En la época colonial, la justicia atendió una serie de casos ligados a la hechicería, pues para ese periodo era común, posible y de relevancia tratar estos temas, basados en las creencias traídas por los españoles y esclavos al llegar al continente, que finalmente terminaron por mezclarse con la cultura indígena de nuestro país.

Durante el siglo XVII era relativamente habitual conocer casos en los que se acusaba principalmente a los indígenas de cometer actos de hechicería, sin embargo hay uno especial que es recordado en los documentos históricos, y no sólo porque involucró a parte de la aristocracia de la época, sino porque tuvo una desenlace que marcó un hito.

Se trata de la historia del capitán Juan Gutiérrez Casaverde, un mercader acaudalado que murió el 18 de enero de 1693, tras presentar extraños síntomas que, en esos tiempos, fueron asociados a un maleficio.

Según una esclava negra llamada Lorenza, la esposa del fallecido, Juana Josefa Codocero, había administrado sesos de burro ocultos en la comida con la intención de hacer un maleficio, por lo que “el capitán vivía asonsado y padecía accidentes”.

¿Pero qué tienen que ver los sesos de burro? En la cultura cristiana de la España medieval, se asociaba a este animal con la paciencia, la fuerza, la tenacidad y humildad, así como la testarudez, lujuria, necedad e incluso la cobardía, características que podrían transmitirse mediante el consumo de ciertas partes del animal.

Es así como, según las creencias medievales, los sesos del burro podrían se utilizados para generar una disminución de inteligencia, una inclinación a la mansedumbre, obediencia, melancolía y “sinsabor” por parte del afectado.

En esta linea, se asoció al comportamiento irregular, dubitativo y torpe que mostraba el capitán antes de morir con el consumo involuntario de sesos de burro, según el libro “Maleficio. Historias de hechicería y brujería en el Chile colonial”, publicado por el historiador Eduardo Valenzuela en Pehuén Editores.

Sin embargo, tras la muerte de Gutiérrez, la Justicia inició una investigación, en la cual el alcalde Juan de Lecaros ordenó la realización de una autopsia dirigida por José Dávalos Peralta y realizada José Ladrón de Guevera, quienes atendieron al capitán durante años debido a lo problemas de salud que este presentaba desde 1680 y que fueron descubiertos recién en 1690, según los archivos de la Real Audiencia Volumen 2529, Pieza 2°.

De hecho ya existía el antecedente de que entre 1690 y 1692 Dávalos y Ladrón habían dado indicaciones a Guitiérrez para cuidar su salud, las cuales no fueron escuchadas.

Finalmente la autopsia se realizó el día 19 de enero de 1693 por los cirujanos Pascual Martínez Juncá y José Ladrón de Guevara, en parecencia de José Dávalos Peralta, según indicó el Doctor Enrique Laval en la revista de historia de la Universidad Católica de Chile en su edición de 1963.

Gracias a esta, la primera autopsia documentada en nuestro país, José Dávalos pudo comprobar meses mas tarde que Juan Gutiérrez Casaverde sufrió de ataques de epilepsia y una apoplejía, que derivaron en la inflamación de las meninges y una fiebre aguda que finalmente le provocó la muerte, descartando de paso la existencia de algún envenenamiento o maleficio.

“La presencia de este médico en el proceso pudo cambiar el eje de análisis del juicio, desde el terreno del maleficio al de la medicina racional”, señaló el historiador Eduardo Valenzuela en su artículo Tres notas sobre plantas medicinales en ritos de sanación y maleficio (Chile, S. XVIII).

Casi un año después, ya en diciembre de 1693 a Juana Josefa Cedacero fue absuelta y, con las propiedades de Gutiérrez en su poder, volvió a casarse. Mientras tanto se descubrió que el testimonio de la esclava Lorenza estaba motivado por la venganza, ya que su hija, Pascuala, fue constantemente maltratada mientras fue esclava del capitán y su esposa.