Elogio fúnebre de Manuel Contreras

Manuel Contreras, CNN-Chile (c)
Manuel Contreras, CNN-Chile (c)
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Contreras elevó la cobardía a niveles únicos en nuestra historia y aceptó su bajeza como una condecoración.

Texto de Fernando Balcells

Es posible que a la hora en que se emita esta columna haya fallecido Manuel Contreras. Como todas, la suya es una muerte que lamentar aunque sea por motivos contrarios a los que hacen valiosa cada vida.

Su vida, como toda vida se termina demasiado pronto. Deja deudas sin reconocer lo que no le asegura librarse de una existencia fantasmagórica. No tuvo el tiempo suficiente para calibrar el dolor que provocó en las vidas de miles de chilenos, para entender que aquello en lo que creyó, pertenecía a lo peor de un pasado YA ido. No tuvo tampoco la valentía de ver el daño que le hizo a Chile, a los chilenos y a la institución que lo formó y que mal amaba.

No tuvo el tiempo de entender que él, el primero entre sus pares, el de mayor inteligencia y el de la entrega suprema, fue el responsable de destruir al ejército de Chile. Su impacto en las fuerzas armadas fue el equivalente chileno a la guerra de Las Malvinas para los argentinos. Su verdadero aporte al país consistirá, por tanto, en haber definido los contornos negativos de las fuerzas armadas, aquello que ellas no deben ser. Gracias a su ejemplo, nunca más ellas volverán a estar en situación de humillar y avasallar a los chilenos, como lo hicieron en dictadura.

Con su muerte, su ejemplo queda definitivamente inscrito en el futuro. Ya nadie podrá decir que la Dina y la Dictadura son cosa del pasado porque su nombre, su vida y su cadáver ponen en juego el futuro. Su memoria activará para siempre la necesidad de un aprender de un pasado que se integre en nuestra cultura.
Tenemos un deber de memoria con Manuel Contreras. Su personaje y su historia deberán ser trabajados por dramaturgos e historiadores para evitar que bajo el solo dominio de los políticos su figura se vuelva indiferente y se apague en los sermones intrascendentes de los moralistas.

Manuel Contreras creó las condiciones y está presente en cada acto de corrupción a gran escala, en el fondo de la deshonestidad política, en cada resto de oscurantismo, en el vandalismo patriotero, en cada gesto autoritario, en la incompetencia del Estado, en cada abuso de los monopolios. El fue el maestro inicial en cada una de estas artes y en el gesto fundamental que las anima; el abuso de poder.

Ese lazo es el que debe alertarnos ante los silenciamientos de la memoria, en la ingenuidad histórica de los jóvenes y en la buena conciencia de los tecnócratas. En la liviandad de nuestra responsabilidad política habitan los restos del éxito de Manuel Contreras.

Contreras elevó la cobardía a niveles únicos en nuestra historia. Transformó a los militares en una policía burocrática e inmoral: temerosos del soplonaje, incapaces de manifestar disensos de la autoridad. No entendió, lo que cualquier niño vería con claridad en esta época; que la valentía del matón no es más que cobardía con ventaja.

De hecho, visto con los ojos de hoy, Manuel Contreras parece un personaje de ficción. El protagonista improbable de un cuento moral, un espantapájaros o un argumento abusivo del anarquismo. Pero su cuerpo aun está tibio y para siempre viviremos en el desamparo de su sombra real como una mole de cemento.

Contreras fue el gran inquisidor de Chile. El inventor lúcido y el administrador de un aparato de infiltración, exilio, amedrentamiento, envilecimiento y aniquilación, carente de todo fundamento, basado en la sola felicidad de la fuerza bruta y sin más programa que el de hacer durar un régimen de purificación arbitraria.

Contreras aceptó su bajeza como una condecoración. El realizó la unión perfecta del sádico con el profesional de la tortura. Le dio título profesional a los Psicópatas y convirtió en pervertidos a los profesionales.

Accesoriamente impuso una teología cínica de la Patria. Justificó el asesinato en nombre de la Patria, el exilio y la cárcel en defensa de la Patria. Inventó una legalidad sin ley y una justicia de la desaparición que no hicieron más que degradar el nombre de la Patria y rebajar el nombre de Chile hasta la vergüenza. Chile nunca antes y nunca después fue más pobre y miserable que en la época de Manuel Contreras y Augusto Pinochet.

Transformó a todos los que apoyaron al régimen en cómplices sin coraje. El miedo de la gente acomodada fue el temor reverencial de los siervos ante el señorío. Una cosa indigna de amaneramiento cortesano. Es el miedo de los que consideran justa la furia asesina de su señor y se refocilaron como miserables babosos en la desgracia de sus compatriotas.

Entre las lecciones heredadas de Contreras, está reconocer que en política todo se reduce a la justicia. Incluso cuando discutimos sobre crecimiento económico, lo que ponemos en juego es la promesa de justicia de la economía. Cuando hablamos de las relaciones de consumo, de amistad cívica o de libertad de emprendimiento… hablamos de justicia. Incluso para la derecha, aunque no lo entienda, todo trata de la justicia, en primer y último lugar; como recurso, medida y finalidad de la convivencia.

Manuel Contreras será uno de los accesos que le van a permitir a la derecha chilena una mirada compasiva y crítica sobre la dictadura de Pinochet y sobre su propio ideario. Con su ejemplo van a entender la importancia de la defensa de los derechos humanos y, en la distancia, van a apreciar la lógica de la violación masiva de esos derechos que es la condición del Gobierno que en la intimidad y en la confusión de sus cabezas algunos todavía añoran.

