Desde el inicio de los tiempos, la gran mayoría de las creencias ha distinguido el bien y el mal como dos fuerzas irreconciliables, destacando en todas alguna figura que represente el mal. Y en el caso del cristianismo, la religión con mayor cantidad de adeptos en nuestro país, tampoco es la excepción, con el diablo como principal oponente a la verdad y pureza.

De acuerdo a la tradición cristiana, el rol de Satán es ser el principal oponente a Dios, y en ese papel intenta de una u otra forma apartar a las criaturas creadas del plan divino, estableciendo pactos o alianzas de tal forma de asegurarse almas para cumplir condena junto a él.

Y si bien pareciera a “cuento de viejas”, lo cierto es que en la década del 30, el estadounidense Stith Thompson profundizó en el tema en su texto “Motif-Index of folk literature” llegando a concluir algunas de las razones más recurrentes para concretar un acuerdo con el demonio, las que van desde la ayuda en empresa complicadas, además del éxito en los negocios, en juegos de azar y -por supuesto- con el sexo opuesto; sin dejar de lado la necesidad de auxilio en medio de una necesidad y poderes mágicos.

Todas estas razones apuntan principalmente a places y situaciones terrenales, olvidando la eternidad del alma, que pasa a ser la moneda de cambio para Satán. Esto último queda en evidencia en el texto sagrado, cuando el propio Diablo tienta a Jesús.

Según el evangelio de Mateo (Capítulo 4, versículos 1 al 11), el maligno no sólo intentó hacer que Jesús hiciera demostraciones públicas de su poder, sino que además le ofreció supuestos reinos “si postrado me adoras”, dando luces de lo que finalmente desea el demonio con el alma de los humanos: poder y gloria.

Y si bien esta negociación no llegó a buen puerto, otros mortales creyeron que de esta forma era posible negociar con el mismo príncipe de las tinieblas, pese a la férrea vigilancia de la Iglesia Católica, que no escatimó recursos en perseguir prácticas consideradas de “brujería”.

No obstante, esto significó la muerte de muchas mujeres en una hoguera acusadas de prácticas abominables, que iban desde usar poderes mágicos para llevar a los hombres por el camino del mal. Y aunque el género femenino quedó marcado por este tipo de acusaciones, cuando hablamos de pactos con el demonio los hombres llevan la delantera.

De ahí que entre los casos más conocidos aparezcan nombres como Teófilo de Adana, y el Doctor Fausto, como ejemplos clásicos de transacciones diabólicas.

Pero esa tendencia a culpar a las mujeres del “comercio diabólico”, llevó a que dos inquisidores alemanes, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, elaboraran un tratado enfocado en las hechiceras, el “Malleus Maleficarum” o “Martillo de las Brujas”, texto publicado en Alemania por el 1485 y que fue ampliamente utilizado en la Inquisición.

Entre sus capítulos se explica parte de los rituales, entre los que destaca el realizado por un grupo de brujas hasta donde acude el mismo demonio en forma de hombre, exigiendo “preparar ciertos unguentos con los huesos y miembros de niños, especialmente de aquellos que han sido bautizados; por todos estos medios, y con la ayuda que él le proporcione, podrá cumplir todos sus deseos”.

Pactos emblemáticos con el demonio

Una vez aceptados los pactos como ritual, poco a poco se ha ido conociendo de historias que rayan entre la fantasía y el misterio, de personas que decidieron vender su alma al diablo.

Teófilo de Adana, un sacerdote con ansias de poder

Según un relato apócrifo (no aprobado por la Iglesia), Teófilo de Adana era un sacerdote que fue designado a una ciudad al sur de Turquía, pero no queriendo asumir el desafío por no considerarse capaz, otro vino a reemplazarle.

Pero su sucesor no se conformó sólo con asumir su nuevo rol, sino que además prácticamente lo confinó a un rincón de la comunidad. Esta situación motivó la molestia de Teófilo, quien no encontró nada mejor que recurrir a Satán para recuperar su antigua posición.

Luego de firmar un contrato donde el Diablo le exigía renunciar a Jesús y a la Virgen María, Teófilo recuperó su sitial en la iglesia. Pero con el paso de los años, echó pie atrás a su drástica decisión y pidió perdón siendo redimido finalmente por la madre de Jesucristo.

Aunque su perdón no fue gratis, tras un largo periodo de ayuno, el mismo demonio vino a hacer valer el contrato. En un arrebato de sinceridad, Teófilo le mostró el documento a su sucesor, quien le arrebató el texto lanzándolo al fuego, liberando de paso el alma de Teófilo, quien murió de alegría, según consta en el libro “The sources of the Faust tradition from Simon Magus to Lessing“.

Fausto, la leyenda

Considerada la historia más clásica respecto a ventas de almas, su vida está relatada en el libro “Historia von D. Johann Fausten”, donde se cuenta de un mago que recibía ayuda de Mefostófiles, demonio súbdito del Diablo, durante 24 años, marcados por excesos y placeres mundanos, al término de los cuales su alma quedaría en propiedad del demonio.

Si bien en algunos momentos Fausto queda a punto de alcanzar el arrepentimiento, finalmente es arrebatado al infierno, perdiéndose para siempre su alma.

De esta trágica historia ha derivado una serie de versiones, llevadas a la literatura y al cine, quedando en la conciencia colectiva la historia del joven que a cambio de conocimiento y juventud para conquistar al sexo opuesto, fue capaz de vender su alma, surgiendo como personaje casi romántico, aunque bastante más alejado del mito original relatado en “La trágica historia de la vida y muerte del Doctor Fausto“.

Música por almas para el demonio

El resto de las historias están marcadas por la música, y es que al menos dos artistas han sido puestos bajo sospecha por su fama y éxito, quedando en la duda si efectivamente concretaron alguna transacción con el demonio.

El primero de ellos es Giuseppe Tartiti, quien dejó la miseria gracias a su particular dominio del violín, quedando patente en su obra “el trino del diablo”, que habría estado inspirada en un particular encuentro con el diablo.

Según cuenta el Grove Dictionary of Music and Musicians, el mismo demonio le tocó una pieza que dejó asombrado al intrépido artista, quien intentó reproducir la obra en una sonata, famosa hasta la actualidad.

“La sonata que compuse entonces es por lejos la mejor que he escrito jamás y aún la llamo “El trino del diablo”, pero resultó tan inferior a lo que había oído en el sueño que me hubiera gustado romper mi violín en pedazos y abandonar la música para siempre”, relata.

El mito concluye que dicho violín utilizado por el diablo se encuentra en algún lugar oculto, pero quien lo tenga en su poder y logre arrancarle algunas notas, recibirá la visita del demonio para ofrecerle su ayuda y talento.

Pero no sólo Tartini es parte de la leyenda, sino que además otro músico italiano, Niccolo Paganini, también vivió bajo el halo de la sospecha de un pacto demoníaco. Y si bien el propio artista difundió un supuesto talento otorgado por Santán, lo concreto es que el mito partió más que nada por su extraordinario talento.

Tanto así, que a Paganini se le recuerda por haber logrado ejecutar obras completas sólo tocando una cuerda.

A su muerte, supuestamente por sífilis, la Iglesia se negó a que su cuerpo fuera enterrado en un cementerio católico, y sólo tras 30 años de disputas, los restos del denominado “Compositor del Diablo” finalmente fueron depositados en la catedral de Parma.