Hoy se estrena El Bosque de Karadima, la última película de Matías Lira (Drama, 2010), con Luis Gnecco, Benjamín Vicuña e Ingrid Isenssee.

Sin perder el norte en que es una ficción basada en la vida real, la cinta cuenta la historia de Thomas Leyton (Vicuña en el presente, y Pedro Campos como Thomas Leyton joven), un joven en busca de su vocación sacerdotal, y que llega a la parroquia El Bosque donde el padre Fernando Karadima (Gnecco), para que sea su director espiritual. Todo esto en tono de racconto, donde el presente está dado con un Leyton aportando a la investigación liderada por el Promotor de Justicia, interpretado por Francisco Melo. Así, vamos pimponeando entre el presente, donde Leyton (Vicuña) afirma o relata historias frente al personaje de Melo, y el pasado, donde Leyton (Campos cuando joven, Vicuña de universitario en adelante) desarrolla su historia junto a Karadima y su vida personal.

Ya desde el comienzo se puede notar en el círculo de Karadima una sensación extraña en la dinámica y las relaciones con los aspirantes a curas. Fuera de toda confianza, la cercanía genera dudas, y se confirma mientras avanza el relato. Así, Leyton se integra a una cofradía, una especie de secta, donde la relación de poder que ejerce Karadima con los jóvenes (explícita narrativamente con Leyton) es notoria, creciente y enfermiza. Su liderazgo espiritual en la comunidad de El Bosque es válido, rodeado por una fronda aristocrática y conservadora chilena donde ambos se necesitan socialmente.

Sin ánimo de ahondar en cómo se va desenvolviendo la historia (asumiendo que gran parte de la sociedad chilena está familiarizada con el caso Karadima), y dejando de lado desde que conoce a Amparo (Ingrid Isensse, desde donde comienza el quiebre), es muy golpeador y clarificador, por ejemplo, la escena donde se explica la relación de Karadima con su madre (Gloria Münchmeyer), que vive en dependencias de la parroquia y que nos permite ver a un Karadima tímido, taciturno, frente a una madre con una personalidad demasiado fuerte, ninguneando a su hijo. Es interesante cómo esta escena marca una superficial anomalía, pero un elemento que nos ayuda a comprender la forma de liderazgo retorcido del cura, y de los espacios de poder condecidos.

Visualmente, también está muy bien relatado (gracias a la fotografía de Miguel Joan Littin) el desconcierto de Leyton en sus etapas de desconcierto y vagabundeo espiritual (como las primeras escenas con su madre –Aline Kuppenheim) con una cámara de movimientos imprecisos y mucho desenfoque, a diferencia de la claridad visual de las primeras escenas con Karadima. Incluso más adelante, con Leyton ya con Amparo, vemos cómo se repite el recurso del desenfoque en los momentos de inseguridad y desconcierto. Eso sí, siempre en los flashback, ya que durante su historia con Francisco Melo, donde también hay incerteza, Leyton aparece claro en su imagen.

En cuanto a las interpretaciones, no me resulta sorprendente la verosimilitud en el Karadima de Luis Gnecco, quien desde ya hace muchos años ha demostrado su valía en una versatilidad que va desde la comedia al drama. En este sentido, el personaje de Francisco Melo es muy parecido a casi todos los personajes de Francisco Melo. Siento que el dueño de una importante firma de arquitectos, un policía corrupto o el rostro promocional de Hyundai está presente transversalmente en la película, y eso me produjo ruido. (Esto, muy subjetivo).

Seguramente será una película polémica por el caso basado en su historia, y la crudeza de sus escenas, especialmente las escenas íntimas. Pero es importante no quedarse sólo en la superficialidad de la cinta, sino que ahondar en la reflexión que pudiera generar no sólo en cuanto a lo sucia que estaba esta comunidad en específico, sino en la forma en que se ha construido socialmente la relación entre la élite conservadora y esta misma comunidad.

Pero al final del día, es una película que sin ser densa, seguro es de las apuestas más atrevidas del cine chileno del 2015.