Por estadística, cada chileno -salvo que tenga mucha suerte y se traslade de un extremo a otro del país en el momento indicado- debería tener que soportar al menos un sismo de gran intensidad en su vida.

Algunos han sobrevivido a dos. Y otros… hasta a tres.

Es el caso de quienes no sólo sintieron los efectos de los últimos terremotos de 2010 y 1960, sino la conocida como la gran catástrofe: el terremoto de 1939 que a las 23:32 horas del 24 de enero de aquel año, prácticamente desintegró las ciudades de Chillán y Concepción, manteniendo además el triste récord de ser la tragedia que ha segado más almas en la historia de nuestro país, con cerca de 6.000 muertes, en una cifra que nunca se pudo precisar.

Quienes estuvieron presentes como niños o jóvenes en aquella época, hoy tienen entre 80 y 100 años. Tras un llamado de BioBioChile, fueron sus nietos o bisnietos quienes recurrieron a la tecnología para dejar huella de sus testimonios, en lo que seguramente será un recordatorio para las generaciones venideras no sólo respecto de que siempre debemos estar preparados ante la adversidad, sino de que siempre hemos sido capaces de superarla.

Estas son sus historias.

Sobrevivientes del terremoto de 1939 en Chillán

Sobrevivientes del terremoto de 1939 en Chillán

Marta Seguel: “Tiraban los cuerpos a fosas comunes porque el cementerio estaba lleno”

San Antonio, Chillán

Marta del Carmen Seguel Salazar actualmente tiene 86 años y vive en Curicó. Nació un 29 de junio de 1929, por lo que el sismo la sorprendió con apenas 9 años, sin embargo la tragedia permanece nítida en su recuerdo.

Por aquel entonces vivía junto a sus padres y hermanos en una casa del sector de San Antonio, cercano a Chillán, cuando la tierra comenzó a agitarse. Alcanzaron a huir de la vivienda justo antes de que la construcción de adobe se viniera abajo, pero no salieron indemnes. Ella recibió el golpe de una teja en el cráneo cuya cicatriz aún se observa en su piel. Sus hermanos tuvieron fracturas en piernas y brazos.

“Hubo muchos muertos que los sacaban de las casas derrumbadas. Eran tantos que el cementerio colapsó y hubo personas que donaron parte de sus fundos para hacer fosas comunes donde enterrar los cuerpos”, le confidencia a su nieta, Marta Seguel Yáñez.

Pero la mujer también da cuenta de una faceta poco conocida del terremoto: los niños huérfanos. Su relato comienza con una canción que se compuso en la época para los niños cuyos padres habían fallecido en la catástrofe. También cuenta que un centenar de pequeños fueron llevados a Estados Unidos, pero jamás fueron regresados a sus familiares.

José Antonio Carvajal: “Como me quedé sin nada, tuve que ponerme ropa de mujer”

Concepción

A sus casi 92 años, José Antonio Carvajal, más conocido como don Pepe, ya se toma las cosas con humor.

“En ese tiempo tenía 14 años y salí de casa con un abrigo, que fue lo único que encontré. Mientras corría, algo me saltó a la espalda -no sé si un gato o un ratón- pero lo lancé lejos y seguí corriendo. La casa se cayó y nos quedamos sin nada… así que al otro día tuvieron que prestarme ropa de mujer para poder ponerme algo”, cuenta entre risas.

Don Pepe relata que su madre y él estuvieron 15 días durmiendo a la intemperie, en plena calle. Para comer, debía registrarse en el regimiento Chacabuco, donde les entregaban una tarjeta que les daba derecho a una ración de alimentos diaria, entre ella medio kilo de pan, la que les era entregada en una cocina móvil instalada en la Plaza Condell.

“Como no teníamos ollas, me hice una con unos alambres y tarros de durazno. Y como tampoco teníamos cucharas siquiera, usábamos conchas de mariscos para comer”, asevera.

A los sobrevivientes se les dio la oportunidad de trasladarse a Santiago, para lo cual debían inscribirse en el quiosco de la Plaza Independencia. Luego serían trasladados por barco hasta Valparaíso, y de ahí a la Capital. “Pero como mi Mamá le tenía miedo al agua, se inscribió 3 veces y después no íbamos. Así que nos quedamos”, cuenta.

Una de las cosas que más le impactó, fue la muerte que encontraron muchas personas en el antiguo teatro Concepción, ubicado en lo que hoy es el Mall del Centro. “El teatro tenía una escalera de caracol que se cayó completa, así que cuando la gente que estaba en la galería intentó correr para salir a oscuras, caía o la empujaban hacía el agujero. Muchos murieron aplastados”.

“Como se cayó el correo (en calle O’Higgins entre Aníbal Pinto y Colo Colo), allí quedó un patio grande donde ponían los cadáveres sin ataúd, sólo envueltos en una sábana, para que sus familiares los fueran a reconocer. Luego los llevaban directo al cementerio, sin pasar por iglesia ni nada, para echarlos en una fosa común”, sentencia el nonagenario.

Escucha completo su relato y algunas anécdotas sobre cómo se vivía en ese tiempo en Concepción:

María Mora Fuentealba: “Nuestra casa se cayó. Los animales corrían vueltos locos”

Región de La Araucanía

No sólo la Región del Bío Bío se estremeció con el movimiento de 1939, sino también las aledañas. De ello da cuenta María Crescencia Mora Fuentealba, quien a sus 86 años aún recuerda la pesadilla que vivió aquella noche.

Según relata, ella y su numerosa familia vivían en el campo. El sismo destruyó su casa por completo y enloqueció a los animales, que se arrimaban a las murallas o saltaban cercos corriendo despavoridos.

“Los animales gritaban, balaban. Era terrible. Pasamos muy mala noche”, sentencia María.

Ilda Cifuentes: “Tuvimos que hacernos casas con ramas”

Chillán

Apenas 8 ó 9 años tenía Ilda del Carmen Cifuentes, quien actualmente tiene 87 años de edad, cuando el terremoto la sorprendió en la casa que junto a su familia tenían en el campo, cerca de Chillán.

“Fue tan terrible. Chillán simplemente se terminó, al menos lo que es Chillán Viejo ahora. Se cayeron todas las casas. Uno tenía que ir del campo a caballo o como fuera para ayudar a levantar escombros y árboles”, relata.

Ella también quedó damnificada. Su casa, como la mayoría de las construcciones de adobe, se vino abajo con el remezón. “Si no es porque las murallas quedaron unas contra otras nos habríamos muerto todos. Y como las puertas se trancaron, después tuvimos que saltar sobre los muros para salir”, asegura.

Para poder tener un techo donde dormir, usaron ramas para construir una improvisada vivienda. “Cada cual armaba su casita como podía, hasta que pudimos construirlas de nuevo”, explica.

“Así sobrevivimos y seguimos viviendo durante muchos años”.