Arthur Miller: Cien años del nacimiento de “la conciencia moral” de EEUU

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Este sábado el mundo de la literatura y el teatro celebró el primer centenario del nacimiento de Arthur Miller, considerado como uno de los más grandes dramaturgos del siglo XX, y que Estados Unidos llegó a calificar como “la conciencia moral” del país.

De este modo, serán múltiples las adaptaciones de sus obras más recordadas las que comenzarán a ver la luz en ese medio, partiendo el 21 de octubre en Broadway con una versión de “A View From The Bridge”, dirigida por el belga Ivan van Hove, quien además alista el montaje de “The Crucible” a partir de febrero.

También en Nueva York se llevará a cabo una producción de “Incident at Vichy” a partir del 15 de noviembre, y actualmente está en escena una original representación de “La muerte de un viajante”, interpretada por completo en yiddish, hasta el 22 de noviembre.

Producciones similares, ya sean obras teatrales, eventos o festivales en su nombre, tienen lugar actualmente en todo el país.

“Hoy en día, Arthur Miller es el segundo autor teatral más producido en inglés, únicamente por detrás de William Shakespeare”, dijo Leigh Woods, profesor de Teatro y Drama en la Universidad de Michigan, donde Miller se graduó en Literatura Inglesa y donde estos días se celebra un simposio sobre su obra.

“Pero durante mucho tiempo fue más producido en el Reino Unido que en Estados Unidos”, recordó Woods, ya que “a Miller no le entusiasmaba el capitalismo, y eso, en cierta medida, comprometió su popularidad. En el Reino Unido no importaba tanto”.

El dramaturgo, fallecido en 2005 a los 89 años, ganó el premio Pulitzer por “La muerte de un viajante” en 1949, cuando tenía 33 años. Fue adaptada al teatro por Elia Kazan y se alzó con el Tony a la mejor obra teatral. Años más tarde, en 1985, contó con una versión cinematográfica con Dustin Hoffman encarnando al protagonista, el trágico Willy Loman, al que ya había dado vida en Broadway.

En aquel texto, que tardó seis semanas en escribir, Miller simbolizó el revés del sueño americano y disertó sobre la familia, la moralidad y la responsabilidad personal, argumentos con los que analizaba la creciente fragmentación de la sociedad estadounidense. Su familia, de origen judío, vivió el sueño americano y también el derrumbe del mercado bursátil que precipitó la Gran Depresión.

“Me resulta acertado definir a Miller como la conciencia moral de EE.UU.”, apunta Woods. “Aún hoy es una voz valiosa dentro de un sistema político dominado por las fortunas”, añade.

Para el profesor de la Universidad de Michigan, Miller era “un escéptico del capitalismo” y veía a EE.UU. “como un país que venera el dinero y lo consideraba algo equivocado. Fue un comentarista político muy activo en un tiempo donde hablar así del capitalismo no estaba de moda”.

Woods sostiene que a Miller “siempre le interesó la gente que era diferente a él (…). Buscaba rodearse de gente que no compartía su visión del mundo y la introducía en sus obras. A sus héroes trabajadores les da una elocuencia natural. Ese es su gran regalo. Da voz y un discurso articulado a quienes no lo tienen”, manifestó.

Uno de los capítulos más recordados de la vida de Miller fue su vehemente oposición a la “caza de brujas” del senador Joseph McCarthy contra el comunismo, algo que reflejó en “The Crucible”.

Investigado por el Comité de Actividades Antiamericanas, eludió facilitar nombres de compañeros simpatizantes del Partido Comunista, al contrario de lo que hizo su amigo Elia Kazan, lo que los separó.

Miller estuvo casado en tres ocasiones, aunque su matrimonio más célebre fue el que protagonizó con Marilyn Monroe. Tuvo dos hijos, Jane Ellen y Robert, con su primera esposa, Mary Slattery. Con Inge Morath, su tercera mujer, tuvo a Rebecca, directora de cine, escritora y esposa de Daniel-Day Lewis, y a Daniel, que nació con síndrome de Down.

Al final de su vida se fue alejando del teatro por la escasez de autores teatrales ambiciosos y porque las producciones modernas estaban dirigidas a las clases más pudientes.

“Él pensaba que ‘La muerte de un viajante’ no se podría hacer más en Broadway”, rememoró Woods sobre su encuentro con Miller en 1987. “Primero, por su contenido político. Y segundo, porque consideraba que el público que la veía en los años 40, bomberos, profesores, trabajadores que pagaban dos o tres dólares por entrada, ya no existía”.

