El afán para ascender en la escala social de cualquier forma y sin importar el precio, de instrumento preferido de conducta para trepar y adinerarse, ahora pasó a convertirse en un verdadero boomerang para una serie de personas desesperadamente ambiciosas, patológicamente egocéntricas, que escogieron como camino las deslealtades y traiciones a sus símbolos más preciados, y toda suerte de divisiones y maniobras, dañando la legitimidad de la institucionalidad democrática.

Inevitablemente, surgirán quienes se ocuparán de minimizar estos procesos que, lamentablemente, se vienen operando hace ya un tiempo en el sistema político; a través de una sinuosa circulación de relaciones marcadas por el dinero, que en Chile llaman lobby; se trata del tráfico de influencias, que mientras persista habrán quienes se beneficien del mismo, pero será inútil desconocer su nocivo impacto en el país; no se puede tapar el sol con un dedo.

En efecto, las indagaciones judiciales cuestionaron la aparente honradez de tantos, dejando en evidencia los estragos de la codicia y el ilimitado alcance de la sed de poder. Se develó la verdad de lo que eran muchos en la realidad.

De circunspectos señores de alto rango y/o respetables parlamentarios a emisores o receptores de boletas ilícitas, “ideológicamente falsas”, usadas indebidamente para el financiamiento irregular de campañas e incluso para hacerse de dineros mal habidos.

De egocéntricos rostros clamando una misión de limpiar y renovar la política a quedar desnudos como embusteros, “vende pomadas”, que pasaban mensualmente el platillo por las oficinas del yerno del ex dictador.

De energéticos emprendedores a especuladores con la venta de terrenos. De profesionales intachables a vulgares charlatanes. De hombres poderosos que dictaban la última palabra a copiadores de tesis en Wikipedia. De exitosos ejecutivos del fútbol a dirigentes sobornados para adjudicar las transmisiones televisivas. Del glamour a la delación compensada.

De uniformados de impecable desempeño profesional a burdos defraudadores de las arcas fiscales y despilfarradores de recursos ajenos. De prelados admirados por su lucha por los derechos humanos a clérigos cuestionados por la incapacidad de dar transparencia y enfrentar los casos de abusos sexuales que han dañado severamente a la Iglesia.

De intocables empresarios a ávidos participantes en colusiones de carácter monopólico que ahora llenan de vergüenza a sus propios ejecutores y protagonistas.

Se ha develado que esta cultura utilitarista, lejos de crear riqueza ha creado una camada de rentistas y especuladores que han usado distintas tretas, engaños y artilugios, para apropiarse de los recursos generados por los demás. Del total de estos escándalos, el que sale más dañado es el sistema político, ya que de el la gente espera mucho más y, ante sus yerros y renuncias, la decepción ciudadana es mayor. Las sinvergüenzuras socavan la confianza en la democracia.

Este conjunto de anomalías y de hechos bochornosos han puesto a las instituciones, fuerzas políticas y entidades religiosas bajo sospecha; se trata de una situación totalmente inédita, es el sistema de poder que esta cuestionado, no porque una “subversión” intente reemplazarlo, sino que debido a sus profundas inconsistencias éticas y la debilidad de sus integrantes frente a la acción de cooptación de las fuerzas económicas, a través del dinero.

Incluso más, con todo el desprestigio de la política, hay encuestas en que las personas consultadas siguen valorando la democracia y la función de los partidos políticos, pero al ver los tensos conflictos y los ásperos y destemplados improperios que marcan el actual escenario nacional, la mirada ciudadana se torna dura y adquiere hacia el actual sistema de partidos el carácter de una brecha muy difícil de salvar.

No obstante, frases irrealizables, consignas ideologizadas y altisonantes parecen ser una epidemia incurable, mientras la ciudadanía condena por hechos mucho más concretos como son el enriquecimiento indebido y los abusos de poder que acompañan los hechos de corrupción que dañan gravemente el alma nacional. No se puede predicar y prometer un país ideal mientras se pide y recibe dinero ilegítimamente.

Si los “Chicago-boys”, hubiesen podido adivinar la desafección hacia las fuerzas del mercado y el vacío espiritual que han provocado la concentración de la riqueza y la codicia como norma de conducta, muy probablemente, no habrían tenido el entusiasmo que tuvieron para imponer, a sangre y fuego, un sistema que incubo en la sociedad estos hábitos culturales y estas formas de comportamiento.

Según un destacado economista, liberal de pensamiento, de aquellos con muchos títulos y diplomas, los encargados de defender el modelo son los que “han fallado”. No es sólo eso, este es un dilema más de fondo.

Este es el viejo y ahora renovado debate civilizacional acerca de si las fuerzas del mercado serían capaces de autoregularse, lo que querría decir de tener las condiciones para dirigir sus impulsos, que se comprueban irrefrenables, en función del objetivo mayor, de la propia estabilidad y del progreso social; o de lo contrario, que el imperativo del bien común impone a la comunidad política, es decir, a la sociedad organizada en instituciones democráticas, la labor de ejercer y realizar, garantizar y orientar el sentido básico, las normas fundamentales y el marco regulatorio, que permitan que el bienestar social y el futuro humano, puedan guiar al Estado y la economía.

El dilema se reitera, o la sociedad se entrega a la mano invisible del mercado y se resigna a la ley de la selva, o las fuerzas humanistas logran acometer el gran objetivo civilizador de unirse en una opción esencial por la razón y la justicia.

Por eso, la democracia debe superar este vacío moral y proyectar otra forma perspectiva para la comunidad nacional, un ethos humanista, en que el valor de la solidaridad reemplaza la ansiedad de la codicia; recordando al Presidente Allende, que señaló que en su gobierno “se podía meter la pata pero no las manos”. Una patria para todos, es lo que debiese guiar la voluntad nacional y el esfuerzo de cada persona.

Cuando la ambición rompió el saco, vale la pena reiterar que los defectos de la democracia no se sanan con aventureros ni populistas, tampoco con millonarios disfrazados de simples ciudadanos; los desafíos de la gobernabilidad democrática se pueden y deben superar con más democracia.

La sociedad chilena del siglo XXI, no debe resignarse a que sea mejor, ser estafador o ladrón antes que un buen profesor. No es la idea la búsqueda mesiánica del “hombre perfecto”. La tarea es más concreta y por ello más difícil, se trata que valores esenciales como la honradez y la decencia sean capaces de prevalecer. Ello exige normas drásticas y una cultura libertaria que no fomente ni la codicia ni el consumismo, sino que el pleno ejercicio de las potencialidades creadoras del ser humano.

Camilo Escalona Medina
Vicepresidente Nacional
Partido Socialista de Chile