Las peleas de Joe Frazier y de Muhammad Ali no pueden entenderse sin el combate de Manila, sin los salvajes 14 asaltos que llevaron a los dos mejores pesos pesados de la historia a buscar su mutua destrucción en el ring. Una lucha convertida en algo personal entre dos hombres guiados por el tremendo odio que se tenían.

Su polémica historia es la de un enorme desprecio, el que Ali sintió siempre hacia Frazier. Desmedido, injusto, cruel hasta el sadismo, el boxeador de Louisville llevó la rivalidad entre ambos a la lucha entre el “negro bueno y el negro malo”.

Muhammad Ali en 1967 había perdido su título de campeón del mundo y su licencia para boxear por su negativa a alistarse al ejercito para acudir a Vietnam. “Los vietcom no me han hecho nada” decía en sus apariciones en público.

Frazier, que había heredado su título tras el castigo, estuvo a su lado en esos momentos complicados. Le prestó dinero e incluso intercedió por él ante Nixon. Sabía que el carisma de Ali era infinito y que solo podía igualarse a él sobre el cuadrilátero, allí, donde los hombres no se miden por sus dichos sino por su fuerza y voluntad arriba del ring.

Pero su historia da vuelco en 1970 cuando, tras levantarse la sanción, Ali se convirtió nuevamente en el aspirante al título de los pesos pesados. El mundo ya tenía el combate soñado, pero lo que nadie podía imaginar era que Muhammad endurecería su discurso en contra de aquel hombre que le había tendido la mano en un difícil momento.

Empezó a llamarlo “estúpido” y “feo” de forma repentina, sin motivo alguno. Pero lo peor llegó cuando Ali le lanzó el peor insulto que un “negro” puede decirle a otro “negro”. En rueda de prensa dijo que Frazier era un “tío Tom” (así se le llamaba a los hombres de raza negra que se mostraban serviles con los de raza blancos y aceptaban la discriminación racial).

El insulto resultó ser despiadado y totalmente innecesario, pues Frazier creció en los campos de los estados sureños y a los siete años ya trabajaba en una plantación. No respondía al perfil de “amigo de los blancos” que Ali gritaba a los cuatro vientos sobre su rival.

“Cualquier “negro” que apoye a Frazier es un traidor” decía. Lo peor es que el polémico boxeador consigue su objetivo, ya que sus dichos alcanzan un revuelo mediático impresionante. El país se divide y la comunidad negra se pone de lado de Ali en el denominado “combate del siglo”.

El 8 de marzo de 1971 no cabe un alma en el Madison Square Garden de Nueva York. Todas las celebridades más importantes están ahí esa noche. Sinatra se pasea por el borde del ring con una cámara fotográfica, el actor estadounidense Burt Lancaster comenta para la televisión y el multifacético Norman Mailer acude para escribir la crónica.

AFP

AFP

La pelea es un festival de golpes gobernada por la mano de hierro de Frazier que en el décimo asalto conecta un terrible gancho que por primera vez en la historia lleva a Ali a la lona. Una imagen para el recuerdo, ese golpe le destroza su voluntad. Frazier lo castiga hasta el final y se queda con el combate de forma unánime.

AFP

AFP

Primer combate y victoria de Joe Frazier

Otro ángulo del nocaut

La revancha

Tuvieron que esperar hasta 1974 para verse de nuevo las caras en un duelo al que le faltó ingrediente extra del título mundial, pues en ese momento estaba en poder de George Foreman.

Ali volvió a calentar el ambiente argumentando que “solo los blancos creen que perdí hace tres años”, insistió en lo feo que era Frazier y lo llamó “ignorante” en televisión, lo que generó una pelea en frente de las cámaras.

AFP

AFP

El combate se pactó nuevamente en el Madison y la pelea no fue muy diferente a la de 1971 pero con la diferencia de que el árbitro permitió que Ali agarrase de forma continua la cabeza de Frazier. La victoria de Ali fue muy discutida y al día siguiente los analistas de boxeo denunciaron el robo al boxeador de Carolina.

