No resulta fácil tomar una postura frente al aborto. Contrario a lo que sucede con la pena de muerte o la eutanasia, donde sólo la vida de una persona está en juego, en el aborto parecen entrar en conflicto los derechos de dos individuos.

Pero tras mucho reflexionar sobre el tema, un argumento acabó por convencerme: forzar a una persona -específicamente a una mujer- a llevar adelante un proceso dentro de su cuerpo en contra de su voluntad, es de una violencia inaceptable, cercana a la tortura. Por mucho que consideremos la vida del feto, no puede estar por sobre los derechos de la mujer a decidir lo que sucede en su cuerpo.

Hace un tiempo, un amigo mío publicó un texto con una analogía interesante. Imagina que un día despiertas en una cama de hospital, con un sujeto entubado, conectado a ti. Los médicos te explican que el hombre padece una extraña enfermedad de la que sólo se recuperará dentro de 9 meses, con ayuda de tu biología. No se te permite romper el lazo, ya que de ello depende su vida.

¿Pueden otros tomar una decisión respecto de tu cuerpo sobre la base de que la vida de otra persona depende de ello? Ciertamente, no.

De hecho, si el concepto es conservar una vida a toda costa, el Estado también debería considerarnos a todos donantes obligatorios de órganos. Después de todo, de ello dependen vidas.

Por eso estoy convencido de que siempre debe primar el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, sin restricciones de ningún tipo. Concuerdo: terminar un embarazo en sus últimos meses es una acción cercana al infanticidio (aunque no igual), y por ello se debe trabajar en la correcta educación sexual, prevención del embarazo adolescente o en la acogida de madres en situación vulnerable, pero como sociedad, no tenemos el derecho a pasar por sobre la voluntad de la mujer.

Y una última cosa. Nadie está “a favor” del aborto. A todo evento es un trance difícil para la mujer, que difícilmente podría banalizarse como si de otro método anticonceptivo se tratara. Lo que se defiende es el fin de uno de los últimos reductos de dominación del hombre sobre la mujer, donde somos nosotros los que -por ley- decidimos lo que ellas son dueñas o no de hacer con sus cuerpos.

Christian Leal
Periodista