“La viveza del chileno”.

Esta es una frase con la cual nuestro país suele explicar un curioso doble estándar respecto de nuestra identidad nacional: la admiración que despiertan nuestras acciones cuestionables e incluso deshonestas rayando en el delito… siempre y cuando nos proporcionen un beneficio personal o, al menos, un perjuicio a quienes tienen más recursos que nosotros.

Porque si el beneficio es para otros o en contra nuestra, la misma “viveza” se convierte en “frescura de raja”, término aromáticamente agradable pero moralmente condenable.

Veámoslo del siguiente modo. Aún seguimos borrachos por el triunfo de Chile en la Copa América, pese a que para ello fue clave la expulsión de un jugador uruguayo gracias al ahora mundialmente infame “dedo de Jara”. Así, mientras causábamos espanto en los países más civilizados -al punto que su club, el Mainz alemán, decidió poner su pase en venta- para nosotros el jugador se convirtió en un ídolo, un héroe que había inmolado su dedo en las profundidades para contribuir al triunfo nacional, justificado por el historial de juego sucio de los charrúas.

Curiosamente el acto, que tuvo más que ver con la raja, fue una “viveza del chileno”, murmurábamos cómplices.

Poco después la sonrisa se nos vino abajo al conocer que desde marzo de 2014, la mayoría de los parlamentarios en ejercicio estaban recibiendo doble viático cuando salían al extranjero. Esto es que, además de recibir un viático especial cuando viajaban como parte de una delegación de gobierno, seguían recibiendo su viático mensual por trabajo distrital, cual desdoblamiento que les permitiera trabajar en ambas partes al mismo tiempo.

Este olvido ya nos había costado más de 100 millones de pesos a la fecha y -oh, sorpresa- ninguno de los honorables había mirado su cartola para percatarse de que en sus cuentas corrientes se había depositado algo de platita extra.

Otra vez “la viveza del chileno”, pero esta vez no nos hizo gracia. Esa era frescura de raja.

Pero este comportamiento, también eufemizado como “picardía” o “ingenio criollo” no es patrimonio exclusivo de personalidades. Lo ejecutamos a diario cuando vemos la oportunidad de saltarnos la fila, cuando de reojo nos percatamos de que no nos cobraron algo en la cuenta del restaurante (porque de ser al revés, ahí sí que la armamos), cuando mentimos en la ficha de protección social para obtener un subsidio, o cuando despegamos la etiqueta de un producto para hacerle creer al vendedor que está rebajado.

La misma “viveza” corre cuando comprobamos con satisfacción que el profesor no se percató de que el trabajo perfectamente evaluado había sido una copia de internet. No así cuando el mismo copy/paste era una “asesoría” a alguna empresa, por la que alguien (usualmente un político) se embolsó sus buenos millones de pesos. Eso es frescura de raja, principalmente porque nada del beneficio cae a nuestros bolsillos.

Incluso, que una acción sea catalogada como “viveza” o “frescura” puede variar dependiendo del estrato económico social en que nos encontremos.

Pensemos en una familia chilena cualquiera. Por ejemplo, la de Andrónico Luksic.

La historia atestigua que si bien su fortuna fue fruto del duro trabajo de sus antepasados que emigraron a Chile en el siglo XIX, existió un hecho que fue la catapulta para convertirse en uno de los principales grupos económicos nacionales.

Andrónico Luksic A.

Andrónico Luksic A.

Sucede que a mediados de los 1950, el fallecido Andrónico Luksic Abaroa, poseía una interesante mina (de cobre) en Portezuelo. Un día, el grupo japonés Nippon Mining le propuso comprar el yacimiento, a lo que el patriarca aceptó pidiendo 500 mil pesos (de la época). Los japoneses aceptaron, pero en la traducción hubo una confusión y ellos, provenientes de una cultura basada en la confianza, entendieron que se les había pedido 500 mil dólares… algo así como 5 millones de dólares en la actualidad.

Desde luego, Luksic no se molestó en sacarlos del error y cimentó su fortuna. La “viveza” del croata pasaba a convertirse en la viveza del chileno y, dependiendo de quien la evalúe, puede ser una frescura de raja o un alegre “golpe de suerte“, como lo califica indulgentemente el segmento de Economía y Negocios de El Mercurio.

¿Quién iba a pensar que 70 años después su hijo, Andrónico Luksic Craig, iba a protagonizar una historia similar? Esto luego de facilitar unos meros 10 millones de dólares a través del Banco de Chile (en su posesión gracias a un polémico préstamo del BancoEstado durante el gobierno de Ricardo Lagos), a un chileno común y corriente como Sebastián Dávalos, cuyo mayor éxito curricular es ser hijo de la presidenta Michelle Bachelet.

De ahí la historia es conocida: Dávalos usó el dinero para comprar junto a su esposa unos terrenos en Machalí que se remataban a bajo precio, los cuales luego revendería al triple de su valor bajo el supuesto de que se aprobaría una reforma al plano regulador de la zona, convirtiéndolos en un apetecible activo inmobiliario. La acción le permitió a Dávalos, tras devolver el préstamo, embolsarse cerca de 2.500 millones de pesos.

Y aunque en toda la transacción no hubo nada irregular (Luksic es dueño de prestarle su plata a quien quiera y Dávalos de usar su segundo apellido donde le plazca), todo Chile condenó la acción como una “frescura de raja”, al punto que el Benjamín de la Presidenta se vio en la obligación de renunciar a su cargo de gobierno, pero no al dinero, obviamente.

No faltó el analista que, acertadamente, dejó entrever que a Dávalos -ex militante Socialista y por ende, partidario de la igualdad- se lo condenaba por haber especulado financieramente, de la misma forma en que los grupos económicos de derecha suelen hacer a diario sin mayores cuestionamientos.

Es que esa es “la viveza del chileno”.

Christian F. Leal Reyes
Periodista – Director de BioBioChile