El reciente linchamiento de una joven afgana acusada erróneamente de haber quemado el Corán desató una revuelta contra los “falsos mulás” y otros charlatanes que propiciaron su muerte.

Hace casi un mes, una muchedumbre enfurecida golpeó a muerte a una mujer de 27 años, Farjunda, antes de quemar el cuerpo y lanzarlo a un río de Kabul. La acusaban de haber profanado el libro santo del islam.

Farjunda, convertida en una heroína, no quemó un Corán, sino que había denunciado a un religioso autoproclamado que vendía amuletos cerca de una mezquita. Este último, muy irritado por lo sucedido, la acusó de blasfemia y movilizó a una muchedumbre para lincharla.

Desde esta tragedia, el movimiento “Justicia para Farjunda” ha denunciado los actos violentos contra las mujeres en Afganistán, pero también a los charlatanes y la ignorancia que ha motivado esta muerte. “Que un hombre lleve un turbante no lo convierte en una autoridad legítima en materia religiosa”, declaró a una cadena local el viceministro afgano de Asuntos Religiosos, Daiulhaq Abid.

Entre estos “falsos mulás”, como los llaman las autoridades, figura Baba Sahib. Este sexagenario, antiguo mecánico, se convirtió hace unos 20 años en una especie de morabito que pasaba el tiempo delante de un mausoleo del pueblo de Shakar Dara, a dos horas de la carretera de Kabul.

Rodeado de libros polvorientos, de tablas de madera ilustradas con caligrafías árabes, de papeles con fragmentos del Corán, cifras y señales como una estrella, Baba Sahib promete a sus “pacientes” que los curará, les hará conocer a su alma gemela y los protegerá contra los “djinns”, los malos espíritus.

A un anciano que se queja de dolor de cabeza, le da un amuleto que lleva incorporado un papel con una inscripción. “He fotocopiado este amuleto especialmente para ti. Colócalo en tu turbante, tu mal desaparecerá”, le recomienda. El anciano se marcha contento.

Los “pacientes” salen del mausoleo después de haberle dado una ofrenda. En la campiña afgana estos “falsos mulás”, a veces procedentes del sufismo, una tradición mística del islam, son muy influyentes. Pero desde el asesinato de Farjunda, muchos de los de la capital permanecen soterrados. – ¿Una pequeña revolución? – En el barrio de Murad Jani, uno de los lugares predilectos de los curanderos tradicionales del casco antiguo de Kabul, los puestos de venta están al abandono.

“La muerte de Farjunda ha desatado una revolución”, afirma Belqis Osmani, una activista de derechos humanos. “Emerge una nueva generación, más instruida, de mentalidad más abierta, más progresista y que no cae en las trampas de los falsos mulás”, asegura.

Los curanderos tradicionales son foco de las críticas, no sólo de los “liberales” sino también de los islamistas más radicales que denuncian una usurpación de la religión. Incluso los talibanes habían condenado el asesinato de la joven. Ahmad Jawad, un treintañero de Kabul, que ha pasado por manos de estos morabitos, se alegra de que el movimiento “Justicia para Farjunda” haya calado en la sociedad.

“Una vez fui a ver a un curandero tradicional porque estaba enamorado de mi prima y quería casarme con ella. Me dio perfume y amuletos de papel. Luego me ordenó que vaporizara perfume sobre los amuletos y que los quemara”, cuenta.

“Hice lo que me pidió durante una semana, pero toda la gente de mi entorno tenía dolor de cabeza por el olor muy desagradable. Al final no pude casarme con mi prima y me di cuenta de que el charlatán se había aprovechado de mi ignorancia”, agregó.