Entre increíbles disfraces, musas con bikinis dorados que se contonean a ritmo de samba y miles de animados bailarines agitando sus caderas sin descanso, lo último que uno espera encontrar en el Carnaval de Rio es a un hombre con una camiseta marcada con la palabra “disciplina”.

Pero detrás de los focos, de los suntuosos carros alegóricos y los sensuales bailes, las instrucciones de Paulo Roberto son la razón por la que el Carnaval tiene toda la eficiencia y precisión que parece faltar en otros muchos aspectos de este enorme y convulso país.

Enfundado en su poco glamurosa camisa, Roberto, de 50 años, es uno de los miembros de la afamada escuela de Salgueiro que se encarga de que los componentes de la comitiva lleguen a tiempo y sepan dónde ir.

YASUYOSHI CHIBA / AFP

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“Estamos aquí para que todo el mundo esté en su sitio”, explicó mientras la escuela se preparaba el lunes para marchar por los 700 metros del Sambódromo en la segunda noche de los desfiles de la élite del Carnaval.

Los integrantes del equipo de disciplina participan del complejo proceso de colocación para el recorrido, caminan apresurados mientras los bailarines pasan por el Sambódromo y les ayudan a salir de la Avenida cuando termina el espectáculo. “Somos como guías”, afirmó.

Con los 3.500 participantes en el desfile de Salgueiro preparándose, muchos de ellos portando cómicos y desgarbados disfraces, seis carros alegóricos que evocaban desde los jardines de Babilonia hasta un palacio y ante 70.000 espectadores, a Roberto le queda mucho trabajo por delante.

CHRISTOPHE SIMON / AFP

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Lucha contra el tiempo

La producción de las escuelas de samba es un milagro de organización que convierte a miles de bailarines aficionados con disfraces hechos a mano en un espectáculo equivalente a los que se programan en los grandes teatros y óperas del mundo.

Al contrario de lo que suele ocurrir en Brasil, los desfiles comienzan puntuales y las reglas estipulan que no deben durar más de una hora y veinte minutos exactos. El trabajo, sin embargo, comienza al menos seis meses antes con los ensayos, la recogida de fondos, la elección y composición de la música, además de la confección de los elaborados disfraces.

CHRISTOPHE SIMON / AFP

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Los pequeños e importantes detalles de los que preocuparse son infinitos. Apenas horas antes de salir a desfilar con Salgueiro, Olga Braga, de 53 años, seguía cosiendo su enorme falda roja y negra. “Sólo para reforzarla”, aseguró.

Cerca de allí, un grupo de adolescentes baría el piso de los carros alegóricos, mientras hombres con camisas rojas custodiaban la ordenada pila de tambores que usarían más tarde los 300 miembros de la batería.

Espontaneidad estudiada

Una vez comienza el desfile, los miembros de la escuela se enfrentan a un grupo de 40 jueces que, como todo en el mundo de la samba, obedecen a una estricta regulación y deben puntuar hasta diez categorías diferentes.

Bajo este exigente escrutinio, un espacio demasiado grande entre las alas del desfile puede ser una tragedia. Que la batería pierda el ritmo, aún peor. Hubo años, incluso, en los que carros alegóricos resultaron demasiado grandes para circular por el Sambódromo a consecuencia de un mal cálculo.

YASUYOSHI CHIBA / AFP

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Aunque el momento más complicado es la concentración antes del desfile, afirmó Paulo Lapa, de 47 años, uno de los coordinadores de la escuela de Vila Isabel, que también pasó por el Sambódromo el lunes.

“Ahí es cuando es más fácil que las cosas salgan mal”, contó rodeado de una multitud de bailarines que se ponían sus disfraces en la calle.

“Una vez que salimos a la Avenida es casi automático, porque hemos ensayado mucho”, añadió.

Leonardo Sardou, uno de los directores de los carros alegóricos de esta escuela, valoró de su lado que la intensa preparación -normalmente una vez a la semana durante un periodo de entre seis meses y un año- es la clave. “Tenemos a casi 5.000 personas involucradas y lo más importante es que todo el mundo tenga el mismo objetivo y nadie haga nada sólo pensado en sí mismo”, explicó.

Preguntado sobre el secreto de la maestría brasileña para el Carnaval, Lapa respondió sencillamente que lo llevan en la sangre. “Brasil es un país con tantos problemas que puede ser difícil de creer que podamos hacer esto”, afirmó. “Pero es nuestra tradición profunda”, agregó.

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