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Contreras elevó la cobardía a niveles únicos en nuestra historia y aceptó su bajeza como una condecoración.

Texto de Fernando Balcells

Es posible que a la hora en que se emita esta columna haya fallecido Manuel Contreras. Como todas, la suya es una muerte que lamentar aunque sea por motivos contrarios a los que hacen valiosa cada vida.

Su vida, como toda vida se termina demasiado pronto. Deja deudas sin reconocer lo que no le asegura librarse de una existencia fantasmagórica. No tuvo el tiempo suficiente para calibrar el dolor que provocó en las vidas de miles de chilenos, para entender que aquello en lo que creyó, pertenecía a lo peor de un pasado YA ido. No tuvo tampoco la valentía de ver el daño que le hizo a Chile, a los chilenos y a la institución que lo formó y que mal amaba.

No tuvo el tiempo de entender que él, el primero entre sus pares, el de mayor inteligencia y el de la entrega suprema, fue el responsable de destruir al ejército de Chile. Su impacto en las fuerzas armadas fue el equivalente chileno a la guerra de Las Malvinas para los argentinos. Su verdadero aporte al país consistirá, por tanto, en haber definido los contornos negativos de las fuerzas armadas, aquello que ellas no deben ser. Gracias a su ejemplo, nunca más ellas volverán a estar en situación de humillar y avasallar a los chilenos, como lo hicieron en dictadura.

Con su muerte, su ejemplo queda definitivamente inscrito en el futuro. Ya nadie podrá decir que la Dina y la Dictadura son cosa del pasado porque su nombre, su vida y su cadáver ponen en juego el futuro. Su memoria activará para siempre la necesidad de un aprender de un pasado que se integre en nuestra cultura.
Tenemos un deber de memoria con Manuel Contreras. Su personaje y su historia deberán ser trabajados por dramaturgos e historiadores para evitar que bajo el solo dominio de los políticos su figura se vuelva indiferente y se apague en los sermones intrascendentes de los moralistas.

Manuel Contreras creó las condiciones y está presente en cada acto de corrupción a gran escala, en el fondo de la deshonestidad política, en cada resto de oscurantismo, en el vandalismo patriotero, en cada gesto autoritario, en la incompetencia del Estado, en cada abuso de los monopolios. El fue el maestro inicial en cada una de estas artes y en el gesto fundamental que las anima; el abuso de poder.

Ese lazo es el que debe alertarnos ante los silenciamientos de la memoria, en la ingenuidad histórica de los jóvenes y en la buena conciencia de los tecnócratas. En la liviandad de nuestra responsabilidad política habitan los restos del éxito de Manuel Contreras.

Contreras elevó la cobardía a niveles únicos en nuestra historia. Transformó a los militares en una policía burocrática e inmoral: temerosos del soplonaje, incapaces de manifestar disensos de la autoridad. No entendió, lo que cualquier niño vería con claridad en esta época; que la valentía del matón no es más que cobardía con ventaja.

De hecho, visto con los ojos de hoy, Manuel Contreras parece un personaje de ficción. El protagonista improbable de un cuento moral, un espantapájaros o un argumento abusivo del anarquismo. Pero su cuerpo aun está tibio y para siempre viviremos en el desamparo de su sombra real como una mole de cemento.

Contreras fue el gran inquisidor de Chile. El inventor lúcido y el administrador de un aparato de infiltración, exilio, amedrentamiento, envilecimiento y aniquilación, carente de todo fundamento, basado en la sola felicidad de la fuerza bruta y sin más programa que el de hacer durar un régimen de purificación arbitraria.

Contreras aceptó su bajeza como una condecoración. El realizó la unión perfecta del sádico con el profesional de la tortura. Le dio título profesional a los Psicópatas y convirtió en pervertidos a los profesionales.

Accesoriamente impuso una teología cínica de la Patria. Justificó el asesinato en nombre de la Patria, el exilio y la cárcel en defensa de la Patria. Inventó una legalidad sin ley y una justicia de la desaparición que no hicieron más que degradar el nombre de la Patria y rebajar el nombre de Chile hasta la vergüenza. Chile nunca antes y nunca después fue más pobre y miserable que en la época de Manuel Contreras y Augusto Pinochet.

Transformó a todos los que apoyaron al régimen en cómplices sin coraje. El miedo de la gente acomodada fue el temor reverencial de los siervos ante el señorío. Una cosa indigna de amaneramiento cortesano. Es el miedo de los que consideran justa la furia asesina de su señor y se refocilaron como miserables babosos en la desgracia de sus compatriotas.

Entre las lecciones heredadas de Contreras, está reconocer que en política todo se reduce a la justicia. Incluso cuando discutimos sobre crecimiento económico, lo que ponemos en juego es la promesa de justicia de la economía. Cuando hablamos de las relaciones de consumo, de amistad cívica o de libertad de emprendimiento… hablamos de justicia. Incluso para la derecha, aunque no lo entienda, todo trata de la justicia, en primer y último lugar; como recurso, medida y finalidad de la convivencia.

Manuel Contreras será uno de los accesos que le van a permitir a la derecha chilena una mirada compasiva y crítica sobre la dictadura de Pinochet y sobre su propio ideario. Con su ejemplo van a entender la importancia de la defensa de los derechos humanos y, en la distancia, van a apreciar la lógica de la violación masiva de esos derechos que es la condición del Gobierno que en la intimidad y en la confusión de sus cabezas algunos todavía añoran.