A finales de 2012 una madre palmoteando a sus hijos por no dejarla ensayar para la despedida de sus profesoras del jardín se tomaba las redes sociales.

“Adiós tía Paty, adiós tía Lela” dio para todo. Desde estelares de la televisión chilena rindiendo homenaje hasta el propio Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) dejando claro que para ellos esto era claramente “maltrato infantil”.

Los argumentos del organismo fueron: En el clip se ve “claramente una agresión” a los infantes “que deberían movilizar el rechazo y repudio de quienes lo ven y no constituirse en un show aparentemente divertido donde se expone y humilla a los niños”.

El debate en redes sociales se abrió rápidamente. ¿Quién no ha recibido un “paipe” cuando chico”? decían algunos, mientras que otros directamente repudiaron el acto que llevó a la fama a esta madre, por lo que nació la interrogante ¿cómo disciplinar a los niños y niñas sin maltratar? ¿Se puede? ¿Somos una sociedad violenta?

La psicóloga, terapeuta infanto juvenil y directora del Refugio de Esperanza de Chiguayante CATIM, Luz Spoerer Pascal, en contacto con BioBioChile explicó que el maltrato en todas sus formas hacia niños, niñas y adolescentes es algo muy frecuente en nuestra cultura.

Ésto, en sus palabras, “es un gran riesgo para nuestros niños y niñas, debido que en ocasiones se adopta la frecuencia, como lo normal. De esta manera, se naturaliza cualquier tipo de agresión -física, verbal, psicológica, etc.-, calificándola como ‘leve’ y se dicen frases como: ‘si sólo le di una palmada’, ‘a mí me enseñaron así, y no me pasó nada grave’, ‘es mi hijo y nadie me va a enseñar a cómo educarlo’”, dice la experta.

“De lo anterior, se puede observar la normalización de pautas de comportamiento agresivo, lo cual probablemente se relacione con historias vitales caracterizadas por la utilización de la violencia como una forma válida de resolución de conflictos -a través de métodos coercitivos-, así como la consideración de los niños, niñas y adolescentes como objetos de derecho y no como sujetos activos en la aseguración de sus derechos”, agregó.

Spoerer dice que antes de pensar en disciplinar aquellos padres o adultos se deben cuestionar “¿quiero repetir este tipo de comportamiento hacia mi niña o niño?”.

“Probablemente la respuesta a lo anterior, sea ‘no’, por tanto, nos queda la labor de trabajar en nuestra capacidad para efectuar un buen trato y disciplinar a alguien con cariño y dedicación, sin presentar fallas o dificultades en el control de nuestros impulsos agresivos, ya que no es un problema del niño, sino del adulto que debe crear las estrategias adecuadas para ese niño en especial”, asegura.

Del mismo modo, argumenta, muchos padres se pueden excusar en “es que no me hace caso”, por lo que la profesional ofrece diferentes ideas para ordenar la conducta.

Efectuar una revisión de lo construido a nivel familiar

“Existe un sistema de reglas o límites que guían la conducta de los niños y niñas dentro del sistema familiar, donde ellos saben cuáles son los comportamientos esperados por los padres y/o cuidadores. Este sistema de reglas, ¿abarca la vida del niño, niña y adolescente?”, dice.

Es decir, por ejemplo: “regula las horas de vigilia y sueño -horas de despertar a acostarse-, higiene, abrigo, alimentación nutritiva, horas de ocio y permisos para salir, horas de jornadas y labores escolares, traslados a escuela, emergencias, y regulación de numerosas áreas que es necesario y sano, otorgarles un orden”.

Esta autoexploración, también debe implicar la revisión del tipo de relaciones establecidas dentro del sistema familiar, “¿son éstas horizontales con los otros adultos de la familia?, ¿verticales entre padres e hijos?, ¿los vínculos se basan en la reciprocidad y respeto, por sobre la imposición autoritaria y coercitiva de los otros miembros del grupo familiar?”, plantea.

