El régimen y la oposición siria se encontraban en Ginebra este domingo para participar en conversaciones de paz auspiciadas por la ONU, aunque el proceso está amenazado incluso antes de haber comenzado.

La apuesta de Naciones Unidas para encontrar una solución a un conflicto que dura ya casi cinco años parece difícil, ya que la desconfianza y el resentimiento entre ambas partes es grande.

La oposición, que vaciló durante cuatro días antes de aceptar participar en estas negociaciones, amenazó de inmediato al llegar el sábado a Suiza con partir si el régimen seguía cometiendo “crímenes” contra la población siria.

“No participaremos en las negociaciones antes de que nos garanticen el levantamiento de los sitios y el cese de los bombardeos contra los civiles”, declaró Riad Naasan Agha, portavoz del Alto Comité de Negociaciones (ACN, oposición), al aterrizar en Ginebra.

Impuso además otras condiciones, como la liberación de una lista de detenidos hecha por la oposición.

La delegación del ACN, compuesta por políticos y representantes de grupos armados en el terreno, se reunirá el domingo con el enviado especial de la ONU, Staffan de Mistura, quien remplazó a Lajdar Brahimi en 2014 tras el fracaso de una precedente ronda de negociaciones intersirias en Suiza.

El diplomático ítalo-sueco espera llevar a la delegación de Damasco y a la de la oposición a un proceso de diálogo indirecto que duraría seis meses, el plazo impuesto por la ONU para abrir un proceso de transición que a plazo concluiría con elecciones a mediados de 2017.

Pero toda negociación sobre una transición política parece poco realista en el corto plazo, ya que la situación humanitaria en el terreno es catastrófica.

La guerra en Siria ha dejado desde marzo de 2011 más de 260.000 muertos y empujado al exilio a millones de personas. Además, el balance se agrava cada día.

El sábado, la organización Médicos Sin Fronteras anunció que 46 personas habían muerto de hambre desde el 1 de diciembre en la ciudad siria de Madaya, cerca de la capital Damasco. Esta ciudad de 40.000 habitantes está sitiada por las fuerzas del régimen.

Además de Madaya, otras 13 localidades están asediadas por el gobierno, pero también por rebeldes o yihadistas del Estado Islámico (EI), según la ONU.

Los civiles son además víctimas de bombardeos del ejército leal a Bashar al Asad y de Rusia, su principal aliado, que según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH) ha matado a 1.400 civiles desde el inicio de su ofensiva aérea el 30 de septiembre.

El terrorismo y el futuro de Asad

Por su parte, la delegación del régimen, que llegó el viernes a Ginebra y está dirigida por el embajador sirio ante la ONU, Bashar al Jaafari, no ha hecho ninguna declaración pública.

La delegación de Damasco se entrevistó con De Mistura durante dos horas el viernes y, de acuerdo a este último, “abordaron el tema del terrorismo”.

Con la guerra, Siria se ha convertido en una tierra de yihad (guerra santa) y para la comunidad internacional el grupo extremista Estado Islámico (EI) encarna la amenaza terrorista. Pero para el régimen de Asad y para su aliado ruso, todos los rebeldes son terroristas.

Fue justamente esta cuestión la que hizo fracasar las conversaciones de Ginebra de 2014, ya que para el régimen la prioridad era la lucha contra lo que denominaba el “terrorismo”, mientras que la oposición pedía una transición política.

Otra de las exigencias de la oposición es la salida del poder del presidente Bashar al Asad, un tema que difícilmente puede ser abordado por representantes enviados por el propio presidente sirio.

Las grandes potencias, directamente afectadas por las repercusiones del conflicto – amenaza yihadista y crisis de refugiados – esperan resultados, pero la brecha que separa a ambas partes en conflicto es grande.