Hace sólo setenta años, en la primera semana de Mayo de 1945, cesaba en Europa el ruido de las armas, de fusiles y cañones, de tanques y aviones, embarcaciones y granadas, y se apagaban los gritos de furia o de dolor de millones de combatientes que se enfrentaron con furor y odio en los campos de batalla, durante la Segunda Guerra Mundial.

Pocos meses después, la rendición de Japón, después del terrible empleo de la bomba atómica, concluía definitivamente la más devastadora obra de destrucción del hombre en contra de sí mismo y de su propia civilización.

En el balance quedaron cifras que alcanzan los sesenta millones de víctimas de los cinco continentes y la desolación que abarco a casi el conjunto del planeta, con ciudades y países enteramente demolidos por las armas de destrucción masiva que, ideadas por el hombre, este había dejado caer con toda su potencia trituradora sobre sus propias creaciones, tanto industriales como artísticas, abatiendo las fuerzas productivas y culturales generadas a lo largo de siglos de avances humanizadores, que se veían arrasadas en cosa de horas, e incluso minutos por los bombardeos aéreos, de la artillería o de las fuerzas blindadas, imposibles de anular en su terrible capacidad mortífera.

La locura de dominación mundial del nazifascismo, aquel desenfreno racista surgido de la idea de una raza superior, con que Hitler envió a la guerra a millones de soldados enceguecidos por el fanatismo, fue a la postre, aplastada militar y políticamente.

Las fuerzas mundiales unidas en la coalición anti fascista realizaron una proeza formidable; y aún cuando el pueblo ruso debía sufrir bajo la dominación estalinista, su arrojo y resistencia significaron para la entonces Unión Soviética la liberación de su territorio, pero también la pérdida de más de veinte millones de vidas humanas y un costo material definitivamente incalculable.

Los nazis en su criminal sistema de dominación llegaron al genocidio, la práctica más extrema de terrorismo estatal, cegando la vida de más de seis millones de judíos en los campos de concentración y en las cámaras de gases, en la implementación de la más atroz industria de muerte de la historia humana. Asimismo, fueron asesinados a sangre fría, centenares de miles de combatientes antifascistas, entre ellos incontables luchadores de nacionalidad alemana, así como una enorme mayoría de los soldados capturados en los frentes de batalla.

El respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana no existía en la ideología totalitaria del nazismo, y los contendientes se diezmaron entre sí de forma implacable.

De las ruinas, de las cenizas, de los sufrimientos inenarrables que entonces estremecieron al mundo, se generó una potentísima corriente universal de revalidación de la democracia en cada país y se desplomó el sistema colonial que subsistía aplastando pueblos y países con derecho a ser naciones independientes, así como en las relaciones internacionales surgió la Organización de las Naciones Unidas y brotó la Declaración de los Derechos del Hombre.

Sin embargo a poco andar, el mundo nuevamente se partía en dos y la llamada “guerra fría” empujaba a la humanidad al borde de una nueva conflagración mundial. Parecía que el ser humano no era capaz de aprender de sus más dramáticas experiencias.

Pero se impusieron las fuerzas humanizadoras, tanto en la ex Unión Soviética, a través del proceso de rectificación o perestroika, como en los Estados Unidos y los países europeos, aquellos que pusieron la paz mundial como lo fundamental, en definitiva las energías positivas, las ideas racionales fueron capaces de prevalecer ante la amenaza cierta que una confrontación militar, en la era nuclear, creaba un enorme peligro a la propia supervivencia de la raza humana sobre la corteza terrestre.

Asimismo China y Japón se sobrepusieron a la destrucción y se pusieron de pie, el Movimiento de Países No Alineados logró hacerse escuchar en momentos decisivos, aunque su rol ahora se ha desdibujado, pero han surgido nuevos interlocutores en el plano internacional que ayudan a reemplazar el esquema unipolar que se instaló a comienzos de los noventa, al término de la guerra fría, por un escenario de mayor amplitud en que se refleje la diversidad y multiplicidad de opciones que configuran la civilización del siglo XXI.

En este contexto, el movimiento socialista jugó un rol decisivo para afianzar la paz mundial y generar sociedades más justas, con integración social, fortaleciendo y consolidando la democracia. Durante varias décadas levantar el Estado del Bienestar Social fue la opción adecuada, sin embargo, la ausencia de una respuesta de largo alcance al programa neoliberal, impuesto desde los centros financieros del sistema mundial y el desencanto generado por el descontrol de la desigualdad que este provocó, ha debilitado su papel y mermado sus organizaciones partidarias, especialmente en los países de la Unión Europea.

Hoy se reconoce que no se justificaba la euforia posterior al término de la guerra fría; la idea del “fin” de la historia se desplomó estrepitosamente. Han surgido fenómenos que implican una vuelta a la barbarie, como el brutal modo de vida que intenta imponer, por medios terroristas, el fundamentalismo islámico.

Asimismo las injusticias, la discriminación y la desigualdad, que penetran muy profundamente el modo de vida predominante en la globalización, han conducido a una etapa de descrédito y desencanto que afecta fuertemente el sistema político democrático. Hoy, son más los desafectos que los afectos hacia esta realidad que genera riqueza y progreso, pero también profundos antagonismos sociales.

Ante ello, no hay fórmulas mágicas, cada país debe seguir su camino, el que es único e irrepetible. No hay copias que hacer, pues no hay modelos perfectos que imitar. Es, en este contexto epocal, que se ha hecho incontestable la certeza ideológica fundamental que dio vida y ha animado la lucha histórica de los socialistas chilenos: que sin democracia no hay socialismo y que éste, el socialismo como fuerza política y vertiente de ideas, para lograr su plena potencialidad debe constituirse en una poderosa herramienta de fortalecimiento y ampliación de la democracia.

Esa es hoy la tarea, revalidar y potenciar la gobernabilidad y las reformas estructurales en democracia, defendiéndola en primerísimo lugar de la corrupción, de la cohabitación entre política y negocios; así como, del tipo de convivencia que desprecia el trabajo honrado, y que aplaude la obtención de dinero fácil y el éxito sin escrúpulos y sin límites, ni éticos ni de ninguna naturaleza.

Las experiencias totalitarias frenaron y atenazaron las energías creadoras de la sociedad humana, proclamaron gobernar en nombre de cada comunidad nacional en que se han entronizado, pero el derecho a la autodeterminación se ha confirmado, no sólo como un principio irrenunciable de las naciones, sino que además como un instrumento esencial en el despliegue de las capacidades de crecimiento y desarrollo auto sustentable de los pueblos y de la civilización en su conjunto.

La misión entonces es defender la democracia, sin tutelas de ningún tipo, para que vuelva a prevalecer el humanismo, sus valores, esperanzas y anhelos civilizacionales, de manera que el ser humano continúe por una senda sólida y ascendente de más libertad y justicia.

Camilo Escalona Medina
Ex Presidente del Senado