Post describe actualmente ¿Qué decidió?.

“Descarté la mayor parte de la ropa” dijo un decidido Smith.