El Tren Marino: novela fantástica con aire de comic y ritmo de Código da Vinci en un Chile profundo

Detalle de la portada. Libros del Laurel (c)
Detalle de la portada. Libros del Laurel (c)
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Daniel Villalobos sorprende con una novela fantástica con un ritmo frenético propio del cine de acción norteamericano (como El Código da Vinci de Dan Brown), con algunas imágenes que remiten al cómic, una trama con algo de policial pero que tiene raíces en nuestros paisajes, geografía, ciudades, nuestras culturas y mitos más profundos.

Si Villalobos tuvo gran acierto con El Sur (Libros del laurel, 2014), y decepcionó un poco con su cuento Llovió toda la noche (El fin del mundo, Ediciones B), con El Tren Marino cautiva desde el principio y durante las casi 300 páginas de la novela, aunque el final pueda resultar un poco débil para algunos.

Las virtudes de El Tren Marino son muchas, desde la pluma ágil y directa (sin dobleces y recovecos inútiles) de Villalobos, una acción que da poco respiro e imágenes cautivantes que resuenan en nuestra memoria, que hacen referencia a nuestros mitos y creencias, con fantasías que suceden en nuestros paisajes y que remiten a terremotos y cataclismos, incendios y crónica roja.

“Chile era un país estrecho y perdido, un paredón de ajusticiamiento flanqueado por los muros de piedra viva de la cordillera y el mar oscuro y picado que jamás entregaba a sus muertos.” (pp 234)

El Tren Marino se puede leer como una metáfora a nuestros desastres, a la capacidad de sobreponernos y, en especial, de olvidar, de no tener memoria, pasado.

“De esto y otras cosas hablan los libros que quedaron, aquellos que escribieron los sobrevivientes, los que tuvieron suerte, los que perduraron. La pequeña pandilla de pueblerinos de memoria corta que se llaman a sí mismos chilenos.” (pp 236)

Pero Villalobos agrega una sensibilidad que recuerda a El Sur, un espíritu introvertido que, en medio de la acción, logra detenerse, hacer observaciones que conmueven. En este sentido, no es casual que las protagonistas sean dos mujeres (una ilustradora en crisis que se ha vuelto famosa y una niña de 12 años). Villalobos logra describirlas muy bien, con miradas, observaciones, decisiones y actuaciones muy “femeninas”.

Daniel Villalobos, sin embargo, es fiel al sur, a esa melancolía, ese abandono y pesadumbre que tan bien reflejara en El Sur y que aflora en El Tren Marino. Una muestra:

“Bebía porque en cierto momento de la borrachera, diez o veinte minutos antes de caer al suelo con el vaso en la mano, ocurría un pequeño milagro: durante esos minutos, todo lo sucedido le importaba un carajo. Flotaba deliciosamente en el abrazo del alcohol, incapaz de borrar una sola de las imágenes de su cabeza, pero mirándolas con una distancia estúpida, con el asombro del alcohólico que de pronto se huele los pantalones y se descubre que se ha meado.” (295)

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Daniel Villalobos sorprende con una novela fantástica con un ritmo frenético propio del cine de acción norteamericano (como El Código da Vinci de Dan Brown), con algunas imágenes que remiten al cómic, una trama con algo de policial pero que tiene raíces en nuestros paisajes, geografía, ciudades, nuestras culturas y mitos más profundos.

Si Villalobos tuvo gran acierto con El Sur (Libros del laurel, 2014), y decepcionó un poco con su cuento Llovió toda la noche (El fin del mundo, Ediciones B), con El Tren Marino cautiva desde el principio y durante las casi 300 páginas de la novela, aunque el final pueda resultar un poco débil para algunos.

Las virtudes de El Tren Marino son muchas, desde la pluma ágil y directa (sin dobleces y recovecos inútiles) de Villalobos, una acción que da poco respiro e imágenes cautivantes que resuenan en nuestra memoria, que hacen referencia a nuestros mitos y creencias, con fantasías que suceden en nuestros paisajes y que remiten a terremotos y cataclismos, incendios y crónica roja.

“Chile era un país estrecho y perdido, un paredón de ajusticiamiento flanqueado por los muros de piedra viva de la cordillera y el mar oscuro y picado que jamás entregaba a sus muertos.” (pp 234)

El Tren Marino se puede leer como una metáfora a nuestros desastres, a la capacidad de sobreponernos y, en especial, de olvidar, de no tener memoria, pasado.

“De esto y otras cosas hablan los libros que quedaron, aquellos que escribieron los sobrevivientes, los que tuvieron suerte, los que perduraron. La pequeña pandilla de pueblerinos de memoria corta que se llaman a sí mismos chilenos.” (pp 236)

Pero Villalobos agrega una sensibilidad que recuerda a El Sur, un espíritu introvertido que, en medio de la acción, logra detenerse, hacer observaciones que conmueven. En este sentido, no es casual que las protagonistas sean dos mujeres (una ilustradora en crisis que se ha vuelto famosa y una niña de 12 años). Villalobos logra describirlas muy bien, con miradas, observaciones, decisiones y actuaciones muy “femeninas”.

Daniel Villalobos, sin embargo, es fiel al sur, a esa melancolía, ese abandono y pesadumbre que tan bien reflejara en El Sur y que aflora en El Tren Marino. Una muestra:

“Bebía porque en cierto momento de la borrachera, diez o veinte minutos antes de caer al suelo con el vaso en la mano, ocurría un pequeño milagro: durante esos minutos, todo lo sucedido le importaba un carajo. Flotaba deliciosamente en el abrazo del alcohol, incapaz de borrar una sola de las imágenes de su cabeza, pero mirándolas con una distancia estúpida, con el asombro del alcohólico que de pronto se huele los pantalones y se descubre que se ha meado.” (295)