La espera en el paradero nunca fue tan dulce como este lunes ¿Qué vamos a hacer ahora que somos felices? Qué va a ser de nosotros ahora que la suerte nos ha sonreído y ha cumplido nuestros sueños más queridos. Cuando se encuentren nuestros ánimos contrapuestos, felices e indignados, corremos riesgos de corto circuito.

Estamos en un intermedio gozoso entre nuestros múltiples enojos

Podemos aprovechar de mirar al fútbol con otros ojos, y tal vez encontremos ahí lo que nos falta en la economía para ser realmente exitosos. Aprenderemos a conocernos mejor y apreciar al animal que nos habita y que nos ha llevado tan lejos.

Lo que hemos visto con Medel, Díaz, Aranguiz y compañía en el juego, es que los aperrados no dan por perdida ninguna migaja posible, no abandonan la faena, no miran a nadie por encima del hombro y no desperdician nada.

Hay una economía del perro que es visible en el fútbol. Trabajan en equipo como la jauría, no rifan las pelotas, las aseguran y no disparan al arco salvo seguridad o extrema necesidad. Aquí, la aventura es, como debe ser, excepcional. Y como todos son imprescindibles y tienen derecho a gritar, en la cancha no hay elitismo ni autoritarismo posibles.

No hay austeridad en la felicidad del perro. Se desgañita aullando su determinación y cantando sus orgullos. Llevando la contra a los economistas humanos, primero consumen y después discriminan. Su economía puede ser generosa pero se basa en la saciedad y no en la postergación o en el crédito. La acumulación se limita a lo que le permite el cuerpo y a lo que puede pasar a su familia.

El entrenamiento de una jauría la prepara para enfrentar en conjunto cualquier adversidad previsible. La alegría del perro consiste en hacer bien su trabajo de vivir. En eso consiste su amor propio y el nuestro. Sus necesidades son idénticas a las que nosotros experimentamos, amor, comida y juego.

Su diferencia, es que se les autoriza la desvergüenza. No porque nos guste el espectáculo de perros defecando o teniendo sexo en las plazas, sino porque nuestras capacidades de domesticación deben equilibrarse con la alegría de vivir y de jugar que es propia de los niños, los animales y los seres productivos.

La política del animal no es la del animal político. El perro nunca miente. El perro quiebra las normas morales y las reinventa y para sacar adelante la tarea de vivir se desentiende de la elegancia canónica. Los perros tienen una filosofía propia definida por la eficacia y que a su vez define lo ético y lo hermoso como subproductos lógicos de su (des) empeño. Para usar nuestro idioma; los perros no son utilitarios, son peligrosamente románticos.

¿Se puede hablar del discernimiento del perro?

No hay duda de que los animales son la medida del hombre. Si queremos contar con su energía y su determinación, debemos tener meridianamente clara la distinción entre lo que se prohíbe y lo que se debe, lo que nos obliga en el plano ético y lo que nos ordena en el plano legal.

En esta copa futbolera, el animal ético funcionó de buena forma, integrado al animal reglamentario, porque estaba sometido a la mirada escrutadora y anhelante del público y a exigencias extremas de su amor propio. Un animal urbano, jugador, ciudadano, no es igual que un perro de guerra.

En otras ocasiones en que hemos dado rienda suelta a los animales, en la dictadura, los resultados han sido un horror degradante, que se prolonga hasta hoy en nuestras vacilaciones culturales y éticas. El pánico y los saqueos durante las emergencias naturales son una muestra de nuestra irresuelta relación con los animales que llevamos dentro.

Lo que aporta entonces el adiestrador, el aspirante a maestro, es algún saber técnico, disciplina, amistad en la convivencia y entrenamiento en el desarrollo de capacidades grupales y las propias de cada talento.

Pasado el intermedio, tal vez podamos aprender sobre educación a partir de nuestros perros de fuego.