Margrit Schiller: Después del exilio… sentirse turca en Alemania

Exilio, exilio y desexilio, Editorial Forja (c)
Exilio, exilio y desexilio, Editorial Forja (c)
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“Estaba en libertad pero no era libre”, afirma la alemana integrante de la RAF (Rote Armee Fraktion) , Fracción del Ejército Rojo, Schiller, en sus memorias “Exilio, exilio y desexilio” (Editorial Forja), donde relata su vida desde que abandona Alemania Federal en 1985 (Antes de la caída del Muro de Berlín) hasta su regreso en 2003.

Bien escrito, el libro de Margrit Schiller es una mirada humana, franca, crítica, directa tanto de la realidad cubana de esos años (1985-1993) como de la uruguaya (1993-2003), además de una breves notas finales sobre su regreso a Alemania.

Este testimonio tiene muchos valores: sin renegar de sus ideas, Schiller tiene una mirada honesta, crítica. Y eso lo logra en buena parte porque no separa sus ideas de la vida cotidiana ni de sus propios procesos internos, de sus búsquedas internas.

Magrit Schiller vivió siete años presa en Alemania Federal en condiciones inhumanas de aislamiento y logra viajar a Cuba ante los profundos temores de volver a la cárcel.

Entonces empieza su largo periplo al llegar al “mundo real” de la idealizada Cuba, un país con un idioma que no conoce y donde no tendrá compatriotas con los que conformar un grupo.

“En la cárcel, en régimen de incomunicación, usaron el aislamiento como forma de tortura: te niegan las impresiones sensoriales y toda forma de contacto humano. En el exilio, el aislamiento consiste en ser extraño, ajeno, diferente. Lo que yo anhelo es que me comprendan. Sufro porque no puedo crear esa posibilidad. Vivo este ser diferente, forastera, esta ajenidad como una humillación, porque sigo siendo “la extranjera”, aquella a quien excluyen de la vida que la rodea.” (pp 134)

“La lengua es identidad. No quería volverme cubana, aunque quería aprender mucho de Cuba. La lengua extranjera ejercía sobre mí una enorme presión para adaptarme. Fue una lucha cotidiana contra la pérdida de mi identidad.” (pp 90)

Schiller se debate entre el sobrevivir, darle sentido de su vida y preservar su identidad

“Sobrevivientes, náufragas a quienes no se les notaba el naufragio, porque no salieron del agua mojadas ni con las ropas desgarradas. Saberse diferente, forastero, ajeno, cobraba un dramatismo que no aparece cuando se hace un viaje de vacaciones. Tras la derrota y el viaje involuntario sin posibilidad de retorno, esa amenidad amenaza la identidad misma de cada una.”· (pp 130)

“Almut tenía la opción, podía vivir en Uruguay o en Alemania, podía ir allá cuando quería, y lo hacía. Estaba en libertad pero no era libre”. (pp 145)

“Exilio, exilio y desexilio” tiene muchos pasajes que erizan la piel, que emocionan, que dan cosquillas en la nuca, como los de las Marchas del Silencio (pp 150154), en especial las relacionadas a Sara (“que aprendió a observar y escuchar” en su búsqueda de su hijo adoptado ilegalmente por un oficial de policía argentino y “esa virtud hizo posible que nadie como ella me hiciera las preguntas que me ayudarían a salir adelante.”) y a María Ester Gatti (“Mariana dio sus primeros, vacilantes pasos para acercarse a su abuela cuando tuvo a sus propios hijos, y recién a sus 40 años de edad logró encarar públicamente su historia de hija y nieta robada.”)

El libro, el testimonio de Margrit Schiller permite entender mejor el exilio, porque lo hace en forma llana, directa, honesta, sin dobleces ni dobles intenciones. Y llega a una conclusión que debiera hacernos reflexionar a todos, en especial a quienes quieren dar “vuelta la hoja”, mirar al futuro olvidando el pasado:

““El exilio no se acaba nunca”, había dicho en Uruguay una amiga.” (pp 173), anticipando que, al volver a Alemania, nadie notaba sus 18 años de exilio, quienes sabían no preguntaban “como si yo hubiese estado de vacaciones”, que con mayor frecuencia la encuentran rara y que “En Alemania me siento en casa en primer lugar con extranjeros.” (pp172)

Una historia aparte, que no siendo la más importante, es la que involucra a chilenos. Una cita:

“En el trayecto me hizo una confesión tremenda: “Tengo que decirte una cosa y por favor no te vayas a asustar. Enrique te ha contado que es miembro del Partido Comunista de Chile. Hubo muchos problemas internos y el gobierno cubano temió que los servicios secretos occidentales se valieran de esta situación para infiltrarse en Cuba. Por ese motivo hace años que me encargaron que informase de los encuentros y las asambleas de los chilenos. Enrique no sabe nada hasta el día de hoy, pero a mí el asunto me está hundiendo en depresiones. Tengo la sensación de que estoy engañando a mi esposo y a sus amigos, que abuso de su confianza y no sé cómo salir de esto”.” (pp 80-81)

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“Estaba en libertad pero no era libre”, afirma la alemana integrante de la RAF (Rote Armee Fraktion) , Fracción del Ejército Rojo, Schiller, en sus memorias “Exilio, exilio y desexilio” (Editorial Forja), donde relata su vida desde que abandona Alemania Federal en 1985 (Antes de la caída del Muro de Berlín) hasta su regreso en 2003.

