Hace cinco años estaba nervioso y ansioso por la responsabilidad que me daba Radio Bío Bío de incorporarme al equipo de trabajó en la cobertura del “Rescate de Los 33”.

Richard ya estaba allá, de hecho él vivió el momento preciso cuando salió la barra de la perforadora pintada y con el famoso papelito “Estamos Bien, en el refugio los 33”.

Yo llegué un par de días después a Caldera, César -el productor- ya estaba allí preparando lo que sería nuestro trabajo por las siguientes jornadas, lo mismo los técnicos de transmisión de exteriores y los periodistas Erik, Consuelo y Tomás.

Estar en el “Campamento Esperanza” fue lo más parecido a estar en un campamento de refugiados de guerra, así lo decían varios periodistas y reporteros internacionales que llegaron de a miles a cubrir la “gran” noticia del siglo. A diferencia de lo que cuenta la película “Los 33”, el campamento se fue armando por sí solo, nació en el medio del desierto de Atacama por el esfuerzo y la tozudez de los familiares. El comedor, la capilla, la escuelita y todo lo que había fue espontáneo y poco a poco las autoridades no tuvieron otra opción que apoyarlos.

Un planchón, un pinino, un cogote, un puente, un pilar, el peinecillo, la chimenea, el pique, la caja y el caserón eran términos mineros que me eran familiares. Hacía sólo unos pocos años que había aprobado, siendo aún bombero, el curso de Rescate Minero Subterráneo dictado allí -a unos cuantos kilómetros al norte de la Mina San José- en Chañaral, en la Mina Escuela de la Academia Nacional de Bomberos. Esos conocimientos sin duda me sirvieron para focalizar el “reporteo” diario y para entender a cabalidad lo complejo de la situación.

De hecho, Pedro Riveros -el jefe de los equipos de rescate de Bomberos- fue mi instructor. Conversé con él el primer día que llegué.

“Ovalle, tanto tiempo”, me dijo. Su rostro de minero curtido por el sol del desierto daba clara cuenta de los extenuantes días de esfuerzo por encontrar a los “viejos”, como les dicen en jerga minera.

Luego agregó: “Lo importante es que están vivos. Los primeros días fueron terribles, tú sabes como es esto… yo entré con mi equipo y se nos ‘planchó’ la chimenea, no pudimos entrar”.

Pregunté si estaban todos bien y me respondió que sí. “Ningún rescatista perdido, gracias a Dios. Todos tristes no más, hay que sacarlos luego, si no los viejos abajo se van a desesperar”.

Esa fue la única conversación un poco más extensa que pudimos sostener, después ingresó nuevamente al lugar del rescate y no bajó hasta que salio el último minero. De hecho, Pedro entró a la Mina San José hasta el refugio en la Fénix.

El 4 de agosto pasado me invitaron a la avant premiere de la película en Viña del Mar. Me acompañó mi mujer. La cinta tiene mucho de realidad, pero también harto de ficción.

Hay cosas que claramente no concuerdan con lo que pasó, pero claramente hay cuatro visiones distintas que se conjugan. Lo que vivieron los mineros en el fondo de la mina sólo ellos podrán decir si fue o no como lo presenta la película. También las autoridades, son sólo ellas quienes dirán si fue así o no como lo vivieron. Asimismo, los familiares tendrán también su propia visión. Y nosotros, los medios de prensa que cubrimos el rescate, y cada uno de los que estuvimos ahí, podrá tener su propia historia y su propia interpretación.

Con cada una de las estocadas que las perforadoras le daban a la roca se acercaba más la esperanza de sacarlos con vida. Luego con cada metro que avanzaba la Fénix hacia la superficie, esa esperanza se transformó, para cada uno de los 33, en ansiedad por salir pronto.

En el cine intenté mantenerme incólume, entero, sin embargo debo reconocer que aprovechando la oscuridad de la sala de cine, dejé que los recuerdos me invadieran y me transportaran hace cinco años atrás, a la verdadera Mina San José y más de una lágrima cayó recordando lo vivido.

La película en sí está bien planteada, está bien actuada, los efectos especiales son los adecuados, no hay más que mostrar, no hay más que exagerar. Pero lo que se vivió y cómo se vivió en la Mina San José, lo que pasaba por las mentes de los mineros atrapados, de los familiares, de las autoridades, de los rescatistas, de los periodistas, de los reporteros, de los camarógrafos, de los productores, de los técnicos, de los bomberos, de los militares, de los carabineros, de los funcionarios de la PDI y de los marinos, quedará en lo personal.

Cada uno tendrá su propia historia, su propio análisis y su propio recuerdo. Sin embargo, sinceramente en este caso aplica a la perfección el dicho popular: LA REALIDAD SUPERA LA FICCIÓN.

Francisco Ovalle | Radio Bío Bío de Valparaíso