Bajo las congestionadas calles de Ciudad de México, cinco payasos se cuelan en un vagón del metro y serpentean entre desprevenidos pasajeros, que se asombran cuando los hombres de nariz roja empiezan a sacudirse frenéticamente y a hacer muecas.

“¡Ah uh! ¡Ah uh!”, aúlla uno de ellos. El resto muestra un cartel que dice “sin empujones es mejor” y toca una tonadita con su orquesta de banjo, ukelele, melódica y platillos.

Arriba, sobre el asfalto de la caótica capital, un fuerte hombre de 28 años se cubre el rostro con una máscara típica de la lucha libre mexicana, esgrimiendo una señal de tránsito mientras ondea su capa de líneas blancas y negras, que representan un cruce peatonal.

Se trata del poderoso Peatonito, un “superhéroe” que no duda en empujar a los autos que bloquean el paso de los peatones, crear nuevos cruces para caminantes con pintura aerosol y trepar a vehículos estacionados sobre banquetas.

“Los peatones están contentos de que haya por fin defensores” de sus derechos, dice Peatonito. “Vivimos en una dictadura del automóvil. El peatón queda vulnerable y nunca nadie había luchado por sus derechos hasta que hace pocos años empezamos varios activistas”.

Peatonito y los payasos de la asociación cívica Claustrofobos son parte de una ola de activistas que busca combatir conductas poco cívicas y planes urbanos defectuosos en esta metrópoli de 21 millones de personas, cuatro millones de automóviles y cinco millones de usuarios diarios del metro.

Algunos activistas usan las redes sociales para publicar fotografías y videos de conductores que se estacionan sobre aceras. Aunque no trabajan juntos, el humor es el antídoto en común de Peatonito y Claustrofobos.

Ellos se enfrentan a una ciudad donde los conductores solo necesitan una identificación oficial, comprobante de domicilio y 46 dólares para obtener una licencia para conducir.

Jocosos, dicen que los semáforos rojos en Ciudad de México son solo una “sugerencia” para que los autos se detengan.

Narices rojas en el metro

“Transmitir información a través del arte hace más amigable la información para las personas”, explica Aldo Giordano, de 27 años y cofundador de Claustrofobos, quien trabaja para una compañía de producción cinematográfica.

Este año, la alcaldía le dio 65.000 dólares a esta tropa de payasos para sus actividades en el metro.

En cuanto ellos entran en uno de los vagones anaranjados del metro, los usuarios esquivan su mirada pero terminan por sonreír y tomarles fotos, felices de ver algo diferente a los estruendosos vendedores de discos piratas.

La escena que capturan los pasajeros es la de uno de esos payasos, de pelo rizado, que gime y finge desmayarse mientras sostiene a un “bebé” (su bolso) envuelto en su bufanda púrpura, burlándose de los usuarios que no ceden asientos.

“Ya no hay caballeros. Antes cedían el lugar a las damas y ahora no, se hacen los dormidos”, espetó Susana Hernández, una ama de casa de 53 años.

Los bufones suelen tener un efecto inmediato. En las escaleras mecánicas, convencen a la gente que va del lado izquierdo de moverse al derecho para dejar un paso libre.

“Es un círculo vicioso que hay que romper”, dijo enfático el director de la tropa artística Clownoscopio, Julio César Ortega, de 27 años, después de colorearse de rojo la nariz.

Pero cambiar actitudes requerirá algo más que solo estos brevísimos espectáculos.

“Muchas personas, a pesar de que nos felicitan, también nos dicen que esto no va cambiar”, dice Giordano, para quien el cambio sólo se verá en las futuras generaciones.

El luchador callejero

Claustrofobos y Peatonito se inspiraron en el excéntrico ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus, quien formó un pequeño ejército de mimos para obligar a los conductores a respetar a los transeúntes.

Peatonito busca reducir las muertes por atropellamientos, que representan más de la mitad del millar de fallecimientos anuales provocados por accidentes automovilísticos, según cifras del gobierno.

Jorge Cáñez, como se llama en realidad Peatonito, trabaja en una organización no gubernamental dedicada al desarrollo de políticas urbanas pero, desde hace dos años, se pone su máscara negra con el símbolo verde del peatón dos veces a la semana.

Tiene tarjetas de presentación. La gente lo contacta en Facebook y Twitter para que les ayude a mejorar sus calles.

“Tienes que ser creativo para que sea divertido y que la gente te siga en esta revolución peatonal”, dice el superhéroe.