Bien escrito, el libro de Margrit Schiller es una mirada humana, franca, crítica, directa tanto de la realidad cubana de esos años (1985-1993) como de la uruguaya (1993-2003), además de una breves notas finales sobre su regreso a Alemania.

Este testimonio tiene muchos valores: sin renegar de sus ideas, Schiller tiene una mirada honesta, crítica. Y eso lo logra en buena parte porque no separa sus ideas de la vida cotidiana ni de sus propios procesos internos, de sus búsquedas internas.

Magrit Schiller vivió siete años presa en Alemania Federal en condiciones inhumanas de aislamiento y logra viajar a Cuba ante los profundos temores de volver a la cárcel.

Entonces empieza su largo periplo al llegar al “mundo real” de la idealizada Cuba, un país con un idioma que no conoce y donde no tendrá compatriotas con los que conformar un grupo.

“En la cárcel, en régimen de incomunicación, usaron el aislamiento como forma de tortura: te niegan las impresiones sensoriales y toda forma de contacto humano. En el exilio, el aislamiento consiste en ser extraño, ajeno, diferente. Lo que yo anhelo es que me comprendan. Sufro porque no puedo crear esa posibilidad. Vivo este ser diferente, forastera, esta ajenidad como una humillación, porque sigo siendo “la extranjera”, aquella a quien excluyen de la vida que la rodea.” (pp 134)

“La lengua es identidad. No quería volverme cubana, aunque quería aprender mucho de Cuba. La lengua extranjera ejercía sobre mí una enorme presión para adaptarme. Fue una lucha cotidiana contra la pérdida de mi identidad.” (pp 90)

Schiller se debate entre el sobrevivir, darle sentido de su vida y preservar su identidad

“Sobrevivientes, náufragas a quienes no se les notaba el naufragio, porque no salieron del agua mojadas ni con las ropas desgarradas. Saberse diferente, forastero, ajeno, cobraba un dramatismo que no aparece cuando se hace un viaje de vacaciones. Tras la derrota y el viaje involuntario sin posibilidad de retorno, esa amenidad amenaza la identidad misma de cada una.”· (pp 130)

“Almut tenía la opción, podía vivir en Uruguay o en Alemania, podía ir allá cuando quería, y lo hacía. Estaba en libertad pero no era libre”. (pp 145)

“Exilio, exilio y desexilio” tiene muchos pasajes que erizan la piel, que emocionan, que dan cosquillas en la nuca, como los de las Marchas del Silencio (pp 150154), en especial las relacionadas a Sara (“que aprendió a observar y escuchar” en su búsqueda de su hijo adoptado ilegalmente por un oficial de policía argentino y “esa virtud hizo posible que nadie como ella me hiciera las preguntas que me ayudarían a salir adelante.”) y a María Ester Gatti (“Mariana dio sus primeros, vacilantes pasos para acercarse a su abuela cuando tuvo a sus propios hijos, y recién a sus 40 años de edad logró encarar públicamente su historia de hija y nieta robada.”)

El libro, el testimonio de Margrit Schiller permite entender mejor el exilio, porque lo hace en forma llana, directa, honesta, sin dobleces ni dobles intenciones. Y llega a una conclusión que debiera hacernos reflexionar a todos, en especial a quienes quieren dar “vuelta la hoja”, mirar al futuro olvidando el pasado:

““El exilio no se acaba nunca”, había dicho en Uruguay una amiga.” (pp 173), anticipando que, al volver a Alemania, nadie notaba sus 18 años de exilio, quienes sabían no preguntaban “como si yo hubiese estado de vacaciones”, que con mayor frecuencia la encuentran rara y que “En Alemania me siento en casa en primer lugar con extranjeros.” (pp172)

Una historia aparte, que no siendo la más importante, es la que involucra a chilenos. Una cita:

“En el trayecto me hizo una confesión tremenda: “Tengo que decirte una cosa y por favor no te vayas a asustar. Enrique te ha contado que es miembro del Partido Comunista de Chile. Hubo muchos problemas internos y el gobierno cubano temió que los servicios secretos occidentales se valieran de esta situación para infiltrarse en Cuba. Por ese motivo hace años que me encargaron que informase de los encuentros y las asambleas de los chilenos. Enrique no sabe nada hasta el día de hoy, pero a mí el asunto me está hundiendo en depresiones. Tengo la sensación de que estoy engañando a mi esposo y a sus amigos, que abuso de su confianza y no sé cómo salir de esto”.” (pp 80-81)