Una carretera une las zonas insurgentes del este de Alepo con Turquía. Es una especie de cordón umbilical por el que transportan armas y provisiones para soportar el asedio contra este bastión bombardeado por la aviación siria.

En la ciudad de Gaziantep, en Turquía, las oenegés se movilizan para organizar el abastecimiento de Alepo, donde viven entre 250.000 y 300.000 personas demasiado pobres para poder huir o demasiado implicadas en lo que llaman la “revolución” para abandonar el combate.

“El asedio de las fuerzas del régimen todavía no es hermético, queda un acceso por el oeste que se llama la carretera del Castello. Aunque está bajo fuego de casi todas las partes (en conflicto) y es por lo tanto muy peligroso”, explica Asad al Ashi, director de la oenegé Baytna Syria.

“Puede cortarse en cualquier momento”, añade, “pero tengo un amigo que fue a Alepo hace dos días y pasó”.

La gente apura los preparativos. “Las organizaciones humanitarias sirias, hay más de un centenar en el lugar, almacenan todo lo que pueden en el interior de la ciudad. El consejo local de Alepo formó una estructura de urgencia (…) En el caso de un asedio completo, Alepo puede aguantar al menos un año, quizá más”, augura Al Ashi.

Desde el comienzo de febrero la hipótesis de un asedio completo de las zonas controladas por los rebeldes gana fuerza debido a la ofensiva de las tropas del presidente sirio Bashar al Asad, apoyadas por la campaña aérea rusa.

Los insurgentes que logran llegar por la carretera del Castello al otro bastión rebelde de Idlib, al noroeste, multiplican los convoyes de armas y de municiones y envían refuerzos a la ciudad. La harina, el aceite, el azúcar, el material médico se almacenan por toneladas.

El espectro del cerco de la ciudad de Homs, más al sur, que capituló después de casi tres años de aguante está en mente de todos.

‘Aquí no será lo mismo’

“En Alepo no será lo mismo”, asegura Manhal Bareesh, un opositor sirio, ex miembro de un efímero gobierno provisional instaurado por la rebelión.

“Las zonas son mucho más extensas, están mejor defendidas. están cavando vías semienterradas, trincheras, túneles para poder seguir circulando. Este asedio nunca será hermético”, estimó.

Los hospitales y las estructuras médicas, blanco frecuente de ataques para desmoralizar a los civiles y a los combatientes, pasaron al subsuelo, al igual que algunos colegios de los barrios más expuestos.

“Los médicos que tenían que irse se fueron. Los que se quedaron saben lo que les espera y son voluntarios, es su elección”, añade Manhal Bareesh.

Tienen presente otro caso: el de Grozny, la capital de Chechenia devastada por la artillería y la aviación rusa hace 20 años.

“Todo depende de Moscú”, asegura Asad Al Ashi. “Bashar está dispuesto a destruirlo todo si hiciera falta para obtener una victoria en Alepo. No tiene los medios, ni los soldados para recuperarla. Si hubiera que arrasarla, como Grozny, ¿los rusos aceptarían hacerlo?”

“Creo que seguirá siendo un frente abierto durante años, quiza veinte, treinta años”, responde. “La resistencia está dispuesta a aguantar a toda costa, a traer todos los refuerzos de combatientes que pueda. Los turcos harán lo posible por ayudarlos, por abastecerlos”.

Manhal Bareesh asegura que desde el 5 de febrero la aviación rusa llevó a cabo más de 2.000 bombardeos sobre posiciones rebeldes, provocando el éxodo masivo de refugiados hacia la frontera turca, que sigue cerrada.

“Les importará un bledo repetir lo de Grozny”, dice. “Si la ONU, los estadounidenses y el resto del mundo miran hacia otro lado, no hay esperanza”.