Su origen como pieza radiofónica explica la estructura de “El contrabajo” (1980), texto del autor alemán Patrick Süskind (1949), basado en la oralidad, perfil coloquial que el director subraya con fuerza en esta puesta en escena que involucra al espectador de principio a fin.

Antes de ingresar al departamento donde se presentará el unipersonal, el público recibe una pista sobre lo imprevisible del personaje de la obra. El hombre anda de malas y no se sabe si recibirá a la gente. Sin embargo, cuando abre cauteloso la puerta y los espectadores se sientan, se inicia un rito teatral de atractiva factura interpretativa, con un genio del contrabajo como protagonista… mejor dicho, un loco que llenará de sorpresas la improvisada sala de teatro.

Mundos contradictorios

El músico vive encerrado en su departamento que ha convertido en un estudio insonoro, dedicado en cuerpo y alma a su instrumento musical. Solo sale a la calle cuando tiene funciones con la orquesta. Ama al contrabajo hasta la locura y lo define como el soporte de la orquesta.

Claro que esta conducta también esconde otras realidades: cuentas no saldadas con los padres, temor al fracaso en el amor, baja estima por ser funcionario de una orquesta que no reconoce todo su talento, pese a la tremenda autoexigencia en el trabajo… orquesta que compara con la estructura traumática de una sociedad estresante.

Su mirada está fija en el contrabajo. Al estilo de lo neuróticos, se siente atrapado por los sonidos que ningún otro instrumento puede lograr… pero también detesta a este enorme adefesio, un híbrido que ocupa todo su espacio y lo observa hasta en la intimidad.

Así, el drama incursiona también por la comedia. La obra es rica en intencionalidad, por los comentarios que hace y las ironías que se filtran por su mente obsesiva y genial, mientras pasa y repasa aspectos relevantes de la música selecta, escribiendo en las paredes, nombrando, escuchando (amando y odiando) fragmentos de obras y compositores… siempre en relación al contrabajo.

El director, Tiago Correa, al frente de la compañía Teatro Armonía, exige al protagonista fuerza, delicadeza y sencillez, además de moverlo por variados matices emotivos y expresivos, en la risa y la reflexión, y por todos los rincones dentro y fuera del espacio escénico.

A su vez, el actor Alexis Espinoza responde plenamente al estímulo y convierte a la palabra hablada en un factor cadencioso de real humanidad y comunicación.

Y ambos transforman este monólogo -un género que tuvo grandes rebrotes el año pasado -“Yo, Manuel”, “Hilda Peña”, “Groenlandia”- en una experiencia entretenida, vibrante y cercana, que muestra en pinceladas la relación entre el alucinante mundo de la música con sus cultores y su entorno social.