Segundo enfrentamiento

Manila

La trilogía se cerró el 1 de octubre de 1975 en Manila, el lugar en el que debían resolver el empate y al que Ali llegó orgulloso e “hinchado” como un pavo tras derrotar un año antes a Foreman en Kinshasa.

El combate se había llevado a Filipinas por el deseo de distraer la atención en un momento especialmente delicado de Estados Unidos. Los dictadores sentían verdadera predilección por el boxeo y no era extraño que los grandes combates se disputasen en lugares exóticos.

Los días previos a la pelea fueron un festín de mala educación por parte de Ali, quien continuó con los insultos racistas. “Orangután, gorila feo, perrito faldero”, no desperdiciaba la mínima oportunidad para para ridiculizar a Frazier.

Se paseaba por Manila con un gorila de juguete al que golpeada delante de las cámaras y simulaba que entrenaba con simios de peluche. Frazier solo atinaba a guardar silencio, pues la pelea mediática ya la tenía perdida.

Ali había sido recibido como un héroe y sus movimientos generaban mucho ruido. Se paseaba con su nueva amante por las calles de Manila. Aquello generó aún más polémica porque su mujer, que se había quedado en Estados Unidos, vio la escena por televisión, tomó el primer vuelo y se plantó en la capital de Filipinas para increparlo. Un circo.

Los dos boxeadores saltaron al ring a las 10 de la mañana para que la pelea se viese en Estados Unidos en horario estelar de máxima audiencia. Hacia un calor sofocante.

Ali comenzó dominando los primeros asaltos en los que, según reveló el árbitro Carlos Padilla, aprovechaba para cantarle canciones a su rival e insistir en los insultos racistas: “Pégame gorila feo, pégame”.

Frezier creció a partir del sexto asalto y ofreció cinco asaltos descomunales en los que buscó sobre todo el hígado y el estómago de su contrincante.

Eddie Futch, su técnico, le había insistido en no obstinarse con la cabeza y desgastar su resistencia poco a poco. La táctica daba resultado porque la expresión de Ali en los descansos era realmente preocupante.

A punto de comenzar el duodécimo asalto dijo en su esquina “esto es lo más cerca que verás la muerte”.

La derrota parecía cerca. El problema en la otra esquina era el ojo izquierdo de Frazier, el único sano, que había comenzado a cerrarse a causa de las heridas. Durante años su equipo había ocultado que Joe no veía nada con el derecho.

Frazier estaba ciego para hacerle frente a los últimos asaltos y no podía ver de donde llegaban los golpes. El castigo fue salvaje. En uno de los golpes de Ali el protector bucal de su rival salió volando hacia la quinta fila de asientos y aún así Frazier aguantó de pie.

Ya no peleaban por el título, lo hacían por el orgullo, guiados por el odio mutuo que habían alimentado durante los últimos cinco años.

El asalto número catorce es una brutalidad en el que Frazier golpea sin parar y Ali hace lo mismo en busca del KO. En las esquina suceden muchas cosas. Eddie Futch, que había visto morir a ocho boxeadores ante sus narices, comprueba las heridas y le dice a Frazier que parará el combate.

“Nadie olvidará lo que has hecho esta noche”, le susurraba. Su discípulo se resiste, quiere seguir. El desconcierto les impide darse cuenta que desde la otra esquina el hermano de Frazier (miembro del equipo) ha escuchado a Ali pedirle a su entrenador que le corte los guantes porque no puede más, que va a entregar la pelea.

No llegan las tijeras y en ese preciso momento Futch arroja la toalla. Ali, arrogante, trata de festejar el triunfo pero en su intento cae a la lona, exhausto.

Más tarde, en el vestuario, Ali llamó a Marvis, hijo de Frazier, para disculparse. La reconciliación fue imposible. Joe siempre sintió que había merecido ganar los tres combates.