Comunicación asertiva en la familia

¿Existen espacios para conversar espontáneamente de diferentes temas? La importancia de una comunicación con una actitud calmada, en los cuales se enseñe acerca de: “qué quiero comunicar, de qué forma lo quiero hacer, qué es lo quiero lograr, qué es lo que defiendo, etc., lo cual refuerza el autoconcepto de las niñas, niños y adolescentes”, explica.

Al momento de disciplinar a alguien, se debe tener en cuenta su edad y características del desarrollo.

“No es lo mismo disciplinar a un niño preescolar, que a un adolescente”, dice, ya que presentan características madurativas diferentes que exigen al adulto que aplica la disciplina, “utilizar por ejemplo palabras, gestos, cantidad de tiempo, entre otros relevantes, diferentes para cada uno de ellos” agrega.

“Para un niño en edad preescolar, es necesario una guía estructurada, con límites más bien rígidos que le ayuden en su desarrollo integral. Avanzada la edad, es necesario la flexibilización del marco normativo, y en especial en la adolescencia, la coconstrucción de un sistema de reglas, y posibles castigos”, asegura.

Es importante, a su vez, por parte del adulto clarificar con los niños y niñas, cuál es la conducta específica que se quiere modificar, y que es posible de ser transformada, y en caso de aplicar un castigo, dejar explicitado que es por la conducta indeseada efectuada, evitando así que el niño piense que se le castiga a él, por una característica intrínseca.

En caso que exista algún tipo de comportamiento disruptivo, que es complejo de efectuar modificaciones, ya habiendo realizado la revisión antes señalada, “es necesario consultar a un especialista -psicólogo, psiquiatra, neurólogo, médico, quien otorgará ayuda para el adulto, así como para el niño, niña y adolescente”, dice.

“El desarrollo integral de todos los niños, niñas y adolescentes transcurre de manera adecuada, sólo cuando existe ausencia total de agresiones físicas -golpes de mano abierta y cerrada, “palmadas”, agresión con objetos, etc.-, psicológicas -humillación, insultos, groserías, burlas, uso de sobrenombres, etc.-, verbales y no verbales -gritos, gestos en rostro, indiferencia, por ejemplo-, entre otras formas de agresiones, como ser testigo de violencia -de cualquier tipo- entre los adultos -padres y/o cuidadores-, y obviamente, alguna agresión sexual“.

Por otra parte, Alejandro Uribe, psicólogo clínico y especialista en psicoterapia, dice que “en materia de comunicación asertiva y bien tratante, se hace necesario que los adultos manejen y sean generadores de buenas prácticas”.

Sin embargo resulta imperante que las conductas que se ejecutan al momento de entregar normas sean congruentes con las reglas que se transmiten. “Esto es libre de ambigüedades que dificulten la comprensión. Es lamentablemente reiterada la cantidad de veces que se escucha a un padre o una madre, por ejemplo, gritando a su hijo solicitándole silencio, o bien dándole una palmada como castigo por pelearse a golpes con sus hermanos. En ambas situaciones vemos cómo la información entregada verbalmente es inconsistente con la acción o lenguaje no verbal ejecutado: gritar para pedir silencio, o golpear para solicitar cese de patadas entre hermanos”, explica.

“Las acciones ejemplificadas anteriormente resultan incongruentes”, dice. Es por esto que generan una disminución en la validación de la autoridad de los adultos frente a los niños, ocasionando además en los adolescentes un aprendizaje ambiguo, en que posiblemente terminen por aprender que ciertas acciones son perjudiciales de realizar frente a sus padres, pero que no lo son en sí mismas, pues sus padres finalmente también las realizan.

“Estos ejemplos también resultan válidos para el consumo problemático de alcohol, tabaquismo, e inclusive discusiones o peleas de los padres frente a los hijos, dando por resultado el aprendizaje de que esas conductas son plausibles de ejecutar, aún cuando los adultos les intenten enseñar verbalmente lo contrario”, enfatiza Uribe.