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Este sábado el mundo de la literatura y el teatro celebró el primer centenario del nacimiento de Arthur Miller, considerado como uno de los más grandes dramaturgos del siglo XX, y que Estados Unidos llegó a calificar como “la conciencia moral” del país.

De este modo, serán múltiples las adaptaciones de sus obras más recordadas las que comenzarán a ver la luz en ese medio, partiendo el 21 de octubre en Broadway con una versión de “A View From The Bridge”, dirigida por el belga Ivan van Hove, quien además alista el montaje de “The Crucible” a partir de febrero.

También en Nueva York se llevará a cabo una producción de “Incident at Vichy” a partir del 15 de noviembre, y actualmente está en escena una original representación de “La muerte de un viajante”, interpretada por completo en yiddish, hasta el 22 de noviembre.

Producciones similares, ya sean obras teatrales, eventos o festivales en su nombre, tienen lugar actualmente en todo el país.

“Hoy en día, Arthur Miller es el segundo autor teatral más producido en inglés, únicamente por detrás de William Shakespeare”, dijo Leigh Woods, profesor de Teatro y Drama en la Universidad de Michigan, donde Miller se graduó en Literatura Inglesa y donde estos días se celebra un simposio sobre su obra.

“Pero durante mucho tiempo fue más producido en el Reino Unido que en Estados Unidos”, recordó Woods, ya que “a Miller no le entusiasmaba el capitalismo, y eso, en cierta medida, comprometió su popularidad. En el Reino Unido no importaba tanto”.

El dramaturgo, fallecido en 2005 a los 89 años, ganó el premio Pulitzer por “La muerte de un viajante” en 1949, cuando tenía 33 años. Fue adaptada al teatro por Elia Kazan y se alzó con el Tony a la mejor obra teatral. Años más tarde, en 1985, contó con una versión cinematográfica con Dustin Hoffman encarnando al protagonista, el trágico Willy Loman, al que ya había dado vida en Broadway.

En aquel texto, que tardó seis semanas en escribir, Miller simbolizó el revés del sueño americano y disertó sobre la familia, la moralidad y la responsabilidad personal, argumentos con los que analizaba la creciente fragmentación de la sociedad estadounidense. Su familia, de origen judío, vivió el sueño americano y también el derrumbe del mercado bursátil que precipitó la Gran Depresión.

“Me resulta acertado definir a Miller como la conciencia moral de EE.UU.”, apunta Woods. “Aún hoy es una voz valiosa dentro de un sistema político dominado por las fortunas”, añade.

Para el profesor de la Universidad de Michigan, Miller era “un escéptico del capitalismo” y veía a EE.UU. “como un país que venera el dinero y lo consideraba algo equivocado. Fue un comentarista político muy activo en un tiempo donde hablar así del capitalismo no estaba de moda”.

Woods sostiene que a Miller “siempre le interesó la gente que era diferente a él (…). Buscaba rodearse de gente que no compartía su visión del mundo y la introducía en sus obras. A sus héroes trabajadores les da una elocuencia natural. Ese es su gran regalo. Da voz y un discurso articulado a quienes no lo tienen”, manifestó.

Uno de los capítulos más recordados de la vida de Miller fue su vehemente oposición a la “caza de brujas” del senador Joseph McCarthy contra el comunismo, algo que reflejó en “The Crucible”.

Investigado por el Comité de Actividades Antiamericanas, eludió facilitar nombres de compañeros simpatizantes del Partido Comunista, al contrario de lo que hizo su amigo Elia Kazan, lo que los separó.

Miller estuvo casado en tres ocasiones, aunque su matrimonio más célebre fue el que protagonizó con Marilyn Monroe. Tuvo dos hijos, Jane Ellen y Robert, con su primera esposa, Mary Slattery. Con Inge Morath, su tercera mujer, tuvo a Rebecca, directora de cine, escritora y esposa de Daniel-Day Lewis, y a Daniel, que nació con síndrome de Down.

Al final de su vida se fue alejando del teatro por la escasez de autores teatrales ambiciosos y porque las producciones modernas estaban dirigidas a las clases más pudientes.

“Él pensaba que ‘La muerte de un viajante’ no se podría hacer más en Broadway”, rememoró Woods sobre su encuentro con Miller en 1987. “Primero, por su contenido político. Y segundo, porque consideraba que el público que la veía en los años 40, bomberos, profesores, trabajadores que pagaban dos o tres dólares por entrada, ya no existía”.